Casos de laboratorio

Hoy en mi regreso del trabajo, en el subte, me encontraba leyendo uno de esos típicos artículos libertarios de casos de laboratorio, con los cuales pretendemos refutar las hipotéticas y risibles situaciones en las que en ocasiones nos sitúan socialistas, fachos y conservadores para encontrar falencias en nuestras teorías o utopías. El artículo se denominaba «Libertad y propiedad: donde entran en conflicto» y trataba sobre el problema que se originaría si nuestro terreno se encuentra rodeado de otros cuyos propietarios no permiten sean transitados (algo así como encerrados en nuestra propia casa).

Cuando se plantean estas situaciones absurdas debe recordarse que el futuro es incierto y la cooperación social espontánea puede traer soluciones que superan lo que nuestra imaginación puede brindarnos. Por ejemplo, si contáramos a personas de hace 300 años que hoy podemos trasladar un texto de un lugar a otro en segundos, es muy probable pensaran lo logramos con alguna especie de cohete ultraveloz que lleva un papel de un lugar a otro, ninguno imaginaría una señal satelital binaria transmitiendo el texto. Las soluciones que podamos proyectar para hipotéticos problemas, es probable no sean las que finalmente los resuelvan.

No obstante, esta bien que querramos responder a las más alocadas situaciones que nos presentan respetando principios y manteniendo una consistencia ideológica. Pero sin olvidar que ante el estatismo salvaje podemos jugar el mismo juego. Al subordinar ellos los derechos individuales al poder de turno o a mayorías, uno directamente puede preguntarles «¿qué sucede si los gobernantes, elegidos democráticamente y una vez en el poder, modifican las leyes y mediante ellas emprenden un genocidio?».

Resulta absurdo, sin embargo, a diferencia de los raros casos de laboratorio que suelen plantear contra la filosofía de la libertad, fue realidad (http://es.wikipedia.org/wiki/Elecciones_parlamentarias_de_Alemania_de_1933).

Fascismo Nacional y Popular

De este tema ya se habló muchísimo en el blog (ver «Fascismo Inconsciente» y «Carta a mis amigos progres…» ), pero nunca está de más volver al tema para dejarlo bien en claro.

Perón era fascista. En sus viajes a Europa estudió el fenómeno, lo suficiente como para saber que el poder político se podía construir desde la Secretaría de Trabajo, cargo que pidió explícitamente al participar del golpe de Estado que derrocó a Ramón Castillo en 1943. Por algo son tantas las similitudes entre la «Doctrina» justicialista y la Carta del Trabajo Italiano.

Aunque, aclaremos algo: Perón no fue realmente el culpable, sino que montó el aparato electoral justicialista sobre el Estado Corporativista-Fascista instalado en la década del ’30 (los pilares: abandono del patrón oro y adopción del patrón aire, creación del Banco Central, instauración del impuesto a las ganancias).

A continuación, un extracto del documental «Permiso para pensar» (1989), dirigido por Eduardo Meilij.
Todo el documental es imperdible, por la particularidad de ser una recolección y compaginación de propaganda y de noticieros de la época del primer Peronismo, a fin de que el espectador saque sus propias conclusiones. Está completo en su web oficial, o en videos de YouTube desde este post.

Este fragmento en particular fue para mí lo más chocante de todo el documental.

«Nosotros tenemos en este momento casi 4-5 millones de estudiantes… de gente que estudia. Que si no votan hoy, votan mañana, no hay que olvidarse.

Tenemos que irlos convenciendo de que hagan la escuela primaria. Yo le agradezco mucho a las madres, que ya le enseñan a decir «Perón» antes que decir «papá». Es ya demasiado eso, pero…

Para la primera parte de esta acción individual es imprescindible el adoctrinamiento. La escuela primaria constituye entonces el primer escalón de captación y del adoctrinamiento de la futura ciudadanía al movimiento justicialista. Esta exigencia impone al personal de preceptores, maestros y profesores una profunda identificación con los postulados de la doctrina, a fin de que la juventud, al iniciarse en el estudio de los derechos ciudadanos, se encuentre identificada con la doctrina nacional.»

– Juan Domingo Perón

Fuente: http://www.permisoparapensar.com.ar

Salud Pública

Frontiers

El próximo paso

Cual Schiavi en la publicidad de la SUBE, tengo que decir “mirá que te lo avisamos con tiempo, eh” y “¿te dormiste?”.

Mirá que venimos repitiendo una y otra y otra vez cuáles son las consecuencias de “proteger la industria nacional” y dejar en manos de un burócrata qué productos pueden pasar de un lado a otro de una línea imaginaria.

Más de una vez me han dicho cosas como “Prefiero que se cree trabajo para un argentino a que un ricachón se compre un iPhone”. No sé si los defensores gratuitos de estas ideas lo hacen por ignorantes o por resentidos con que alguien tenga guita. Sea como sea, el “trabajo argentino” se convierte en una carta blanca para que el estado y el gobierno hagan lo que se le canten con las importaciones.

Después de eso, vienen con la idea fantástica de la “balanza comercial”, una idea que no resiste dos minutos el análisis de un nene de 5 años (hay que sembrar una gran ignorancia en las mentes de las personas para que esta idea sea aceptable). Cuenta la leyenda estatista que es exportar es mucho más beneficioso que importar. Esto es una falacia, ya que el que exporta lo hace para pasar de una situación menos beneficiosa a una más beneficiosa. Y lo mismo pasa con el que importa.

Si exporto, cambio productos por dólares. Si importo, cambio dólares por productos. En el medio puede haber cantidad de intercambios de dólares por productos internos, incluyendo moneda nacional. Les pregunto a los genios del estatismo: si ingresan muchos más dólares por exportaciones, que los que salen por importaciones ¿en qué beneficia a “todos los argentinos”? ¿Tienen los papeles verdes algún poder mágico que nos hace más felices, más ricos, hacen crecer más las plantas o purifican el aire? ¿En qué me beneficia a mí que un agroexportador tenga más dólares en su cuenta del banco o abajo de su colchón?

Claro que, el truco está en que esa “balanza” es medio mentirosa. El que exporta tiene que entregar los productos y el estado lo obliga a cambiar los dólares por pesos al cambio oficial. Así, el que se queda con los dólares es el estado. Y acá es donde la “balanza” balancea. Se usan esos dólares “excedentes” para importar energía subsidiada y para pagar deuda. El único beneficiado por más exportaciones que importaciones es solamente la actual gestión estatista, que se permite derrochar los dineros públicos para atraer un caudal electoral mayor.

Las exportaciones, son el precio a pagar para poder importar, justamente para estar mejor. Y no al revés como nos quieren hacer creer.

