En la carrera para ver quién es el político más bueno, simpático y amable, el último paso lo ha dado el vecino porteño Mauricio Macri.
El último proyecto buenista del PRO es la inauguración del “Paseo de la Historieta”, una “iniciativa que forma parte de Construcción Ciudadana y Cambio Cultural, una unidad de proyectos especiales que depende de Jefatura de Gabinete de Ministros” que consiste en la realización de un recorrido de esculturas que representan a clásicos de la historieta nacional, como Isidoro Cañones (que para los chicos de hoy representa tan poco como He-Man) o Mafalda. Todos buenos y simpáticos.
Además de las esculturas, como todo se hace en nombre de las propiedades curativas del arte[1], el camino estará decorado con murales pintados por “reconocidos artistas” y “señaléticas en luminarias que guiarán el camino”.
Hasta aquí todo maravilloso. Los niños no entenderán nada, pero seguro que los padres de alguna generación podrán encontrarle algún disfrute al paseíto, sobre todo dado que la “entrada” es gratuita.
Ahora bien, ¿no se detuvo Mauricio a pensar todas las cosas que podrían hacerse con el dinero que va a destinar al Paseo de la Historieta? Alguno pensará que es mejor invertir en hospitales que en decorar de una manera más alegre –y cultural, por supuesto – los espacios públicos de la Ciudad. Pero pensemos en otra cosa: ¿qué tal si ese dinero nunca hubiera sido manejado por el ministerio?
Es decir, si al municipio le sobran unos billetes y por tanto decide gastarlo en un divertido y amigable paseo de la historieta, ¿por qué no mejor devolverlo al lugar de donde lo tomó en primer lugar, el bolsillo de los ciudadanos?
¿Pensará Macri que de no existir su “intermediación”, el buenazo museo no existiría? Y si este fuera el caso, ¿quiénes son él y sus ministros para juzgar mejor que nosotros qué hacer con el dinero que ganamos?
¿O es acaso que si él devolviera el dinero a la gente y se privara de realizar sus simpáticos proyectos no podría ampliar su aparato y clientela política con lo que tendría que empezar a pagar de su bolsillo la imagen de canchero-pro-cultura-popular que quiere difundir?
Alguna vez lo comentamos, la lógica macrista no es distinta a la lógica de los Kirchner en estos temas.
Por un lado, creen que ellos (personas de carne y hueso igual que nosotros) son los más aptos para decidir cómo gastar o invertir aquello que ganamos con nuestro trabajo.
Por el otro, ambos aprovechan que la mayoría de los ciudadanos paga impuestos para financiar todo tipo de campañas que son puramente políticas, de corto plazo y que no sirven para nada (en serio, ¡para nada!) más que para aumentar su propia imagen en las encuestas.
Por suerte, a menudo, ni siquiera eso consiguen.
[1] “Construcción Ciudadana y Cambio Cultural, una unidad de proyectos especiales que depende de Jefatura de Gabinete de Ministros, y que fue creada con el objetivo de generar políticas públicas que fortalezcan la identidad y el sentido de pertenencia, promuevan la participación ciudadana y el ejercicio de valores comunes, y fomenten el respeto por las normas de convivencia, con el fin de lograr cambios culturales para una mejor calidad de vida de todos los que viven y transitan la Ciudad.”http://www.buenosaires.gov.ar/noticias/paseo-de-la-historieta
Hay notas que suelen pasar bastante desapercibidas en los medios. Y se entiende. El desabastecimiento de nafta, la inflación, Cristina lamentando su viudez y los abominables crímenes que azotan a nuestra población acaparan toda la atención.
Sin embargo, hay un tema que me desvela. En la edición online del diario La Nación de hoy hay una nota de Ángeles Castro referida al “casco histórico” de nuestra querida ciudad.
¿De qué se trata? De ahora en más, si la ley te incluye en la nueva delimitación, no podrás modificar la fachada del edificio, nadie puede construir algo de más de 32 metros, y no se pueden agregar nuevas marquesinas publicitarias. ¿Y todo esto por qué? ¡Pues claro! Para proteger el patrimonio histórico de la ciudad.
Más allá de la novedad, lo que me llama la atención es la cantidad de simpatías, loas y felicitaciones que esta nota ha suscitado en el grupo de variadísimos comentaristas del diario. Las alabanzas van desde cosas como “Muy auspicioso que haya salido esta ley. Todo lo que vaya en dirección de proteger el patrimonio, vale” hasta reflexiones más trascendentales como “¡Qué buena noticia! Una ciudad que respeta su patrimonio construido, reafirma su identidad” y aún gente que exige profundizar el modelo proponiendo “…hacer algo parecido con ciertos edificios en los barrios…”. En fin, la diversidad en los comentarios sólo va de muy bueno a superfantástico.
