El fifty-fifty

[Publicado originalmente el 06 de mayo de 2011 en La Crisis es Filosófica]
Hoy termina la primera semana de mayo de 2011. Sin embargo, a raíz de los debates públicos (en los que sólo participan los que hablan desde el atril) me dio la sensación de haber vuelto a 1870.

Por un lado, el dirigente sindical más despreciado por la población sugiere que la distribución de la riqueza debería ser “fifty fifty” con “la patronal”. Por el otro, la Presidenta de la República le responde que los trabajadores ya representan el 48.1 % del PBI, con lo que ya están cerca de alcanzar el “fifty- fifty” tan añorado.

Ahora bien, si con un amigo compramos una camioneta para destinarla al negocio de la logística (es decir, compramos un flete) y si los dos pusimos el mismo dinero para adquirirla, es lógico que cuando lleguen las ganancias, la distribución sea del 50% para cada uno. Distinto sería si yo solo compro la camioneta. En este contexto todas las ganancias son para mí, y es algo justo porque yo me arriesgué a perder el dinero si el negocio no funcionaba. Por último, si decido contratar un chofer para la misma, seguramente las ganancias no sean 50% y 50% sino un pago por los servicios prestados.

Ahora bien, alrededor de 1870 fue el economista Carlos Marx el que criticó duramente este sistema y dividió a la sociedad. No quiere decir que haya iniciado una guerra civil, pero sí que la dividió -en términos teóricos- en dos grupos distintos. Por un lado los capitalistas (yo con mi camioneta) y por otro lado los trabajadores (el chofer).

Y claro, como la ganancia propiamente dicha, es decir, los ingresos menos los costos (entre los cuales se incluye el salario del chofer), es toda para el dueño del flete, el sistema debía estar corrupto. ¿Cómo era posible que si los dos están trabajando de igual a igual, o en ocasiones el chofer trabaja mucho más, la ganancia sea toda para el dueño?

El problema con esta mirada es justamente el planteo inicial en el que dos grupos estancos luchan por un lote de beneficios que también es invariable. En este contexto, si los capitalistas se llevan el 100% de la ganancia, están explotando a los trabajadores. Pero de la misma forma, si fueran los trabajadores los que embolsaran el 100% de las ganancias, éstos serían considerados los explotadores. Al menos así debería entenderse de seguir el razonamiento hasta el otro extremo.

Es esta errónea apreciación de la sociedad y de la economía lo que hace que hoy, a 144 años de la publicación de “El Capital”, creamos que lo mejor es que las ganancias se dividan “fifty-fifty”. Sólo así estamos en equilibrio y nadie se saca diferencias.

Sin embargo, como apunta P.J. O’Rourke en su libro “Eat The Rich”:

“En la diferencia entre pobreza y riqueza, el problema es la pobreza, no la diferencia. La riqueza es buena.

Y vos lo sabés respecto de tu propia riqueza. Si fueras rico, sería genial. Mejorarías tu vida. Mejorarías la vida de tu familia. Comprarías educación, viajes, conocimiento sobre el mundo. Invertirías en cosas que valgan la pena. Donarías para causas nobles. Ayudarías a tus amigos y vecinos. Tu vida sería mejor si fueras rico. La vida de la gente que te rodea sería mejor. Tu riqueza es buena. Entonces ¿Por qué es que la riqueza de todos los demás no lo es?”

Enfocar el problema de la pobreza desde el lado de la distribución no permite ver que aún llegando al paraíso de la distribución, podemos ser enormemente pobres.

El mundo (el que funciona) no se compone de grupos distintos que luchan por dividirse la riqueza. El mundo que funciona se compone de individuos que están buscando constantemente la manera de vivir mejor y, en esta búsqueda, generan riqueza continuamente (en forma de nuevos bienes o nuevas formas de producirlos) de la que todos nos beneficiamos.

Si por entender mal este proceso lo obstruimos buscando la equidad distributiva, podemos quedarnos sin el pan y sin la torta. Es decir, vamos a ser un país mucho más pobre y, por el otro lado, la igualdad será entre los muchos, mientras que los pocos que parten y reparten, se seguirán quedando con la mejor parte.