En este punto el lector se preguntará qué tendrá que ver esto con la salud. Por más que estúpidos como Moreno y la reina no se hayan dado cuenta, en el siglo XXI el mundo se globalizó y, para nuestro beneficio, podemos hacer uso de bienes y servicios generados a millones de kilómetros de distancia. Es así que muchas industrias fabrican sus productos en un solo lugar y luego hacen la distribución a escala global (por cierto, para aquellos a los que les importa “que la gente tenga trabajo”, la logística y distribución genera muchísimo más trabajo que la producción). Estos bienes y servicios van desde autos hasta computadoras, zapatos, celulares, ropa y MEDICAMENTOS.

Cuando desde un despacho burocrático se traban o cierran las importaciones DE TODO ¿qué creen estos inútiles que va a pasar? ¿Que por arte de magia van a aparecer los productos adentro del país? ¿Que las fábricas se van a montar solas y automáticamente? ¿Que negocios no rentables en el país por un tema de escala se van a volver rentables?

Y así es que, por un tema de cuántos dólares van a tener a su disposición, generan una escasez donde antes no la había. Hay faltantes de todo, en especial de medicamentos, en especial de esos medicamentos que la gente necesita para esas boludeces como…..seguir viviendo.

¿Qué le deberíamos contestar a alguien del 54% que votó por proteccionismo y fronteras cerradas que ahora se queja que no puede conseguir un medicamento importado?

¿Qué deberíamos decirle a esos parásitos sin escrúpulos que se viven llenando la boca con cosas como su “fantástico sistema de salud pública” y, llegado el momento no te dejan acceder a un medicamento que necesitás? ¿Acaso podemos creer que estas personas están interesadas en la salud de alguien?

Economía a los palos. Bienvenidos al Siglo XVI.

En nombre de los otros

Cuando en la vieja Unión Sovietica se jactaban de sus grandes progresos militares, su programa espacial, y la realización de desfiles donde exponían sus misiles más importantes, y los proyectos grandilocuentes que tenían, en realidad, era la admisión de que el socialismo era un fracaso. Mientras sucedía todo esto, se daba una escasez generalizada de alimentos, vestimenta, y otros insumos. Un claro ejemplo de como la planificación centralizada y la ausencia de la propiedad privada son un camino al fracaso. Es la imposibilidad del calculo económico en el socialismo.

En Argentina sucede algo parecido. La muestra Tecnopolis, llevada a cabo el año pasado por el gobierno nacional, es un claro ejemplo de esta mala asignación de recursos. Mientras existen personas en varias partes del país, viviendo en condiciones miserables, en los suburbios de la Capital Federal, se expone como los cientos de millones de pesos obtenidos de la misma forma que un ladrón obtiene su botín, son gastados en proyectos, muchas veces que no tienen ninguna utilidad, para satisfacer las necesidades de los megalomanos que participan de un gobierno. Se podrá argumentar que no podemos esperar a resolver todos los problemas para invertir  en tecnología, pero se confunden. Acá no estamos pidiendo que no se gaste en tecnología (o Fórmula 1), y que se gaste en otra cosa. El pedido es sencillo, dejen de tomar por la fuerza lo que no les pertenece.

Otra aberración de este estilo se está gestando a nivel nacional. En este caso, no es para evidenciar a gran escala esa mala asignación de recursos, si no para dejar al descubierto como las decisiones individuales y privadas pueden, y deben, según los gobiernos, ser sustituidas por las decisiones de funcionarios. Se llama artepolis, una especie de muestra de arte, organizada y financiada por el estado, que en palabras de Cristina Kirchner, es muy posible que se lleve adelante:

«Debemos hacer un Artepolis como hicimos Tecnópolis. Los argentinos nos debemos un Artepolis», propuso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner esta tarde, en el acto de lanzamiento del Plan Nacional de Igualdad Cultural. «La producción de arte y contenidos y la conexión de los trabajadores de la cultura es fundamental», agregó.

El individuo, como ser humano privado con consciencia, es negado por el gobierno. El trabajador, al que constantemente se hace referencia, no es una persona que tiene gustos, prioridades personales, y que busca su propio bienestar, el trabajador solo es valorado como factor que aporta a la riqueza del estado mediante el pago compulsivo de impuestos. Por eso mismo, una vez más, este tipo de proyectos imponen los consumos culturales de las personas, que son desconocidas como seres únicos e irrepetibles, y son aglutinados en ficciones como «los trabajadores».

Este, y todos, los gobiernos, se atribuyen una serie de actos en nombre de otros, cuando la realidad es que ese acto en su esencia constituye la negación de la existencia de cada uno de los otros, es todo parte de un mismo ciclo. Un gobierno que genera las condiciones para interferir en cualquier tipo de prosperidad (no confundir prosperidad con LCD y vacaciones a Mar del Plata), termina generando dependencia, y se aprovechan de esta para crear este circulo vicioso, que es muy dificil ponerle fin.

Muy difícil, no imposible.

La farsa de la Igualdad

Winning

Desde chicos

Competimos y tratamos de diferenciarnos de los demás prácticamente desde la cuna. Competimos con nuestros hermanos por la atención de nuestros viejos. Competimos con nuestros primos por ser la estrellita de la reunión familiar y ganarnos la sonrisa de la abuela. Hacemos un esfuerzo por diferenciarnos de nuestros hermanos, en especial de los hermanos mayores. Si a ellos les gustan los Beatles, a nosotros nos gustan los Stones. Si ellos son metaleros, nosotros somos punkies. Nos esforzamos por no quedar últimos en el Pan y Queso del fulbito de la cuadra y cada partido es como la final del mundo. Cantamos cantitos de victoria algunas veces y nos vamos con bronca a casa otras, sabiendo que nos espera la revancha.

Nos peleamos con nuestros mejores amiguitos para ver el papá de quién es más súper, quién tiene antes la mejor Tortuga Ninja, quién hace más metros de willie con la bici, quién salta más, quién pega más fuerte, quién come más chizitos y papitas en un cumple, quién agarra más caramelos en la piñata.

Y en este intento por diferenciarnos y competir, nos juntamos y colaboramos con otros que están en la misma. Entrenamos con los pibes del barrio para salir campeones de un torneo de fútbol. Hacemos el pase de gol a ese que no nos cae tan bien pero suma a la gloria del equipo al convertir. Armamos una banda de música con amigos y tratamos de encontrar “ese” sonido que nos va a diferenciar del resto de las bandas que están haciendo todas lo mismo. Hacemos grupo en la facultad con esos que sabemos que suman y con los que hacemos las cosas mejor, más rápido y más divertidos. Nos sacamos buenas notas y destacamos a fin de conseguir becas y mejores opciones laborales.