Ahora bien, empecemos por definir qué es el patrimonio histórico. ¿A qué se refiere la legislatura porteña cuando habla del APH? ¿Es aquello que ellos, muy expertos todos en construcciones, deciden que debe preservarse y qué puede transformarse en shopping? ¿Y por qué ellos? ¿Quién es el señor Di Stéfano para arrogarse la voluntad de todos y decidir sobre este tema? ¿Quiénes son ellos para decirle a un industrial o emprendedor que su edificio debe tener sólo 32 metros? ¿Dónde está escrito que la función del gobierno es velar por la armonía arquitectónica del territorio?
Por otro lado ¿Qué significan los 192 edificios protegidos que no pueden demolerse y que debe mantenerse la fachada? ¿Quiere decir que, por ley, obligaremos a las personas que legítimamente compraron estos departamentos a incurrir en gastos extra para mantenerlos cuando quizá no tenían pensado hacerlo? ¿Cómo lo pagarán?
¿O será que de ahora en más utilizarán nuestro dinero para que esos propietarios no sólo tengan la fachada bien mantenida sino que (puesto que tienen el mantenimiento subsidiado) el precio de su inmueble se vaya a las nubes? Porque no querría pensar que lo que hay detrás es una nueva empresa que (¡oh, casualidad!) se dedica a mantener edificios antiguos y cuyo único cliente pasa a ser el gobierno porteño.
Y por último ¿por qué tanta gente aplaude la medida? Las razones no las conozco, pero el hecho es que parecen ser muchas.
Entonces, si tanta gente apoya estas ideas, no sería mejor crear la fundación “Preservamos los Edificios que nos Parece que Tienen un Valor Especial”. ¿Cuál es la necesidad de sumarme a mí a la causa cuando no me interesa en lo más mínimo si la calle Florida cambia su fisonomía? ¿No se trata de una imposición arbitraria?
Si queremos tener un gobierno democrático, su esencia debe pasar por el respeto de la voluntad de las minorías. Y ni el patrimonio histórico, ni el crecimiento con equidad, ni la preservación de la cultura pueden aceptarse como excusa para que ese principio se viole.
Es una lástima que el PRO, que desea presentarse como alternativa al fascismo gobernante, incurra sistemáticamente en los mismos errores.
Tiempo atrás nos referimos al problema que traía aparejado perseguir judicialmentea alguien por expresar sus ideas, pensamientos o sensaciones, por más abominables que éstos nos parezcan.
Poco después, Fito Páez vomitó insultos contra “la mitad de Buenos Aires” y levantó una polémica enorme por haber tratado mal a los votantes. ¿Cómo se permite semejante osadía? Sobre el asunto se escribieron artículos enteros descalificando sus dichos y criticando su actitud antidemocrática, por sobre todas las cosas. Aquí, en cambio, discutimos sus ideas.
Ahora bien, luego de las primarias, como ganaron los que no le gustan a la Sociedad Rural Argentina (pero sí a los artistas), quienes se llevaron el premio al exabrupto fueron sus representantes.
Hugo Biolcati sugirió que a los argentinos lo único que les interesa es tener un LCD y mirar a Marcelo Tinelli mientras que el país va camino al iceberg. Otro nuevo ataque de flanco hacia el supuesto egoísmo de los votantes, y hacia el elemento esencial de la democracia, “el pueblo”, los que votamos (que es distinto a “Los que Vivimos”).
Probablemente, como ya le pasó a Fito, Biolcati también reciba su correspondiente citación judicial. Pero, por las dudas, ya tiene una colección de críticas para entretenerse. El típico “gorila”, de parte de Aníbal Fernández, “lo peor de la Argentina” y “se le salió la chaveta” fueron algunas de las reacciones.
Así las cosas, lo que en la Argentina parece imperar es una serie de temas sobre los que nadie debe opinar distinto, o bien si lo hace, disimularlo lo más posible si no quiere ser investigado por la justicia, por el INADI, o demonizado por Clarín o “6, 7, 8” (según corresponda).
El problema con esta actitud es que impide llegar a mundos mejores. Si las expresiones de Páez o de Biolcati son atacadas con violencia y denostadas de manera que la próxima vez piensen dos veces antes de opinar sobre la “voluntad popular”, nos quedaremos sin voces críticas. Y las voces críticas son esenciales al mundo por dos cosas:
En primer lugar, si las críticas son erróneas, el hecho de que hayan salido a la luz, nos da la posibilidad de contrarrestarlas, de oponer nuestra teoría y reforzar nuevamente su valor.
