Salud Pública

Frontiers

El próximo paso

Cual Schiavi en la publicidad de la SUBE, tengo que decir “mirá que te lo avisamos con tiempo, eh” y “¿te dormiste?”.

Mirá que venimos repitiendo una y otra y otra vez cuáles son las consecuencias de “proteger la industria nacional” y dejar en manos de un burócrata qué productos pueden pasar de un lado a otro de una línea imaginaria.

Más de una vez me han dicho cosas como “Prefiero que se cree trabajo para un argentino a que un ricachón se compre un iPhone”. No sé si los defensores gratuitos de estas ideas lo hacen por ignorantes o por resentidos con que alguien tenga guita. Sea como sea, el “trabajo argentino” se convierte en una carta blanca para que el estado y el gobierno hagan lo que se le canten con las importaciones.

Después de eso, vienen con la idea fantástica de la “balanza comercial”, una idea que no resiste dos minutos el análisis de un nene de 5 años (hay que sembrar una gran ignorancia en las mentes de las personas para que esta idea sea aceptable). Cuenta la leyenda estatista que es exportar es mucho más beneficioso que importar. Esto es una falacia, ya que el que exporta lo hace para pasar de una situación menos beneficiosa a una más beneficiosa. Y lo mismo pasa con el que importa.

Si exporto, cambio productos por dólares. Si importo, cambio dólares por productos. En el medio puede haber cantidad de intercambios de dólares por productos internos, incluyendo moneda nacional. Les pregunto a los genios del estatismo: si ingresan muchos más dólares por exportaciones, que los que salen por importaciones ¿en qué beneficia a “todos los argentinos”? ¿Tienen los papeles verdes algún poder mágico que nos hace más felices, más ricos, hacen crecer más las plantas o purifican el aire? ¿En qué me beneficia a mí que un agroexportador tenga más dólares en su cuenta del banco o abajo de su colchón?

Claro que, el truco está en que esa “balanza” es medio mentirosa. El que exporta tiene que entregar los productos y el estado lo obliga a cambiar los dólares por pesos al cambio oficial. Así, el que se queda con los dólares es el estado. Y acá es donde la “balanza” balancea. Se usan esos dólares “excedentes” para importar energía subsidiada y para pagar deuda. El único beneficiado por más exportaciones que importaciones es solamente la actual gestión estatista, que se permite derrochar los dineros públicos para atraer un caudal electoral mayor.

Las exportaciones, son el precio a pagar para poder importar, justamente para estar mejor. Y no al revés como nos quieren hacer creer.

En este punto el lector se preguntará qué tendrá que ver esto con la salud. Por más que estúpidos como Moreno y la reina no se hayan dado cuenta, en el siglo XXI el mundo se globalizó y, para nuestro beneficio, podemos hacer uso de bienes y servicios generados a millones de kilómetros de distancia. Es así que muchas industrias fabrican sus productos en un solo lugar y luego hacen la distribución a escala global (por cierto, para aquellos a los que les importa “que la gente tenga trabajo”, la logística y distribución genera muchísimo más trabajo que la producción). Estos bienes y servicios van desde autos hasta computadoras, zapatos, celulares, ropa y MEDICAMENTOS.

Cuando desde un despacho burocrático se traban o cierran las importaciones DE TODO ¿qué creen estos inútiles que va a pasar? ¿Que por arte de magia van a aparecer los productos adentro del país? ¿Que las fábricas se van a montar solas y automáticamente? ¿Que negocios no rentables en el país por un tema de escala se van a volver rentables?

Y así es que, por un tema de cuántos dólares van a tener a su disposición, generan una escasez donde antes no la había. Hay faltantes de todo, en especial de medicamentos, en especial de esos medicamentos que la gente necesita para esas boludeces como…..seguir viviendo.

¿Qué le deberíamos contestar a alguien del 54% que votó por proteccionismo y fronteras cerradas que ahora se queja que no puede conseguir un medicamento importado?

¿Qué deberíamos decirle a esos parásitos sin escrúpulos que se viven llenando la boca con cosas como su “fantástico sistema de salud pública” y, llegado el momento no te dejan acceder a un medicamento que necesitás? ¿Acaso podemos creer que estas personas están interesadas en la salud de alguien?

Economía a los palos. Bienvenidos al Siglo XVI.

Portar

Texto de José Benegas publicado originalmente el 19 de mayo de 2011 en No me parece.

Portar de un lado a otro. Trasladar un bien desde la posición A a la posición B. La economía no estudia el cambio de posición de los bienes, a lo sumo se interesa en los medios para realizar el movimiento, en las necesidades que se satisfacen con el transporte. Pero la posición A del bien o B por sí misma no importa. Después viene la frontera, un concepto que está fuera de la economía y pertenece a la política, es consecuencia de guerras de conquista o de acuerdos entre organizaciones políticas. La frontera es un límite al alcance territorial de una determinada autoridad. Si existe libertad a través de ella pasan las personas y también las mercaderías. La posición A de un bien (Uruguay) o B (Argentina) es una cuestión exclusivamente política. Le importa a la autoridad.

