Por qué los argumentos morales son superiores a los utilitarios

Lo explica Robert Higgs:

«[S]in embargo, precisamente debido a la guerra  interminable de «expertos» , uno nunca puede asegurarse que una vez que una persona fue persuadida de que la libertad es más beneficiosa, al menos respecto a una situación X, esa persona haya decidido adoptar por completo las ideas liberales. Si alguien fue convencido a través de evidencias y argumentos esgrimidos por el «experto» pro-libertad, fácilmente podrá volver a convertirse en un partidario de la intervención gubernamental en base a la evidencia presentado por un «experto» anti-libertad.  Como dije  alguna vez John Maynard Keynes al contestarle astutamente a alguien que le preguntó sobre sus posiciones fluctuantes, «Cuando los hechos cambian, mis pensamientos cambian. ¿Qué hace usted, señor?. Si los liberales decidimos luchar por la libertad solamente basándonos en argumentos consecuencialistas, la guerra  por la libertad será eterna. Aunque algunos puedan aceptar esta idea bajo la premisa de que «la eterna vigilancia es el precio de la libertad», este tipo de lucha ideológica es bastante desalentadora, dado que las fuerzas que se oponen a la libertad contra las que los liberales  debemos luchar poseen cientos de veces más tropas y miles de veces más dinero para adquirir munciones.

En contraste, una vez que un liberal haya persuadido a alguien que la intervención del gobierno está mala, al menos en ciertas situaciones, si no en todo momento, hay una posibilidad mucho menor de que aquél vuelva a su posición anterior de apoyar las medidas coercitivas del gobierno contra gente inocente. El liberalismo, apoyado en la piedra moral, es mucho más fuerte y duradero que el que se apoya en las arenas movedizas de los argumentos consecuencialistas, que por necesidad son tan convicentes como los argumentos y la evidencia que hoy se presentan. Entonces, si deseamos agrandar las filas de liberales, estamos bien advertidos que plantear un argumento moral por lo menos como parte de nuestros esfuerzos. Por supuesto que mostrarle a la gente que la libertad funciona mejor que el control estatal, no dañará a la causa. Pero confinar nuestros esfuerzos a lo que digan un puñado de pseudo-expertos en un momento dado, como mucho, nos condenará al éxito transitorio.»

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El desafío de Francisco

Cuando un político asume la presidencia de un país se suele decir que los primeros meses de gobierno vive una «luna de miel» con la sociedad. Es el primer período del mandato en el cual el gobernante todavía no tuvo tiempo para incumplir las promesas que esgrimió durante la campaña electoral. Además, con el resultado fresco en las urnas, la legitimidad del líder, según una perspectiva tradicional, todavía se sustenta en el numero de votos recibido.

Salvando las distancias, la algarabía y emoción que generó la elección del nuevo Papa, especialmente en Argentina su país de origen, se puede enmarcar dentro de esta ventana en la cual todavía el tiempo no transcurrió el tiempo necesario para poder juzgar su accionar ante los desafíos que enfrenta. Francisco está viviendo su luna de miel, potenciada por la demagogia de que caracterizó a los primeros días de su pontificado.

Pero, ¿qué va a pasar una vez que termine este período y el ojo crítico se ubique sobre la conducta papal? Solamente el transcurso de tiempo nos dará la respuesta.

A pesar de la pérdida de poder sobre el mundo secular que sufrió la Iglesia Católica en los últimos 200 años, hay todavía muchos asuntos que nos deben importar, incluso a quienes no profesamos esa fe, o ninguna fe. Son varios los problemas y desafíos que deberá enfrentar el Papa argentino.

Poco se puede decir acerca de las posturas retrogradas de la Iglesia frente a la homosexualidad, el aborto, el matrimonio gay, y un sinfín de temas sociales en los cuales se mantuvo incólume en sus  2000 años de vida. Al fin y al cabo, se tratan de posturas de una organización privada y se encuentra protegidas por la libertad de expresión. En todo caso, el problema que representan estas posiciones son para los legisladores y jefes de estado que se dejan influir por una doctrina medieval.