Por el contrario, si las críticas son acertadas (y creo que nadie pensó en esta posibilidad), entonces estamos ante la posibilidad única de dar un nuevo debate, y de encontrar sistemas que satisfagan mejor las necesidades de todos.
En el año 1600 Galileo Galilei salvó su vida al confesar bajo presión que su teoría sobre el movimiento planetario era falsa. Sin embargo, la Tierra gira alrededor del Sol.
Probablemente no sean Biolcati ni Fito Páez los Galileos de nuestra era.
Peroque no queden dudas que la actitud de persecución y vilipendio de cualquiera que critique ciertos asuntos de nuestra vida pública es la garantía más grande de que si hay un Galileo dando vueltas, nunca lo vamos a conocer.
La economía es una rama de la ciencia que admiro particularmente. El estudio de la acción humana orientada a la satisfacción de necesidades, que da lugar a la interconexión libre y pacífica entre las personas, no puede ser tomado como algo menor, o meramente técnico. Sin embargo, algunos economistas se empeñan en quitarle todo contenido humano.
Es así como el premio nobel Paul Krugman, abogado del déficit y de la expansión fiscal (sólo para momentos de “crisis”), propuso –a modo de exageración- que si la sociedad norteamericana tuviera que armarse en defensa de una supuesta invasión alienígena, el gasto que esto generaría reactivaría la economía de manera tal que una vez que se dieran cuenta que tal invasión era un invento, ya habrían salido de la crisis.
Más allá de que este razonamiento roza el disparate económico, me gustaría analizar el tema desde un punto de vista moral, desde qué concepto del hombre tiene detrás esta teoría.
El razonamiento sería el siguiente: El país está próximo a una recesión, o sea, pocas ventas, poca rentabilidad, empresas en riesgo, quiebras, despidos y el círculo se pone peor. Entonces, ¿qué hacemos? El que tiene plata –El Estado, que no tiene pero puede fabricarla- la inyecta en el mercado y eso hace que vuelva el consumo, vuelvan las ventas, vuelva la rentabilidad, y todos contentos. ¿Inflación, endeudamiento, impuestos más altos? Después vemos.
Lo importante es que los americanos vuelvan a consumir. ¡Malditos americanos que dejaron de comprar todos al mismo tiempo! ¿Cómo se les ocurre? Pensar en las causas parece ser demasiado esfuerzo.
Pero el gran problema que hay con este razonamiento que ataca el síntoma es dónde sitúa al ser humano. Es decir, se considera que si desde el Estado manejamos ciertas variables, entonces el mundo vuelve a la “normalidad”.
Ahora bien, ¿Qué somos, relojes? ¿Somos tornillos de un carburador que si está andando mal nos tienen que ajustar? ¿Cuál es la normalidad? ¿Es aquel mundo dinámico que hacen los hombres en uso de su libertad, o es aquello que Paul Krugman quiere que la normalidad sea?
¿Por otro lado, cuál es la función de los bienes en el mundo, satisfacer las necesidades humanas, o es el ser humano el que tiene que satisfacer la necesidad de los bienes de ser comprados?
Si bien la propuesta del premio nobel tiene un lado económico oscuro en cuanto a las consecuencias que generaría, hay algo más profundo detrás que necesita ser combatido. Somos seres humanos y animados, no objetos o fichas de un tablero de ajedrez.
No permitamos que «la economía», la estabilidad financiera o los ratings de S&P sirvan de excusa para que nos den el trato que le dan a las piezas de un motor y no dejemos que nos usen como herramienta para consumir, cuando el consumo es nuestra herramienta para sobrevivir y no a la inversa.
Escribir estas líneas para defender a uno de los personajes más abominables de la escena política actual sería intentar
Luis D'elía
defender lo indefendible. En ese sentido, mi interés es que la figura de Luis D’elía siga gozando del mismo rechazo público que goza hasta ahora y que si debiera modificarse un ápice, sea en menos y no en más.
Sin embargo, sí creo que hay algo que vale la pena repensar respecto de sus dichos y la posterior citación judicial que el líder piquetero devenido en fuerza de choque oficialista protagonizó esta semana.
D’elía es antisemita. Sus dichos, si bien fueron bastante light para lo que nos tiene acostumbrados, son absolutamente reprochables. No por los dichos en sí sino por lo que encarnan:
“El racismo es la forma más baja, más burda y más primitiva de colectivismo. Es la noción de atribuirle significado moral, social o político al linaje genético de un hombre – la noción de que los rasgos intelectuales y de carácter de un hombre son producidos y transmitidos por la química interna de su cuerpo. Lo que significa, en la práctica, que un hombre debe ser juzgado, no por su propio carácter y acciones, sino por los caracteres y acciones de un colectivo de antepasados.»