Banda de Titanes

Mis amigos son unos atorrantes

Cada tanto, consagramos a esas personas que se realmente la rompen en aquello que nos gusta tanto. A esos que hacen de forma maravillosa esa actividad con la que tanto nos identificamos. Ese guitarrista que hace “cantar” a la viola. Ese futbolista que la mueve como nadie y es ídolo del mundo. Esa actriz que todas quieren ser y con la que todos queremos estar. Ese escritor que plasma en palabras eso que sentimos muchísimo mejor de lo que nosotros mismos podríamos. Y premiamos a toda esta gente, al mismo tiempo que nos premiamos a nosotros mismos disfrutando de su obra y existencia. Vamos a sus recitales, compramos sus libros, alentamos su gambeta, vemos sus películas. Cada tanto les “robamos” o, mejor dicho, nos “inspiramos” en algo de ellos que resuena con nosotros y adoptamos alguna forma de vestir, de ser, algún acorde, alguna frase o forma de hacer las cosas. En ellos nos vemos reflejados a nosotros mismos y a ciertas formas en las que nos gustaría ser o resaltar.

Competimos y tratamos de diferenciarnos. Está en nuestra naturaleza. ¿Será debido a alguna cosa que quedó en nuestro cerebro primitivo donde se asocia a lo diferente o los que ganan la competencia con algún tipo de Status? ¿Será que ese status permitía acceder a las mejores cosas a nuestros antepasados? ¿Será lo que los fue llevando a desarrollar la civilización hasta donde está hoy en día? ¿Realmente importa?

Competimos y tratamos de diferenciarnos en las cosas más diversas. Arte, deportes, ver quién aguanta más en una casa en la tevé, quién sale con la más linda o con el más canchero, quién es el que más onda le pone a un grupo, o el más buenazo, o el que hace los mejores chistes, las jodas más pesadas, los comentarios más incisivos. Y nos juntamos con aquellas personas con las que tenemos más cosas en común, aquellas que nos caen bien, aquellas con las que nos entendemos al instante, las que nos ayudan a lograr nuestros objetivos y objetivos nuevos que no teníamos antes de conocerlos. Y “discriminamos” a esas personas con las que no nos llevamos, que no nos suman, con los que nada tenemos en común o que, simplemente, nos caen mal.

A pesar de que pasamos nuestra vida haciendo esto, un grupo de personas creen en esa cosa maldita llamada “igualdad”, que para ellos no es “tener la misma dignidad y derecho a nuestro proyecto personal de vida” sino que quieren “uniformizar”. Así es como en el colegio te sientan con ese pibe con el que nada tenés en común, te visten igual que todos, quieren que aprendas lo mismo, que formes filas, que no pases tiempo con tu mejor amigo, que “incluyas” en tus juegos a los que no te bancás. Y el esfuerzo es fútil, porque la campana nos salva para ir a juntarnos con quienes queremos, hacer lo que queremos, usar la ropa que queremos abajo de ese guardapolvo blanco. El cancherito sigue siendo así por más que le pongan amonestaciones, el tímido no deja de serlo por usar el mismo uniforme, el inteligente se aburre en clase y el vago, vago siempre será y buscará nuevas formas de zafar y copiarse.

No conformes con habernos robado 6 horas por día, 5 días a la semana, 40 semanas por año, 12 años de nuestra vida, no habiendo conseguido absolutamente nada más que hacernos odiar la educación, siguen queriéndonos imponer qué hacer de nuestras vidas y tratando de que seamos “iguales”. Las marcas de ropa tienen que hacer todos los talles, no vaya a ser que alguien se sienta mal porque no le entra el pantalón talle S. Reglamentan a qué hora podemos ir a divertirnos y a qué hora no. Hasta qué hora podemos adquirir alcohol. Dicen que no se puede dejar a nadie afuera de un lugar de acceso público, cuando es lo que estuvimos haciendo toda nuestra vida. No puede haber un código de vestimenta porque eso sería “discriminar”. Curiosamente, discriminamos desde la cuna con quién somos amigos, con quién salimos, con quién nos ponemos de novios, con quién nos juntamos.

Pero claro, para este grupo de personas tenemos que ser “iguales”, o sea “uniformes”.

uniformizados

Finally...they will all be equal...

Es bien sabido que, cuando vamos a bailar, suele haber sectores “VIP” con tratos “preferenciales” a donde solo pueden acceder amigos del dueño, personas con dinero, gente de la farándula (la que, curiosamente, tiene ese “status” gracias a la sociedad toda), jugadores de fútbol, modelos y otros. ¿Qué diferencia a estas personas de nosotros? En el fondo, absolutamente nada. Simplemente, están del otro lado de la valla, tal vez tengan más guita, más contactos o más habilidad en alguna actividad que nosotros. ¿Por qué están ellos de ese lado y nosotros no? Probablemente solo sea por decisión del dueño o los administradores del lugar. ¿Está bien sentirme discriminado? ¿Es acaso distinto de lo que hemos tratado de hacer toda nuestra vida, es decir, competir, diferenciarnos y juntarnos con la gente que resuena con nosotros?

¿Y qué pasa si eso me hace sentir mal, si me hace sentir menos? Personalmente pienso que si te sentís menos simplemente por estar del otro lado de una valla, te lo merecés. Esas ganas de “ser como los que están del otro lado” hacen que no puedas disfrutar de la vida, ser vos mismo, descubrir lo que realmente te gusta y conectarte con la gente que realmente le puede dar valor a tu vida. Por otra parte, las veces que he estado del otro lado, me he pegado unos emboles tremendos. Definitivamente no es para mí.

Pero los “uniformizadores” desprecian la diferenciación y la competencia. Quieren que todo sea como ellos quieren. Quieren ser los que mueven los hilos. Quieren ser los reconocidos. Quieren ser “los que trajeron la igualdad”. Y quieren hacer esto imponiendo su moral a los palazos, utilizando el monopolio de la fuerza ¿Será esto la consecuencia de una baja autoestima? ¿Los habrán elegido siempre últimos en el Pan y Queso? ¿El facherito del curso les habrá robado la chica que les gustaba? ¿O la linda y popular se habrá quedado con su mejor amigo y galancito? ¿O es simplemente una megalomanía que tiene adentro cierta gente, que no puede ser feliz sin decirle a otro qué hacer?