Sin embargo, no todos los hechos reprochables que se le puede hacer a la Santa Sede se mantienen en plano de las opiniones y las divergencias de criterios. La influencia espiritual, y el poder derivado de la fe, ha sido la puerta de entrada para la existencia de miles de casos de abuso sexual por parte de sacerdotes católicos en todos los niveles eclesiásticos.

En todo el mundo florecieron denuncias de abuso sexual por parte de miembros del clero católico, entre 1940 y 2000 hubo decenas de miles de investigaciones por abusos sexuales de niños y adolescentes. El Informe John Jay, encargado por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, documenta más de diez mil casos de abusos, atribuidos a 4392 sacerdotes en aquél país. Los casos se extienden a lo largo y ancho del mundo, aunque las diócesis de Estados Unidos, Irlanda y Alemania, concentran gran mayoría de los casos.

La reacción de la Iglesia frente a esto ha sido sistemática. El silencio, el ocultamiento y la obstaculización de las investigaciones penales fueron algunas de las actitudes tomadas frente a estos casos. Las estrategias varían, una de las más utilizadas es la de mover a los sacerdotes abusados hacia otras parroquias para evitar su detención, a pesar de que en muchas oportunidades esto trajo aparejada la aparición de victimas en las nuevas parroquias.

Respecto de las acciones tomadas por los últimos dos Papas, Juan Pablo II y Benedicto XVI, las opiniones son encontradas. Por un lado, se les reconoce haber comenzado a poner sobre el tapete este tema que aqueja a la Iglesia. Por el otro, se ha considerado su actitud demasiado pasiva ante la semejante relevancia que tiene el tema.

En definitva, este es probablemente uno de los pocos temas en el que el Papa tiene una influencia directa en el mundo secular, y que es factible que pueda hacer algo para cambiar la dirección de la Iglesia en este sentido. Con muchos adjetivos se puede describir la imagen que dió en sus primeros días de papado, pero al final del día son pocos los asuntos que nos importan a los que no tenemos interés alguno sobre la vida diaria de los monarcas que aún quedan en pie.

 

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La tarea más difícil

La ardua tarea de la difusión y aceptación de las ideas liberales está caracterizada por un número de obstáculos que se interponen entre los que emitimos el mensaje y aquellos que están dispuesto a escucharlo. Estos obstáculos son exclusivos del liberalismo. Otras vertientes ideológicas como  el socialismo, el fascismo o el desarrollismo, por nombrar solamente algunas, no deben superar esos escollos por ser propuestas políticas de una naturaleza completamente distinta.

En el marco de la competencia dentro del mercado de las ideas políticas, el liberalismo se encuentra en desventaja. Las ideas liberales, a diferencia del resto de las postura políticas, gozan de una particularidad: el liberalismo no propone programa de gobierno alguno ni sus propuestas se basan un rol activo del gobierno para abordar los fines que se propone. O como  dice José Benegas el liberalismo no es un programa de gobierno, es un programa de «des-gobierno». En otras palabras, la respuesta más común que ofrece un liberal sobre qué debería hacer el estado ante una situación determinada es nada o casi nada.

A partir de este momento es cuando los liberales nos enfrentamos al primer problema. Mientras que nosotros no tenemos un plan de acción, aquellos que sostienen ideas que derivan del estatismo pueden proponer una solución para cada problema. Más allá de que después la mayoría* de esas soluciones terminen en un fracaso rotundo, en caos o en una crisis y sin solucionar nada, la posibilidad de brindarlas es un punto a favor de los estatistas.

Es que la gente, luego de atravesar un proceso de décadas de avance del estado sobre la sociedad civil en todos los ámbitos  es más propensa a receptar positivamente a alguien que le ofrece soluciones mágicas a sus preocupaciones, que a aquellos que pueden ofrecer una alternativa sensata a sus problemas pero desde la humildad de aceptar la incertidumbre como una variable más.