Argentina y Uruguay carecen de vida, no nacen, mueren ni se reproducen. Son etiquetas políticas nacionales, convenciones. No son más reales que el sector de la cancha que corresponde al equipo Blanco y el que pertenece al equipo Negro, cuyo sentido se encuentra en el juego, nunca fuera del juego. Se podría portar un bife de chorizo del lado de la cancha que pertenece al equipo Blanco al que corresponde al Negro. Sería una “ex”-portación para los blancos y una “im”-portación para los negros. Ni para el juego ni para la economía ese hecho tendría trascendencia alguna. Salvo que una autoridad decidiera que puede decidir que mercadería pasa de un lado al otro del terreno de juego, entonces la exportación y la exportación pasarían a ser un asunto político. Los bienes no trasponen los límites que la autoridad quiere así nomás sin pagar un rescate al que ostenta el uso de la fuerza, pero ni el equipo Blanco ni el Negro estarían en si interesados en la portación ni tampoco en los deseos monetarios de esa autoridad. Ni unos ni otros jugadores podrían ser convencidos de que su pertenencia a la blanquitud o a la negritud ameritarían que la rivalidad se extendiera a otra cosa que no fuera la competencia deportiva, ni se dejarían engañar por esa autoridad si les dijera que les conviene apoyar la restricción, ni tampoco aceptarían que el paso del bife de chorizo desde el campo de los blancos a los negros tuviera otro valor que el paso del bife de chorizo del campo negro al blanco.

El proceso necesita algo de mitología para ser aceptado. Digamos que la cancha es más grande, suficientemente grande como para convertirse en más trascendente que la satisfacción de las necesidades de las personas, que parezca esa cancha algo tan poderoso que mereciera cierto respeto especial. Le llamaremos ahora un lado de esa cancha gigante Uruguay y a otro Argentina. Pertenecemos entonces a una u otra cosa de peso, desde chicos se nos dirá que un trapo con determinados colores simboliza lo que somos, como la camiseta de los equipos mencionados. En esa dimensión, y después de que pasaron tantos héroes por nuestra memoria y vemos que el mundo entero es una división de campos de juego que pertenecen a determinadas autoridades y que a esos sectores pertenecen todos, pasamos por la experiencia de que sea una cuestión de cada autoridad saber a dónde vamos cuando cruzamos una frontera, aprendemos que esa autoridad, si es necesario o inclusive si no lo es, será quién velará por nuestras necesidades “más importantes”. A partir de ahí es fácil convencer a la gente de que hay una cosa que se llama exportación, que consiste en la salida de un bife de chorizo desde un campo de juego al otro, y otra que se llama importación que sigue el itinerario contrario. Y se puede llegar más lejos, a que el instinto desaparezca y la población crea que gana cuando pierde el bife de chorizo porque se va y que pierde si un repollo entra a su sector. La fórmula es tan exitosa para quienes la venden que no será esto una confusión sólo de la gente en general, sino de los economistas, que a ese fenómeno que de económico en sí no tiene nada (aunque tenga consecuencias económicas la irrupción de la autoridad, como la tendría la caída de un meteorito sobre nuestras vacas) merece ríos de tinta.

En la cancha el equipo Blanco y el Negro miran un tablero y saben cómo va el partido. También los espectadores se entretienen con eso. Es divertido. Agreguémosle entonces al juego un tablero que mida la cantidad de bifes de chorizo que salen contra la cantidad de repollos que entran. Pero sumémosle la economía monetaria porque si no los espectadores se van a dar cuenta de que no suena razonable festejar la salida de los bifes de chorizo, sino la entrada de los repollos. Y no queremos que nadie se dé cuenta de nada. Entonces mediremos en esa tabla, llamémosle “balanza comercial”, cuantas divisas entran y cuántas salen. Para los espectadores será ahora más emocionante ver crecer la cantidad de divisas que entran cada vez que se exportan bifes y las que salen cuando se importan repollos ¡Claro! Estamos mejor cuando tenemos muchas cosas ¿Y qué son las cosas? ¡Plata! Tener mucha plata es mejor que tener muchos bifes.

¿Para qué sirve la plata? ¡Para comprar cosas! ¿Entonces tener mucha plata y que eso no signifique conseguir muchas cosas no será al pedo? No se preocupen, jamás se harán esa pregunta. Convirtieron la realidad en un juego. Así como no importa que la victoria del equipo Negro sobre el Blanco tenga otro sentido que la diversión, tampoco interesará si el tablero de la balanza comercial le sirve a alguien para algo, más allá de los titiriteros.

Pero exportar implica importar. Salen bifes de chorizo y entran divisas. Es decir se importan divisas exportando bifes de chorizo. Y las divisas no nos dan de comer por si solas. Si con ellas no se pudiera importar algo, no tendrían ningún valor. Es necesario exportarlas para obtener el valor que justifica y convierte en negocio a la exportación. Aunque el que exporta no use sus divisas las acepta porque tienen valor (y se las puede vender) para otro que importa. Sin el importador, el exportador no tendría beneficio alguno exportando, por más que el tablero del jueguito de la estupidez nacionalista fuera un primor y sonara una chicharra con el “equilibrio de la balanza comercial” y dos con el “superávit”. Si esas divisas son emitidas por otro gobierno encima, el superávit sería de una gran ayuda para financiar el gasto público de ese país, al que en general odian los que aman al tablerito.

Algo tan simple como que lo que se importa importa. O que la característica de importarle algo alguien es la misma cosa que valorizar lo que se importa, solo puede desaparecer si se plantan ilusiones de competencias que no existen, si se hace a la gente jugar, se la encasilla, se la convierte en miembros de una nación luchando contra otra.

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