Tengo un mensaje para esta gente, que generalmente se dedica a la política o pertenecen a ONGs (bancadas con fondos públicos): no importa lo que hagan, no importa cuánto lo quieran, LA UNIFORMIZACIÓN NO ES POSIBLE. No existe ni siquiera en estructuras rígidas como las fuerzas armadas, dado que sus escuadrones de elite y pilotos dejan de usar los uniformes reglamentarios, personalizan sus aviones y cascos, usan “nombres clave”, existen héroes y leyendas. Incluso la permanencia hace que se vistan y actúen distinto (pregúntenle a sus viejos cómo es que los colimbas que estaban por terminar de cumplir su tiempo tenían tratos preferenciales y usaban la gorrita para adelante).

Gi-Joe

Tropa de Elite...perfiles diferentes, habilidades diferentes, personalidades diferentes = éxito asegurado

La tribu obembe

Modas tribales en un mundo apocalíptico

Aunque consigan su perverso deseo de destruir la riqueza de todo el mundo, prohíban todo tipo de hobby y competencia, nos hagan vestir a todos con las mismas grises ropas y aprender exactamente lo mismo, LA UNIFORMIZACIÓN NO SERÁ POSIBLE. Siempre existirá alguien más vivo, más pensativo, alguien que silbe mejor, que tire chistes, que sonría, que sea más linda o más fachero, alguien que nos caiga mejor, alguien que no nos dé pelota, alguien a quien ignoremos, alguien que haga el trabajo más rápido y mejor. Y siempre, siempre existirá alguna especie de “JetSet” esos grupos que muchas veces marcan las tendencias y modas (más no sea rompiéndose las grises ropas de nuevas formas) y al que muchos querrán pertenecer.

Les pido a los uniformizadores que hagan algo más productivo de su vida, y que intenten ser felices sin imponerle su moral a nadie. Si tienen problemas de autoestima baja o vacíos existenciales, vayan al psicólogo o terapeuta correspondiente y de su preferencia. Pero que si están en la función pública se dejen de hacer idioteces y se dediquen a lo importante: DEFENDER LOS DERECHOS INDIVIDUALES DE LAS PERSONAS, LA VIDA, LA LIBERTAD, LA PROPIEDAD Y LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD.

Esto último, en mi experiencia personal se encuentra, justamente en la competencia (contra uno mismo y contra los demás), en la diferenciación (encontrar realmente quién uno es) y en la colaboración con todas esas personas que piensan y sienten como uno.

Liberen a Kony

A comienzos de esta semana comenzó a circular en las redes sociales y blogs, un llamativo video que hacía referencia a un tal Joseph Kony, que lidera el Ejercito de Resistencia del Señor, y está llevando adelante una campaña para establecer un estado teocrático cristiano en una región de Uganda. Para lograr ese objetivo, ha asesinado a miles de personas, participado en mutilaciones, violaciones, y ha secuestrado niños que son enviados a la guerra.

Probablemente, la semana pasada Kony era simplemente el sobrenombre de una Constanza amiga, hoy todos saben que lleva adelante una masacre en el país que alguna vez supo gobernar otro sanguinario, Idi Amin. Todo esto se pudo conocer gracias al video de una ONG que comenzo a difundirse de forma viral por la web:

Resulta que el objetivo de este grupo es proponer algo que aquellos que quieren asociarse con las causas bienintencionadas ven con buenos ojos: imperialismo humanitario. Lo que la ONG, Invisible Children, está proponiendo es generar una presión internacional para que haya una intervención militar en la región, y se pueda detener a Kony.

En primer lugar, la idea de que millones de personas se sumen a la iniciativa de una invasión militar para detener a Kony es algo preocupante. Como si los recuerdos de lo que fue la intervención militar en Irán, Irak o Libia, no fuese suficiente, la idea de involucrar a tropas extranjeras invadiendo un país como si fuesen los justicieros del mundo no solo debería preocupar, sino que es hasta peligrosa.

Para completar la locura de la propuesta de esta oscura ONG, resulta que los fondos que consiguen en parte son para financiar «viajes y gastos» del staff, y sólo el 31% de las donaciones se dirige hacia el fin «benéfico», más aún los fondos son dirigidos al gobierno de Uganda, que ha hecho sus propias atrocidades, al mismo nivel, o peor, que Kony.

El título de este post es una provocación, no estoy a favor de Kony, ni de sus brutalidades, pero tampoco estoy a favor de una campaña mundial que tenga como objetivo iniciar otra guerra, más bombardeos, más soldados, y más dinero gastado en, principalmente, asesinar inocentes.

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¿Qué es la riqueza?

Mc Pato en su bóveda

La riqueza....estancada.

Para algunos puede ser andar por la calle con un auto de alta gama. Para otros puede ser viajar por el mundo a todo trapo. O comprarse la casa de sus sueños. O poder salir todos los días a alcoholizarse en diversos lugares de divertimiento nocturno. O tener el tiempo para leer libros y culturizarse. O poder dedicarse a vivir de lo que a uno le gusta. O todas juntas. O una cantidad infinita de variantes.

Las ideas de lo que es “ser rico” son tantas como personas existen en el mundo y totalmente subjetivas. Pero hay algo que es común a todas ellas, que es la posibilidad de acceder a los bienes y servicios deseados para esa vida de “riqueza”, gastando la menor cantidad de tiempo en generar los recursos necesarios para obtenerlos.

Así, podemos definir Riqueza como “la capacidad de acceder a la mayor cantidad de bienes y servicios al menor precio posible”. Esto será aplicable a una persona, a un grupo de personas o a una región con sus habitantes.

Claro que nuestro progre amigo vendrá a decirnos cosas como “Eh, ¿pero qué pasa con las diferencias entre los que más tienen y los que menos tienen? ¿Qué pasa con la distribución de la riqueza? ¿Eh?”. La verdad que a mí la diferencia entre los que más tienen y los que menos tienen, me tiene totalmente sin cuidado. A mí me interesa que no haya pobres. Después, si alguien quiere tener un trillón de dólares en una bóveda cual Mac Pato, que lo haga (justamente, esto es lo que NO HACEN los que más tienen… excepto el tuerto, que se hacía llevar los billetes en fajos de Euros, pero bueh, esos son como los Chicos Malos). La “distribución de la riqueza” sería, según la definición, igual para todos, dado que todo bien y servicio tendría el menor precio posible. Esto haría que, justamente, “los que menos tienen”, sean más ricos (podrían comprar más comida, mejores ropas, viajar mejor, proveerse educación, en especial por tener más tiempo libre para dedicarle, etc.).

¿Cómo sería esto beneficioso para la sociedad como un conjunto?

Simplemente permite que cada uno lleve a cabo su proyecto de vida, de la forma más fácil posible.

¿Querés ser un empresario inescrupuloso que se llene de guita vendiendo algún producto lo más caro que puedas? Adelante, tenés todas las herramientas para hacerlo, y toda la competencia para que eso te sea lo más difícil posible.