Teniendo en cuenta que Luis D’elía juzgó a Kravetz y a Tellerman por su pertenencia a un colectivo (religioso en este caso) más allá de su individualidad y los hechos de su vida que son lo que verdaderamente cuentan, podemos decir que lo de D’elía fue racismo puro (como lo describe Ayn Rand en “La Virtud del Egoísmo”) y, como tal, es execrable.
Ahora bien ¿es necesario que la policía cuente con una división Antidiscriminación para perseguir a los infelices que anden por la vida vomitando estas expresiones? ¿No es evidente que la única perjudicada con estas aseveraciones es la ya patética imagen de D’elía en la sociedad? ¿Y qué pasa con los que piensan lo mismo pero no tienen una radio o una cámara en frente para hacer su pensamiento público? ¿Cómo vamos a combatir la discriminación que nos rodea a diario? ¿No está D’elía en su derecho a expresarse de la manera que quiera siempre y cuando no perjudique la vida de otros?
Se puede argumentar que los dichos del piquetero pueden afectar la sensibilidad de algunos. ¿Ahora bien, quién puede sentirse tocado por lo que diga este personaje? ¿Y si de hecho lo hicieran, afecta una frase el curso natural de su vida?
Parte de vivir en un país con libertad como reza nuestro preámbulo es tener la posibilidad de decir lo que nos parezca. Si perseguimos judicialmente a D’elía por decir lo que a él le parece, evitamos el funcionamiento de un mecanismo mucho más poderoso para refutar las ideas que es el del intercambio, el del debate y, en última instancia, el de la ignorancia total.
Para personajes tan marginales, el último parece ser el camino indicado. Pero la persecución judicial no sólo no se corresponde con la idea de un país libre, sino que le da entidad a dichos que deberían ser tomados como de quien vienen y, en consecuencia, ser ignorados en el mismo momento en que son terminados de decir.
Hace una semana, en ocasión del aniversario del nacimiento de Ernesto Guevara, su tocaya Ernestina Pais entrevistó al Sr. Ramiro Guevara Erra, medio hermano del “Che” y, al mismo tiempo, coordinador del “Centro de Estudios Latinoamericanos Ernesto Che Guevara”. El motivo de la entrevista fue difundir la muestra “Cuando el Che era Ernestito”, una muestra fotográfica con imágenes del revolucionario argentino cuando niño.
El reportaje, digno de la revista HOLA, no tuvo mayores contratiempos. Ramiro se explayó sobre la muestra fotográfica, sobre la semana de homenajes al Che en Rosario, sobre la figura de Guevara en su familia y sobre lo particular de ser el hermano del “tipo que aparece en todas las remeras del mundo”. Muy light.
Luego de la breve charla, mi primera reacción fue el enojo. Pero este enojo no se debió solamente a la condescendencia de los entrevistadores, sino también al hecho de que el CELChe no es un ente creado por Ramiro Guevara y otros allegados correligianarios de la visión del mundo del «Che», sino que es un Centro creado por la misma municipalidad de Rosario (como si todos los rosarinos estuvieran de acuerdo con el comunismo revolucionario cubano).
Pasado el sobresalto inicial, y de la misma forma que Ricky Maravilla preguntaba“¿Qué tendrá el petiso?”, decidí hacer lo mismo y preguntarme: ¿Qué tendrá el Che Guevara?
¿Qué tendrá el Che Guevara que le perdonamos la lucha armada como forma de vida? ¿Qué tendrá el Che Guevara que ignoramos los fusilamientos llevados a cabo por el régimen que él ayudó a crear y por los cuales él mismo es acusado? ¿Qué tendrá el Che Guevara que no vemos que él mismo fue funcionario del gobierno de Fidel Castro por 7 años antes de su muerte? ¿Qué tendrá el Che Guevara para que ignoremos que fue su Revolución la que persiguió no sólo a los opresores del pasado, sino también a minorías inofensivas, como los homosexuales, por ejemplo? ¿Qué tendrá el Che Guevara que los supuestos periodistas incisivos e incomodantes de CQC hacen reportajes que podrían pertenecer a la revista Para Tí? Y, por último, ¿Qué tendrá este Guevara cuyas remeras y merchandising son un éxito comercial y cuya popularidad es comparable a la de Marcelo Tinelli?
Respuestas
Pensando e investigando, llegué a dos conclusiones. La primera es histórica y la segunda es, en algún punto, algo de azar.