Los liberales estamos ante una tarea mucho más complicada que explicar una propuesta política, debemos explicar que sucedería si el gobierno deja de hacer lo que está haciendo. Es decir, la ardua tarea a la que nos referimos al comienzo del post es la de explicar los principios básicos de la economía, el funcionamiento de la oferta y la demanda, la definición el sistema de precios como información para la toma de decisiones, la ley de Say, la ley de asociación de Ricardo, la imposibilidad del calculo económico en el socialismo, y muchos otros conceptos que ni siquiera economistas consagrados logran comprender correctamente.

Otro factor adicional que complica aún más la tarea de un liberal es la falta de arrogancia en sus postulados. Una vez más aquí los estatistas llevan las de ganar. Es habitual escuchar a los partidarios de la intervención estatal diagnosticar un problema, describir su solución (la que en general ya ha sido probada, y ya ha fracasado, pero esto no lo consideran un impedimento), y finalmente afirmar que implementadas esas medidas se producirán los resultados esperados. Los liberales, al contrario, carecen de esa posibilidad de asegurar un resultado más allá de lo que se puede explicar desde la economía, o desde la ética, esto se debe a una cuestión básica la imposibilidad de predecir como actuarán los individuos ante las situaciones que se les presenten. Muchas de las preguntas que se suelen plantear en los debates políticos, en realidad, no tienen ninguna respuesta.

Veamos algunos ejemplos. Un caso clásico, que además está vigente en la Argentina del Siglo XXI, es el de los controles de precios. Ante la inflación, y el consecuente aumento de precios, un estatista propone la aplicación de controles de precios. Esto — diría nuestro estatista — terminaría con el imperio de los formadores de precios cuyo único fin es abusar de la gente. Por el otro lado, un liberal diría que para terminar con la depreciación del signo monetario simplemente hay que dejar de emitir y derogar las facultades del estado para emitir moneda y establecer una monea de curso legal. Sin embargo, ante los oídos absortos de la gente con la mágica propuesta del estatista, el liberal tiene poco que hacer. Es definitivamente más atractiva una solución simple y fácil de entender que introducirse en los oscuros conceptos detrás de un sistema monetario, como lo pueden ser la oferta y demanda de dinero, el sistema bancario de reserva fraccional, el dinero fiduciario, el patrón oro, el free banking, la creación secundaria de dinero, etc. (para los interesados en el tema recomiendo The Mystery of Banking [PDF] de Murray Rothbard)

Estas dificultades, reconocidas por todos, sobre lo que implica la introducción a la sociedad de una propuesta liberal  ha traído consecuencias nefastas. Muchos liberales han decidido optar por una opción más sencilla, a pesar de que ello signifique claudicar el objetivo de vivir en una sociedad libre, y se han posicionado dentro del segmento estatista que se ubica dentro de lo que aseguran que hay que hacer algo activamente para abordar una situación determinada. De esta manera surgen engendros que luego de su fracaso son atribuidos al liberalismo, cuando en realidad se trata de una rama más de las tanta que poseen las ideas estatistas.

 

Es por este motivo que los liberales debemos hacer un mayor énfasis en estar empapados de las ideas que defendemos, por lo menos en lo que respecta al plano económico. La educación, y primero la propia, es la base de todo el andamiaje de un proyecto político liberal exitoso. Conocer las distintas variables que afectan el funcionamiento de la economía y cómo la intervención del estado inclina la cancha en favor del poder político, y los que tienen fácil acceso a él, y finalmente cómo ese accionar siempre termina por perjudicar al individuo indefenso ante el aparato estatal. Es ese contacto constante con las ideas que constituyen una sociedad libre lo que después nos permitirá poder expresarlas con mayor sencillez para una mejor comprensión de nuestros interlocutores.

El esfuerzo debe recaer en  no sucumbir ante la tentación de la arrogancia estatista para ser mejor percibidos por los no-liberales. La labor de educar a la sociedad, de devolverle la responsabilidad que alguna vez les secuestró el estado, y la promoción de los principio sde una sociedad libre es una tarea que no sucede de la noche a la mañana. Un proceso de 100 años no puede ser revertido en media hora. No obstante, pregonar este mensaje ofrece resultados muy gratificantes, por más pequeños que sean.