¿Querés tener un laburo que te dé guita suficiente para vivir y hacer tranqui lo que te gusta? Cuanta más riqueza haya, menos vas a tener que trabajar para eso.

¿Querés ascender en la pirámide social y capitalizarte para dejarles un futuro mejor a tus hijos? A mayor riqueza, más acceso a bienes de capital, más acceso a “capitalizarse como persona” (cursos, tiempo de estudio, etc.), más acceso a posibilidades de inversión.

¿Querés dedicarte a la filosofía y leer e intercambiar pensamientos con tus correligionarios? Probablemente tengas que trabajar algunas horas para tu supervivencia, pero a mayor riqueza, menos horas serán las que haya que dedicarle a eso.

¿Cómo se aumenta la riqueza?

Mejorando procesos industriales existentes, mediante reingeniería (bajando costos y precios, al mismo tiempo que se provee más calidad o confort). Esto se hace PARA GANAR PLATA, no porque los empresarios sean buena gente.

Mediante la adquisición o el desarrollo de máquinas y herramientas que aumenten el rendimiento. O sea, aumentando las tasas de capitalización.

Proveyendo nuevos bienes y servicios, que tal vez antes eran inimaginables.

Dejando morir a las empresas que ya no cumplen con las expectativas de los consumidores.

Con laburantes que se convierten en emprendedores, gracias al ahorro.

¿Cómo se destruye la riqueza?

Mediante impuestos progresivos, que gravan más a los que proveen los bienes y servicios más aceptados y premiados por el mercado.

Mediante la imposición de normas y regulaciones en las industrias, por parte de personas que jamás proveyeron ni un bien ni un servicio y no saben nada de la misma. Estas normas, regulaciones y burocracias, son casi imposibles de cumplir por empresas chicas o por emprendedores que recién están empezando.

Mediante la imposición de sindicatos únicos bancados por el estado.

A través de sentencias judiciales que no permiten que las empresas crezcan o se achiquen con una velocidad que se adapte a los requerimientos de los consumidores.

Mediante la inflación, que distorsiona totalmente los precios relativos entre bienes y servicios, a la vez que impide el ahorro.

Con medidas proteccionistas que prohíben el ingreso de productos y servicios que pueden ser mejores y/o más baratos (la definición de riqueza), para beneficiar a unos pocos empresarios amigos del que pone las reglas.

Con subsidios a industrias obsoletas, poco competitivas y que no pueden brindarle a los consumidores los bienes y servicios que desean al precio que están dispuestos a pagar.

Con altos impuestos al consumo y al trabajo, que hacen que más y más gente se quede afuera del mercado, a la vez que aumentan los precios de bienes y servicios.

 Finalmente, una reflexión

Los políticos se encargan de resaltar que la pobreza es una virtud, que van a hacer todo lo que hacen por los pobres y que qué bueno es que haya pobres. La definición de pobreza, contrapuesta a la de riqueza es “la capacidad de acceder a menos y peores bienes y servicios, al mayor precio posible”.

Ahora, preguntate qué hace el estado y si los RESULTADOS de las medidas aplicadas se acercan a una sociedad con más riqueza o a una sociedad con más pobreza.

¿Quién termina beneficiado, al final, en una sociedad con más pobreza?

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Los frenos del estado

Te van a decir muchas cosas.

Te van a decir que es consecuencia de las «privatizaciones» de los’90. Te van a decir que es consecuencia de que estaba ausente el estado. Te van a decir que era una tarea pendiente del proyecto nacional-socialista (nac&pop). Te van a decir que la gente viajaba en el primer vagón, porque estaban apurados. Te van a decir que los empresarios gastaban los subsidios en negocios financieros. Te van a decir que esto entierra los últimos vestigios del proyecto neoliberal, y debe haber una solución superadora. Te van a decir que los van a querellar porque ellos también son víctimas. Te van a decir que es una lástima, porque murieron trabajadores. Te van a decir que si era un feriado, y no un día laborable, tal vez, no moría tanta gente.

Te van a decir esto y muchas cosas más. Te lo van a decir y te lo dijeron.

El trágico accidente ocurrido a comienzos de la acotada semana número ocho del año, no fue un accidente. Era previsible que ocurriera, lo pudo preveer  una autora americana en una novela de 1957, lo podía preveer cualquiera.

Esta vez hay que poner un punto final, y hablar claro. La responsabilidad no fue del gobierno. Por supuesto, son los máximos culpable de que haya sucedido la tragedia, varios funcionarios deberían renunciar y otros ir presos, pero no tuvieron la responsabilidad de que esto pasara. Los responsables de que haya sucedido esto es el 90% de los argentinos que han elegido, durante los últimos años, una alternativa que lleva a resultados como estos.

Para ellos es facil dispensarse de la responsabilidad, con tan sólo decir que el estado estuvo ausente, que fue todo lo contrario lo que votaron, que esto pasó por la culpa de empresarios inescrupulosos, se sienten liberados. Pero el estado no estuvo ausente. Si el accidente  ocurrió fue justamente por todo lo contrario, fue porque el estado estaba presente, estaba muy presente. Este es un argumento que trasciende a oficialistas u opositores, los primeros afirman que es una «tarea pendiente aumentar la presencia del estado», los segundos dicen que fue un «estado ausente» el responsable de que los frenos del ferrocarril no frenaran. No hay diferencia.

Está postura disociada de la realidad, tanto del kirchnerismo, como de la llamada oposición, se debe a que en el fondo, ambas se encuentran unidas por la adoración al estado. Ninguno de ellos ha sabido reconocer que el estado fracasó, más aún el estado nunca fracasa, o el estado no estaba presente, o no estaba suficientemente presente, pero el estado hubiese tenido éxito en frenar al tren, creen ellos.

La misma arrogancia presente en las medidas que intentan regular estilos de vida, fijar precios, manejar la producción de las fábricas, y diseñar los modelos de negocios de cada empresa, está presente a la hora de manejar una línea de tren, aunque en este caso los 51 muertos los dejaron más expuestos, que las cientos de víctimas anónimas que día a día padecen sufrimientos por el accionar del estado, y que son ignoradas por todos, o víctimas de un diagnostico equivocado.