En primer lugar, debe contextualizarse la Revolución Cubana. Luego de años de un gobierno tiránico y abusivo como el de Batista, con persecusión de disidentes, torturas y todo lo que trae el “combo dictadura”, hasta John Locke habría aplaudido a los sublevados. En este sentido, al tener en frente un sistema tan opresor, la lucha armada no parecía ser una elección entre varias alternativas, sino más bien parecía ser la única salida. En este contexto, es comprensible que una persona que abandona sus comodidades originales para pelear contra semejante monstruo, arriesgando su vida en el proceso, sea considerado un héroe.
En segundo lugar, la cuestión del azar. Aunque con las probabilidades altas de morir -necesariamente ligadas al a lucha armada- podemos considerar un tanto fortuito el hecho de que en Bolivia Guevara encontrara la muerte. No fortuito por la muerte misma o por la forma en que fue asesinado, sino fortuito por lo que generó después. Al morir, y al hacerlo joven, Guevara pasó a la posteridad con el beneficio de haber sido el que se arriesgó para derrocar a la dictadura, pero sin el costo de mantener una revolución que devino en un sistema carcelario, intolerante, persecutor y mucho más opresor que el anterior.
Dicho todo esto creo que, al menos, podemos entender que el guerrillero haya sido perdonado y endiosado por gran parte de la sociedad.
Otro Aniversario
Ahora bien, resulta curioso notar que a los pocos días de la conmemoración de su nacimiento, se cumplieran 127 años de la muerte de otro revolucionario, argentino también, llamado Juan Bautista Alberdi.
Alberdi, junto con la generación del ’37, también se opuso al régimen autoritario y persecutor de Juan Manuel de Rosas y fue escapando de La Mazorca que terminó en Montevideo. Sin embargo, en una época donde la violencia era más aceptada aún como método político, no eligió las armas sino la pluma y en 1852 publicó sus “Bases…”, un tratado político con un remedio bastante efectivo contra la tentación del poder que tanto Rosas como Batista compartieron.
Hoy en día, Alberdi es una calle de muchas ciudades del país, sin embargo, no conozco fondos públicos destinados a la difusión de su pensamiento. Alberdi se opuso a la tiranía igual que lo hizo Guevara pero no empleó métodos violentos, no es sospechado de fusilar a nadie y, como si esto fuera poco, sus ideas dieron lugar a un sistema mucho más abierto, tolerante y libre que aquel que favoreció el “Che”.
Muy distinta habría sido la historia de la Argentina y Latinoamérica si la pregunta de hoy no fuera qué tendrá el Che, sino “¿Qué tendrá el Alberdi?”.
Hace poco más de un año, cuando inauguré mi blog con el artículo “La Boheme Vs. Kapanga” planteé la idea de que los progresistas (que festejaban el bicentenario con rock nacional) por un lado, y los conservadores (que conmemoraron el bicentenario con música clásica y la reapertura del Colón) por el otro, se diferenciaban sólo en la superficie pero compartían sus premisas filosóficas básicas. A un año de esa situación, ni la superficie los diferencia.
En el pasado, cuando Macri eligió reabrir el Colón para festejar los dos siglos de la Revolución de Mayo, no dudó en gastar millones de pesos cobrados a la ciudadanía porteña, para refaccionar un teatro que -si bien tiene características aparentemente únicas en el mundo- sólo disfrutan unos pocos.
En contraste, la Presidenta Cristina Fernández se inclinó por financiar actividades más populares como espectáculos de rock que acapararon la atención del público.
Sin lugar a dudas (y más allá que la reapertura del Colón también tuvo su público) los espectáculos de la 9 de Julio fueron mucho más masivos. No obstante, la diferencia entre los dos actos fue sólo superficial ya que, en ambos casos, los dirigentes no dudaron en utilizar dineros públicos, que son de todos, para financiar y proveer la música, el arte y los espectáculos que disfrutan sólo algunos.
Un año después, ni siquiera queda la hipocresía de la diferencia superficial.
Este sábado 11 de Junio, “Los Pericos” (una banda que lleva vendidos más de 2,5 millones de discos) darán un recital con entrada libre y gratuita en el marco de la inauguración del “Distrito Tecnológico” de Parque Patricios.
Así es, como si Steve Jobs, Bill Gates y Mark Zuckerberg hubieran sido productos de la exención impositiva y la planificación municipal, el Gobierno de la Ciudad decidió delimitar un área propicia para que se instalen las empresas “tecnológicas” y, para darse un poco de autobombo, regalarán a los presentes un espectáculo del grupo “Los Pericos”.