El foco debe mantenerse, y las esperanzas debe ser lo último en perderse.

*Hay que reconocer la eficacia del estado en la violación de derechos en general, como el asesinato masivo, el secuestro, la corrupción, el robo, y los avances sobre los derechos de propiedad de los demás.

 

La importancia de cuestionarse todo el tiempo

Hoy no voy a escribir sobre el liberalismo, ni sobre el gobierno argentino, ni sobre la falta de libertad en el mundo, ni es una queja furiosa contra lo mal que están las cosas.

Creo que nunca escribí una reflexión personal en el blog, y menos con una historia autorreferencial. Pero voy a intentarlo igual.

En algún momento de mi infancia, no puedo recordar la edad que tenía ni el motivo por el cual ocurrió, alguien me regaló mi primer reloj de pulsera. Estaba muy contento, porque ya tenía amigos en el colegio que tenían reloj, y yo por primera vez en la vida, iba a tener el mío propio y podría saber la hora en cualquier momento (no se para qué me serviría saber la hora, pero estaba muy emocionado). Le pedí a mi mamá que me ayude a ponerme el reloj, y ella lo calzó en mi muñeca izquierda. Y así pasó mi primer día usando orgullosamente el flamante reloj en la mano izquierda.

 

El objeto del deseo de toda mi generación. Lamentablemente mi reloj no era ni remotamente parecido a éste.

El objeto del deseo de toda mi generación. Lamentablemente mi reloj no era ni remotamente parecido a éste.

Al día siguiente, miré el reloj, y sentí que algo estaba mal. Me saqué el reloj y me lo puse (o pedí que me lo pusieran) en la mano derecha. No pasó mucho tiempo para que empezaran los cuestionamientos de los demás: «¿Por qué te cambiás de mano el reloj?», «Jaiekcito, el reloj se usa en la mano izquierda», «¿Sos zurdo?». Me llegaron cuestionamientos de todo tipo, sobre todo porque la mayoría de la gente (todos los que conocía en ese entonces, que no eran muchos) usa el reloj en la mano izquierda y así se suponía que debía ser utilizado. Y al final, mi respuesta a todas las inquisiciones fue «¿Por qué no?, me gusta más así.»

Después de un tiempo fui encontrando motivos por el cual sería conveniente usar el reloj en la mano izquierda. Cada vez que estaba utilizando mi mano de derecha, en ese tiempo principalmente o dibujando, o haciendo la tarea para el colegio, o tomando la chocolatada, me daba cuenta del gran impedimento que tenía si quería, justo en ese instante, saber qué hora era. «Zas, era por eso!». Se encendió la lamparita en mi cabeza y ya la respuesta de por qué debería usar el reloj en la mano izquierda no era «porque todo el mundo lo hace» sino que se había convertido en «si sos diestro, te va a resultar mucho más cómodo». Pero yo necesitaba eso, necesitaba saber que no era una costumbre sin sentido. Tenía que experimentar el usar el reloj en la mano derecha para saber dónde me resultaba más cómodo.

Seguramente pensarán que a partir de ese momento comencé a usar el reloj en la mano izquierda. No señor; hasta el día de hoy, en el que ya entré en la cuarta década de mi vida, uso el reloj en la mano derecha. La verdad que no me preocupa para nada no poder ver la hora al mismo tiempo que estoy haciendo otra cosa con mi brazo derecho, me gusta más así, mi reloj actual no tiene perillas que se incrusten en mi mano, y sobre todo, es un recordatorio de que cuestionar ciertas creencias populares, costumbres sociales e incluso la propia rutina, es un sano y muy importante ejercicio de razonamiento y autodescubrimiento. El cuestionamiento, incluso de las ideas de uno mismo, es lo único que nos puede hacer crecer como personas, alejarnos de los dogmas, abrazar el pensamiento crítico y establecer nuestro propio sistema de valores.

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