Se podrán decir muchas cosas acerca de la administración de los trenes: que fue privatizado, que fue negligencia de la concesionaria, que el estado no controló lo que debía controlar, podrán decir todo eso, pero nadie estuvo más acertado que Alberto Benegas Lynch (h) para analizar en serio el accidente de la línea sarmiento:

No se trata de insinuar que una empresa privada no pueda tener accidentes, muy lejos de ello. De lo que se trata es de señalar que si la empresa se politiza los incentivos para mejorar resultan bastardeados ya que son otros los que pagan los platos rotos, sin embargo, la empresa privada, en la medida en que no presta buenos servicios es desplazada del mercado. Hasta la forma en que se toma café y se encienden la luces resulta completamente diferente en un organismo estatal respecto de lo que ocurre en una empresa privada. Por otra parte, la misma constitución de lo que se denomina una “empresa estatal” significa despilfarro puesto que los siempre escasos factores productivos se canalizarán en una dirección distinta de la que hubiera decidido la gente si se les hubiera permitido hacer uso del fruto de su trabajo.

Para comprender de forma integral la tragedia, el artículo que cito acá arriba es de lectura obligada.

El problema de frenos no está en las  formaciones de la línea Sarmiento, el problema de frenos lo tiene el estado, que intenta acaparar, manejar y planificar cada uno de los espacios en que lo dejan, o quiere pasar. Un estado que constantemente fracasa, y que, por más buena voluntad que se le ponga, seguirá fracasando.

El Amor y la Noche en manos del Estado

Era una noche cualquiera en Buenos Aires. Caminaba por las calles de Palermo rumbo a un bar, para encontrarme con amigos en nuestra clásica salida de tragos y levante. A último minuto habíamos tenido que cambiar de punto de encuentro, porque la noche anterior la policía había clausurado el bar del que éramos habitués. Un joven había denunciado frente al INADI que se le había impedido ingresar al local por estar vistiendo indumentaria deportiva… ¡discriminación!

Por la vereda de enfrente una pareja venía peleándose. Era una escena cada vez más común: como las indemnizaciones por dejar a una persona después del período de 3 meses de prueba habían escalado hasta un nivel absurdo, no importaba qué tan insoportable resultara la vida juntos, ninguno se animaba a dar el primer paso hacia una separación. Otros, en cambio, tomábamos la ruta alternativa: una vida de promiscuidad y rehuirle al compromiso. Una suerte de «amor en negro».

Liberty Beer

En 1984 tenían Victory Gin; acá tenemos Cerveza Liberty.

Entré al bar y me dirigí hacia la barra para pedir una cerveza. Error. Tendría que haber pedido una cerveza con alcohol. Siempre me olvido. Así como hace unos años suprimieron la sal en las mesas de los restaurantes para proteger a nuestra salud de nosotros mismos, ahora había que pedir explícitamente que nuestras bebidas alcohólicas tuvieran efectivamente alcohol.

En la otra punta de la barra, un grupo de anglosajones muy facheros trataba de ahogar sus frustraciones en gin tonic. Uno se acercó y me preguntó en un castellano rústico qué significaba «Nac&Pop». Si bien es cierto que las argentinas siguen siendo las más lindas del mundo, nadie les explicó a estos pobres gringos que las políticas proteccionistas del país ahora también se estaban aplicando al rubro de las relaciones humanas. El lema de las últimas propagandas oficiales era «por cada argentina que se acuesta con un extranjero, hay un argentino que se va a dormir solo y triste». Y evidentemente todos los grupos que habían encarado se habían dejado lavar el cerebro, y les decían que no «para proteger a la industria nacional». En otra época lo normal habría sido indignarse y gritar «¡xenofobia!», pero hoy por hoy a todos les parece bien.

Llegaron los chicos. Después de la obligada ronda de estupideces, inspeccionamos el campo de juego. La mesa con más actividad estaba presidida por un tipo de evidente clase alta: bien empilchado, reloj brillante, celular último modelo. Lo acompañaban varias femmes, y en la mesa había frapperas con champagne y vinos espumantes varios.

«Billetera mata galán» – me comenta Nico.

«No por mucho más» – contesto preocupado.

Y probablemente fuera cierto. Los megalómanos dementes que habitan el Congreso y la Rosada estaban debatiendo un proyecto (¡presentado por la oposición!) que consistía en una especie de «subsidio al levante»: un voucher para que usen en salidas «de lujo moderado» aquellos que no tienen plata para impresionar chicas. ¡Ya no iba a hacer falta ser divertido, interesante, culto, tocar algún instrumento, jugar bien a la pelota, hacer trucos de magia, saber escuchar, y demás talentos!¡El Estado nos iba a dar a todos las mismas oportunidades! (sí, el mismo Estado que perseguía a los artistas callejeros, exigía licencia para hacer magia, clausuraba los lugares para música en vivo, no dejaba que importaran libros, y aplastaba tu capacidad creativa e intelectual con años de adoctrinamiento obligatorio… ¡quería que VOS tengas levante!). Nadie se puso a pensar que, como marca la evidencia histórica, la mayoría de los fondos destinados a ese plan iba a terminar financiando las salidas a todo trapo de punteros políticos y playboys amigos del poder.

Encaramos algunos grupos. En un momento casi me vi tras las rejas, cuando después de que un homosexual me tocara el culo le grité «¡¡qué hacés…. chabón!!». Menos mal que reprimí la palabra con «p», sino —INADI mediante— me habría ganado la expulsión del local (nunca pensé que me iba a salvar la noche un «puto» reprimido).

Lo ideal últimamente era que no te encariñaras demasiado con nadie en particular, porque la llamada del día después se había convertido en una lotería: con un sistema similar al impuesto a las ganancias, si habías cosechado algunos números de teléfono, estos eran socializados para repartir entre los menos afortunados. Y si justo desaparecía el que más querías conservar… mala suerte. Esto lo pudieron hacer gracias a la digitalización: argumentando «protección del medio ambiente» prácticamente desapareció la producción de papel, con lo cual la única forma de agendar un contacto es a través de tu celular personalizado e intransferible (junto con la producción de papel, claro está, desaparecieron la libertad de expresión y la privacidad).

Traté de despejar mi cabeza y decidí redoblar mis esfuerzos para concretar algo hoy, ya que mañana no tenía la noche disponible para mí; tenía una cita a punta de pistola con Dios-sabe-quién. El gobierno había lanzado hace unos meses el plan «Solos y Solas», en donde todos recibíamos caridad romántica compulsiva. Una de cada siete noches de mi semana era administrada por el Estado, que decidía Dios-sabe-cómo quién era nuestra cita idónea para esa semana. «Cruzan bases de datos», decían algunos; «tienen un grupo de gitanas-brujas-burócratas que tiran la posta«, teorizaban otros. Nadie parecía sorprenderse del hecho de que a las que administraban el sistema siempre les tocaba salir con el galán que gozaba de sus 15 minutos de fama en la tele o el teatro, o a los funcionarios con la modelo top de la semana.