Ergo, la pregunta obligada es: ¿Por qué Los Pericos? ¿Por qué no Los Cafres, Nonpalidece, u Otro Mambo? ¿Qué han hecho Los Pericos para que los ciudadanos de la Ciudad de Buenos Aires los premiemos con los 10.000, 20.000 o 100.000 pesos que cobrarán por su Show? ¿Quiénes son Macri o el Ministro de Cultura Hernán Lombardi para decidir que son ellos mejores que alguna alternativa similar? ¿O acaso se trata de todos pagándoles la fiestita particular a los funcionarios?
Cuando un productor musical elige una banda para financiarla y difundirla, generalmente trata de encontrar una que le guste a la gente. ¿A toda la gente? Sabiendo que eso es imposible, no busca que le guste a todos, pero sí a una cantidad suficiente de modo que pueda hacer un buen negocio. Como colateral, el buen negocio resulta en beneficio para él, para la banda y para todos aquellos que encuentren placer al escucharla.
Cuando el gobierno es el que decide el show del día, el proceso es distinto. En lugar haber un productor que apuesta por un grupo que tiene potencial, lo que hay es un funcionario eligiendo la banda que tiene más potencial electoral –es decir, una banda consagrada que no tiene ninguna necesidad de seguir creciendo. Nada que ver con el aclamado “fomento a la cultura”.
Más aún, cuando el gobierno es el organizador de este tipo de eventos, se termina dando una situación que deberíamos reprobar entre todos:
José, el almacenero del barrio, que muere por la música de Cacho Castaña, paga todos los meses el impuesto a los Ingresos Brutos. Si no tuviera que pagarlo, tendría más dinero disponible que podría destinar ala compra de un nuevo disco de Cacho, comprar un nuevo equipo de música para escuchar mejor los discos viejos, o bien, comprarse una computadora para bajarse de internet la discografía completa en formato mp3.
Sin embargo, el capricho del gobierno, disfrazado de “Agenda Cultural”, se mete en el bolsillo de José (y le impide escuchar a Cacho Castaña) para que un tercero, que José no conoce y a quien no le debe nada, disfrute de un espectáculo que nunca se ganó en base a su mérito, sino que accede a él porque Mauricio aprendió de Cristina que las bandas taquilleras te suben en las encuestas.
Muchas veces decimos palabras como “suerte”, “cuidáte” o “un gusto” cuando nos despedimos de alguien. Muchas veces también, ni conocemos a esa persona o resulta ser alguien que recién nos presentaron. Y salvo en algunas ocasiones donde lo decimos con verdadero sentido, estos vocablos se usan por simple rutina, para quedar bien, dar una buena imagen, o simplemente para cumplir con el protocolo.
Luego de que el mismo Néstor terminara de destruir la confianza que el ahorrista italiano tuvo en el país antes del 2001, nadie puede pensar que el pedido de Cristina sea realmente algo sentido o, mínimamente, algo serio. Sin embargo, sí podemos interpretar su invitación como parte de una rutina o un protocolo.
Es decir, al igual que cuando decimos “suerte” por decir algo, CFK invita a la inversión a algunos italianos (olvidándose que frente a otros no podría ni aparecer) porque eso es lo que hace con todos los países que visita. Por supuesto, todos tomamos esto como lo más normal del mundo. ¿Para qué viaja el presidente si no es para propiciar buenos negocios para el país?
Ahora bien, como tantas otras cosas, puede suceder que tomemos algo como normal cuando en realidad no lo es. Y también puede suceder que esa normalidad sea, en realidad, un gran absurdo, una gran injusticia.
Si personalizamos un poco más la faena de la presidenta en Italia, podremos darnos cuenta que éste es el caso.
En definitiva, ¿qué tiene que hacer el presidente ampliando los negocios de nuestros millonarios empresarios argentinos? ¿En qué Constitución está escrito que la tarea de Cristina Fernández debe ser mejorar el vínculo entre la Cofindustria Italiana y la Unión Industrial Argentina? ¿Qué criterio de justicia se usa cuando los impuestos pagados por los más pobres se destinan a viajes y simposios carísimos destinados a incrementar aún más el nivel de actividad de los empresarios más ricos y más organizados de ambas latitudes?
Gobierno y Negocios
Los gobiernos fueron creados entre los hombres para proteger nuestros derechos más elementales. Para esto, cuentan con el monopolio de la fuerza que debe usarse solamente para evitar que un individuo tome posesión de mi casa, de mi auto o –peor- de mi novia o mi hermana [1].
Desde este punto de vista, el gobierno es un organismo torpe que entiende en términos de coerción, de imposición y, hasta donde sabemos, ni Thomas Edison ni Bill Gates decidieron crear sus revolucionarios negocios a partir de la coerción o la imposición.
Por otro lado, el gobierno es, por naturaleza, un organismo que restringe nuestra libertad. Como tal, lo único que puede hacer con las relaciones comerciales es trabarlas, no fomentarlas ni promoverlas. Las palabras de la Presidenta, ergo, son análogas al “cuidáte” que le decimos a una persona que no vamos a ver nunca más: están totalmente vacías de contenido.
Engaño, arbitrariedad e injusticia
Sin embargo, si admitiéramos por un segundo que estas cenas protocolares aportan algo al comercio internacional, todavía tenemos que resolver quiénes participan y por qué. ¿Por qué asiste De Mendiguren y no el carpintero de Villa Devoto? ¿Acaso él no podría beneficiarse igual de un acuerdo comercial con inversores italianos? ¿Por qué no voy yo y firmo la inversión en difundir lacrisisesfilosofica.blogspot? ¿Acaso no daré trabajo a muchos que empapelarán la ciudad con mi cara?
Cuando el gobierno “fomenta” las relaciones comerciales, no sólo predica sin contenido, sino que asume el papel arbitrario de seleccionar a un grupo de favorecidos y, además, utiliza el dinero de los más pobres para financiar el lobby de los más ricos.
Así las cosas, creo necesario que el gobierno vuelva a hacerse cargo de aquello que verdaderamente le compete para que los “empresarios afines” entiendan verdaderamente qué significa ser dueño de una compañía.
[1] En este caso el delito no es contra mi propiedad sino contra el derecho de mi novia o mi hermana de ser dueñas de sí mismas.
Diez de la mañana. Olor a incienso, decoración oriental, muchos libros en la biblioteca, y un futón largo para la comodidad de los pacientes. Allí se sentó Cristina:
– Buen día doctor Nakamura.
–¡Buenos días, mi presidenta! Es un honor tenerla en mi consultorio, aunque debo decir que me preocupa un poco porque quiere decir que algo no anda del todo bien ¿Qué la trae por aquí?
–¡No puedo más doctor! La verdad, estoy muy cansada. Hace poco mi médico me prohibió viajar a Paraguay, estuve con problemas de presión, desmayos…
–Entiendo, sí. Y cuénteme un poco. ¿Qué estuvo haciendo esta semana?
–Bueno, lo normal ¿vio? Un poco de trabajo, digamos, nada raro.
–Veo, veo, ¿Y en qué consistió esa rutina normal de trabajo?
–Bueno, bueno. Entonces usted me dice que en el plazo de una sola semana tuvo que encargarse de siete cuestiones de vital importancia y que, a su vez, no tienen casi nada que ver una con la otra.
–Tienen que ver, por supuesto, es el bienestar del país.
–Si claro, lo entiendo, pero usted tuvo que interiorizarse de la situación de siete circunstancias esencialmente diferentes, con diferentes necesidades, problemas, historias, intereses y alternativas de solución en juego.
–Sí, por supuesto, ése es mi trabajo.
–Bueno verá, por ahí no debería decirle esto pero tengo pacientes que aparecen aquí con crisis de nervios porque deben rendir dos exámenes en un mismo día. Tengo empleados de restaurantes que se desmayan en pleno trabajo porque hubo demasiadas mesas para atender. Y también tengo pacientes como la Señora Mirta Legrand a quien tuve que contener por no sé qué nuevo escándalo que había protagonizado su nieta.
No quiero decirle cómo hacer su trabajo, pero sí quiero decirle que lo que usted llama rutina y trabajo es humanamente imposible de realizar.
–Vaya doctor, la verdad que nunca lo había visto de esa forma. ¿Entonces son todas estas cosas las que me generan presiones que terminan afectando mi organismo?
–Creo que es una posibilidad a considerar.
–¿Y qué hago? ¿Cómo hago para que a este país le vaya bien y yo no muera en el intento?
–¿Probó alguna vez delegar sus tareas?
–¿Está hablando de Cobos? ¡Por favor le pido, que veníamos bien!
–No, no. No me refería al vicepresidente. Una delegación más grande.
–Claro que sí, mis ministros trabajan muy duro. Con Amado, Guillermo y Carlos siempre nos reunimos, trabajamos mucho en equipo, aunque las decisiones finales, claramente, las tomo yo.
–Está bien, eso es una forma de delegar, pero usted sigue con la carga de decidir acerca de todo. La responsabilidad sigue siendo suya, de su equipo. Es como el general del ejército. Él delega, pero la responsabilidad es siempre suya.
–¿Y entonces? ¿A qué se refiere?