El hecho era que, pese a que muchos nos opusimos porque pensábamos que eramos capaces de hacer nuestra gestión de citas nosotros mismos mucho mejor que un burócrata, la ley se aprobó, y era salir con la persona asignada o ir en cana por incumplimiento del deber civil. El argumento de los socialistas fue:

Caridad romántica compulsiva

Dos medias naranjas violentadas por el Estado

«¿Y qué pasa si llegás a los 40 y no conociste a la persona adecuada?¿quién se va a hacer cargo de que estés solo y no te quiera nadie?¿También me vas a decir que podés gestionar tu propia jubilación mejor que el Estado? Ja, ja, ¡contate una de pistoleros!»

Imposible explicarles que si esas noches me hubiesen dejado salir con quien yo quería, habría tenido más chances de encontrar a la persona ideal para mí, si es que existe. Y sinó, ¿quién me quitaba lo bailado?

Evidentemente, el Estado podía quitarme lo bailado.

El DJ se pasó un poco con el ritmo, provocando primero que un joven lo marcara con el pie, y luego que una señorita empezara a mover las caderas. Error fatal. Además de que la canción no estaba aprobada en la Playlist Oficial Año 2025, el bar contaba con habilitación «local tipo C – no bailable». Un inspector infiltrado de civil vio toda la escena y procedió a la clausura, dejándonos a nosotros de patitas en la calle y al dueño del bar con un agujero en su economía.

Finalmente habíamos alcanzado esa panacea que prometían las palabras del Duce: «Todo dentro del Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado». Música para los oídos de las masas.

Volviendo a casa, me shockeó el último cable de Télam proyectado en la telepantalla del colectivo: el Congreso estaba por aprobar una ley importantísima ¿El nombre? Proyecto Prima Nocte.

Proyecto Prima Noctes

Así se habría visto si hubiese papel

Realidad o Atlantis

TrainWreck

Se fue todo al carajo.

Qué lindo era escribir esta semana sobre los delirios de los feriados, el carnaval eterno, las ostentaciones de Boudou o las forradas de Moreno. Hoy, sin embargo, no me sale el sarcasmo, ni la ironía ni algún que otro chiste. Estoy flotando en una nebulosa que mezcla amargura, resignación y unos tremendos sentimientos de derrota.

Se estrelló un tren.

Se estrelló un tren abarrotado de gente, mucha más de la que debería llevar.

Se estrelló un tren obsoleto, que data más o menos de los años 50.

Se estrelló un tren que corre diariamente por unas vías oxidadas e inseguras.

Se estrelló un tren en el que la mitad de los pasajeros no paga el boleto.

Se estrelló un tren deficiente, operado por gremio y emprebendarios corporativistas.

Se estrelló un tren  que el que lo usa no lo paga, el que lo paga no lo usa y el que lo paga lo hace con plata ajena.

Se estrelló un tren que presta un servicio no a los usuarios sino al relato de una Reina y su séquito de adulones.

Se estrelló un tren y hubo muchos muertos e incontables heridos.

Inmediatamente se me vino a la mente una parte de La Rebelión de Atlas, esa genial obra de Ayn Rand que, en lugar de ser usada para prevenir muchas cosas, parece que la están usando como manual de instrucciones para el funcionamiento del estado.

En dicho capítulo se descomponía la locomotora eléctrica de un tren que debía atravesar un largo túnel. En el tren viajaba una figura política importante que reclamaba llegar a tiempo, a como dé lugar. En este mundo mediocrizado y venido a menos que nos presenta Rand, no hay otra locomotora eléctrica para reemplazarla a tiempo. Pero ante la demanda del funcionario, todos los trabajadores de esta empresa cuasi estatizada enchufan el tren a una locomotora a carbón (previo sutil y tácito deslinde de responsabilidad cada uno) y mandan el tren hacia su destino. Mueren todos los pasajeros asfixiados cuando el túnel se llena de humo.

A continuación de mostrarnos los responsables directos de esta negligencia, Rand da también algunos detalles de pasajeros al azar del tren. Cito el texto a continuación:

Se dice que las catástrofes tienen básicamente su origen en la casualidad y algunos habrían afirmado que los pasajeros del Comet no eran culpables, ni responsables de lo que les estaba sucediendo.

El hombre que ocupaba el dormitorio A, en el primer vagón, era un profesor de sociología que enseñaba que la habilidad individual no tiene consecuencias, que el esfuerzo individual es inútil, que una conciencia individual representa un lujo innecesario, que no existe ninguna mente, carácter o logro de naturaleza individual, y que son las masas, y no la persona, lo que cuenta.

El ocupante del compartimento 7, en el segundo vagón, era un periodista que había escrito que es propicio y moral utilizar la fuerza «por una buena causa». Creía poseer el derecho a hacer uso de la fuerza física sobre otros, estropear vidas ajenas, ahogar ambiciones, estrangular deseos, violar convicciones, aprisionar, despojar y asesinar por todo aquello que, a su modo de ver, constituyera lo que representaba su idea de «una buena causa». No era precisamente una idea, ya que nunca pudo definir lo que consideraba bueno, sino que había declarado simplemente que se dejaba guiar «por cierto sentimiento», no limitado por ninguna clase de sabiduría, ya que consideraba que la emoción superaba al conocímiento y se basaba simplemente en sus «buenas intenciones» y en el poder de un arma.

La mujer que ocupaba la litera 10, en el tercer vagón, era una profesora de avanzada edad que había pasado su vida transformando una clase tras otra de indefensos niños en grupos de infelices cobardes, a quienes enseñaba que el deseo de la mayoría es el único patrón para medir el bien y el mal; que una mayoría puede hacer lo que quiera; que no es preciso resaltar la personalidad de cada uno, sino obrar como los otros obren.

El ocupante del camarote B, vagón número 4, era un editor de periódicos que sostenía que los humanos son malvados por naturaleza y están incapacitados para la libertad; que sus instintos básicos, si no se los controla, son la mentira, el robo y el crimen, y que, en consecuencia, deben ser conducidos con mentiras, robos y crímenes, actos que constituyen un exclusivo privilegio de losgobernantes, a fin de forzarlos a trabajar, enseñarles a ser morales y mantenerse dentro de los límites del orden y la justicia.

El viajero del dormitorio H, vagón número 5, era un empresario que había adquirido su negocio, una mina de metal, con la ayuda de un préstamo otorgado por el gobierno, en el marco de la Ley de Igualdad de Oportunidades.
El hombre que viajaba en el compartimento privado A, del sexto vagón, era un financista que había amasado una fortuna adquiriendo acciones ferroviarias «congeladas» y haciendo que sus amigos de Washington las «descongelasen».