–Bueno, le pregunto lo siguiente, para que vayamos de a poco. Si su hermano se pelea con su padre. ¿Usted qué hace?
–Trataría de intermediar, solucionar el tema.
–Bien ¿Y si su primo se peleara con su tío?
–Supongo que los escucharía si me necesitaran.
–Claro ¿Y qué haría con un vecino con quien no tiene relación?
–Creo que dejaría que él y su entorno encuentren la mejor solución. ¡No puedo estar en todo, Doc!
–Estimada, usted lo ha dicho mejor que yo. Trate de tener presente esta charla. En eso consiste la verdadera delegación, en dejar que los demás encuentren la mejor solución y la pongan en práctica. Y, por supuesto, ellos asuman la responsabilidad. La responsabilidad no es suya, mi querida presidenta. No se haga cargo de lo que no le corresponde porque la va a terminar afectando negativamente. Es mi consejo médico nomás.
–Muchas gracias Nakamura. Lo voy a tener en cuenta. Y otra cosa ¿Mirtha estaba mal por lo de Lousteau? A mí nunca me gustó ese chico…
Seguramente luego de ver a la barra de carbón sobre el asiento de la limousine pensaste que era una exageración. Sin embargo, a juzgar por la prohibición del uso de armas, los impuestos internos a los cigarrillos, la prohibición de fumar en espacios públicos, las trabas a la venta de alcohol yla guerra contra las drogas, la exageración parece la realidad en que vivimos más que el dibujo animado.
Y es esto lo que me hace pensar que en cuestión de días, lloverán en el Congreso proyectos de ley que busquen regular, controlar, gravar con impuestos ad-hoc o directamente prohibir el uso de bengalas.
Volvamos al inicio. Lo que sucede en el capítulo de la serie emblemática de los últimos cincuenta años en los Estados Unidos, es que se confunde el sujeto con el objeto. ¿Qué quiero decir con esto? Que si bien fue Homero el que salvó la misión espacial, el crédito se lo llevó la “inanimada barra de carbón”.
De manera análoga, si bien es una persona la que dispara el arma asesina en ocasión de un robo, u otra persona la que fuma paco antes de participar del secuestro extorsivo de otro ciudadano, parte de la culpa suele atribuírsele a la sustancia o al elemento utilizado, en lugar de que ésta recaiga totalmente en el individuo actor. Por supuesto que buscamos al asesino o al secuestrador, para eso está la policía, pero creemos que es mejor si prohibimos también el uso de armas y la comercialización del crack. Estamos más seguros.
Hace siete años, Buenos Aires vivió uno de sus más tristes fines de año. Alguien prendió una bengala en el lugar que no debía y esto desencadenó una tragedia que será difícilmente olvidada. A raíz de esto, y más allá de todo el proceso judicial siguiente, aprendimos que prender una bengala en un espacio reducido y con un techo inflamable no es para nada una buena idea. Mucho menos si las salidas de emergencia no funcionan.
Hace pocos días, otra bengala y otro recital de rock fueron los protagonistas de un nuevo drama. Un espectador murió luego de que otro le arrojara una bengala encima. Y para completar la semana, el martes en un acto escolar en San Juan, una bengala casi origina una tragedia entre los alumnos.
Entonces ahora ya lo sabemos: las bengalas son peligrosas y, de hecho, pueden llegar a matar. ¿Pero implica esto que debemos prohibir su uso o regular su comercialización? ¿O implica que debemos perseguir a los que, mediante un uso indebido de las mismas, pongan en peligro la vida de gente inocente?
Una vez un amigo mío se emborrachó y comenzó a molestar a todos los que estaban a su alrededor en un boliche. Se imaginarán cuál fue el desenlace. Luego de esa noche, cuando tuvimos la oportunidad de charlar, él sostenía que su problema había sido que había tomado de más. Sin embargo, yo le apunté que dentro del mismo boliche, un montón de gente había “tomado de más” y no estaban peleándose con nadie, simplemente la estaba pasando bien.
Confundir objeto con sujeto y perseguir al primero en lugar de al segundo es perjudicial por dos cuestiones fundamentales: la primera es que el problema no se resuelve porque el problema nunca fue el objeto sino el sujeto. Si un asesino no puede comprar una pistola, probablemente use un cuchillo, o un palo, o un martillo.
La segunda, que creo aún más trascendente, es que le quita parte de la responsabilidad al actor. La culpa no será ya de quien le tiró la bengala en la cara al otro porque le pareció divertido, sino que compartirá la responsabilidad con el que le vendió el artefacto.
No tengo la certeza de que alguien vaya a querer regular este tema, pero sí advierto que sería muy triste si seguimos avanzando en esa dirección.
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