El hombre en el asiento 5, coche número 7, era un obrero convencido de tener «derecho» a un empleo, sin importarle si a su empleador le interesaba, o no, contar con sus servicios.

La ocupante de la cabina 6, vagón número 8, era una disertante convencida de que, como consumidora, tenía el «derecho» a ser transportada, sin que importara si la empresa ferroviaria deseaba, o no, brindarle el servicio.

El hombre del camarote 2, vagón número 9, era un profesor de Economía que abogaba por la abolición de la propiedad privada, explicando que la inteligencia no desempeña ningún papel en especial dentro de la producción industrial; que la mente humana está condicionada por las herramientas materiales; que cualquiera puede dirigir una fábrica o un ferrocarril, ya que sólo es cuestión de conseguir la maquinaria adecuada.

La mujer del dormitorio D, vagón 10, era una madre que acababa de colocar a sus hijos en la litera superior, arropándolos cuidadosamente y protegiéndolos de corrientes de aire y de vaivenes del tren; su esposo ejercía un cargo en el gobierno y hacía cumplir regulaciones que defendía con estas palabras: «No me importa pues sólo perjudican a los ricos. Después de todo, tengo que velar
por mis hijos».

El pasajero del compartimento 3, vagón número 11, era un pusilánime neurótico que escribía comedias, en las que, como mensaje social, insertaba cobardemente pequeñas obscenidades, encaminadas a demostrar que todos los empresarios son villanos.

En la litera 9, vagón 12, había un ama de casa que se creía con el derecho de elegir a políticos, de los cuales no sabía nada de nada, para que controlasen gigantescas industrias, de las cuales tampoco sabía nada de nada…
El camarote F del vagón 13 estaba ocupado por un abogado que en cierta ocasión manifestó: «¿Quién, yo? Siempre me las arreglaré bajo cualquier sistema político».

El ocupante del cuarto A, vagón número 14, era un profesor de filosofía que enseñaba la inexistencia de la mente (¿Cómo sabemos que el túnel es peligroso?}’, de la realidad (¿Cómo demostramos que el túnel existe?); de la lógica (¿Por qué insistimos en que los trenes no pueden moverse sin fuerza motriz?); de los principios (¿Por qué nos dejamos dominar por la ley de la causa y el efecto?); de los derechos (¿Por qué no atamos a cada individuo a su tarea por la fuerza?); de la moralidad (¿Qué es moral en el manejo de un ferrocarril?); y de los valores absolutos (¿Qué importa si vivimos o morimos?); era un catedrático que enseñaba que no sabemos nada (¿Por qué hay que oponerse a las órdenes de un superior?); que no podemos estar seguros de nada (¿Cómo saben que tienen razón?); y que debemos actuar de acuerdo con el impulso del momento (No irá usted a arriesgar su empleo, ¿verdad?).

El ocupante del salón B, vagón 15, era un joven que había heredado una gran fortuna y que no dejaba de repetirse: «¿Por qué debe ser Rearden el único a quien se le permita fabricar su metal?».

El hombre del dormitorio A, vagón 16, era un filántropo que había dicho: «¿Los hombres de habilidad? No me importa que sufran, ni si pueden soportarlo; deben ser castigados para apoyar al incompetente. Francamente, no me importa que sea justo o no. Me enorgullezco de no garantizar ninguna justicia a los más hábiles cuando son los más necesitados quienes necesitan piedad»

Estos pasajeros estaban despiertos y no había nadie en todo el tren que no compartiese conellos una o varias de sus ideas. Cuando el tren entró en el túnel, la llama de la antorcha Wyatt era lo último que se veía.

Claramente los pasajeros de ninguno de las dos catástrofes (ni los de la realidad, ni los de la ficción) son responsables directos, así como tampoco el resto de la población.

Sin embargo, cabe preguntarse cuánto de lo que hacemos y cuánto de lo que hacen los otros no es una colaboración a la gran película que hace que estas cosas sucedan. Cuántas acciones pequeñas pero constantes hacen que estas tragedias sean cada vez más frecuentes.

Colabora con estas circunstancias:

– Aquel que piensa que “está bien que haya un poco de inflación” y, al mismo tiempo quiere que los servicios se le presten a tarifas congeladas peso/dólar.

– Aquel que piensa que está bien que hay que promover la “industria nacional” mediante trabas o, directamente, restricciones a las importaciones y no mediante la verdadera competencia y productos de calidad (Cuántos repuestos para trenes, energía, micros y otros no están entrando por culpa de un gorila como Moreno?).

– Aquel que aplaudió la confiscación de los fondos de pensión de los demás para que los administre el fantástico e infalible estado.

– Aquellos que están orgullosos por haber “recuperado” Aerolíneas Argentinas y muy conscientes de que “debe haber una Aerolínea de Bandera” (administrada por el estado y dilapidando recursos de los contribuyentes).

– Aquellos que piensan que el estado está para “controlar” a los privados, desde un banco hasta en la casa de quién se fuma o cuánta sal le ponés a la comida, sabiendo bien que los burócratas no pueden controlar ni los servicios que ellos mismos prestan.

– Aquellos que piensan que el problema de este gobierno es de formas y no de fondo, y que, con buenos modales van a poder administrar a todo y todos, pero eficientemente.

– Aquellos que, luego de haber visto cómo le sucedían cosas así a los demás (accidente del Sarmiento y los colectivos, asaltos a diario, etc, etc.), prefirieron poner el voto a los mismos, no vaya a ser “que se rompa la economía” y no se puedan comprar el último blackberry.

– Aquellos que insisten con que hay que cumplir con las normas de esa aberración conocida como la Comisión Nacional de Regulación de Transporte. Esos que se ponían a apretar a una línea de colectivos que prestaba un servicio mucho mejor y diferencial.

– Aquellos que recibieron y reciben subsidios que son bancados con los impuestos que pagan otros.

En fin, por acción u omisión, todo un país cómplice de la tragedia. Un país que, a pesar de haber visto, sigue creyendo que el Estado mágicamente va a sacar la incertidumbre de sus vidas y marcarles y asegurarles el camino a seguir desde la cuna hasta la tumba. Ahí tienen al estado. Ahí están los frutos del estatismo recalcitrante.

Podría ponerme a escribir sobre las ventajas de un sistema de transporte de plena competencia y todas esas cosas que ya sabemos. Podría incitar a la rebelión fiscal y a la resistencia civil. Podría arengar sobre lo buena y benéfica que es la libertad.

Pero hoy no.

Hoy simplemente me terminé de dar cuenta cuánto vale para la mayoría de los argentinos la vida humana: una blackberry y un puto plasma ensamblados en Tierra del Fuego.

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