 

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La legitimidad del amiguismo

Seguramente muchos han pasado por la situación de perder un puesto de trabajo para el que se postulaban a manos de un amigo o un conocido del dueño de la empresa. Y sí, es frustrante, da bronca y lo sentimos como una injusticia.

Sin embargo, no podemos decir que el dueño de la empresa no tenga derecho a tomar esta decisión. Al fin y al cabo, es su dinero el que está en juego.

Ahora bien, no en vano existen los departamentos de RRHH, y la variedad de tests donde nos hacen dibujar gente bajo la lluvia para asegurarse de que no nos agarre un brote y lleguemos al laburo con una metralleta. Es decir, más allá de que sí exista el amiguismo, a la empresa le preocupa contratar gente útil y muchas veces hacerlo en función de las ganas que le tengas a tu compañera de Yoga, puede resultar en un perjuicio económico.

Este sistema donde el dueño del negocio aporta capital y asume el riesgo de perderlo con el fin de obtener una ganancia se llama “de uno para uno”. O sea, del dueño para el dueño.

Sin embargo, también puede existir el caso de una organización donde haya más de un dueño. Un consorcio de propietarios, por ejemplo, es un lugar donde cada propietario aporta una cuota para recibir los beneficios derivados del uso de las instalaciones comunes como la escalera, los ascensores o la vigilancia.

A diferencia del primero, este sistema no es de uno para uno, sino «de todos para todos”.

El mismo sistema aplica a los gobiernos. Todos los ciudadanos aportamos una parte de nuestro ingreso en concepto de impuestos para recibir a cambio la protección de nuestros derechos.

Ahora bien, cuando el gobierno se pone a producir o a brindarle pantalla a producciones artísticas, de ficción o deportivas como lo hace en la Televisión muy poco Pública, el sistema muta a uno que podemos denominar “de todos a sólo algunos”.

Para peor, al igual que en los ámbitos privados donde la contratación se hace “por contactos”, el amiguismo del gobierno pasa por la afinidad ideológica y el apoyo que los postulantes hagan del “modelo”. O sea que si estás a favor laburás, y si no “después te llamamos”.

Semejante mecanismo representa una injusticia para todos aquellos que no forman parte del negocio. A saber: los que no son contratados por el canal porque piensan abiertamente distinto al gobierno, los que no trabajan allí, y los que no miran su programación.

De la misma manera que sería una injusticia que tus expensas paguen la peluquería y la manicura de la vecina del 4º “A”, no está bien que un sistema que debe ser de todos para todos termine en un negociado cuyos beneficios sólo los amigos del poder y un grupo selecto de televidentes puedan disfrutar.

No todo es Cristian U

Publicado originalmente el 8 de abril de 2011 en La Crisis es Filosófica.

Si todavía no lo conocés, te cuento que Cristian Urrizaga (de aquí la “U”) es el elemento que resucitó un programa en vías de extinción como Gran Hermano y lo devolvió a posiciones envidiables en términos de audiencia cuando parecía que iba a sucumbir a la nueva propuesta del rey Tinelli, Soñando por Bailar.

La característica principal de este participante de la séptima edición del reality es que no tiene ningún escrúpulo. Su reputación de gran jugador se la ganó gracias a sus estrategias de manipulación, utilización de la mentira, y absoluta desconsideración de la sensibilidad y voluntad de sus compañeros dentro de la casa. En sus palabras, “el juego significa inventar cosas”. Más claro, agua.

Ahora bien, el espectáculo que Cristian U. nos ofrece dentro de la casa puede suscitar reflexiones respecto del egoísmo, el dinero o la competencia tales como: “El dinero es la fuente de todo mal”, “La competencia implica destruir al otro” o “Los intereses individuales están en contra de la armonía del grupo”. Y luego de esto, por supuesto, sugerir que la competencia debe estar regulada por el gobierno ya que, si no, nos matamos entre todos.

Sin embargo, estas observaciones que se ajustan a la realidad del famoso reality show, no pueden ser trasladadas a otras realidades u otros sistemas. Es decir, las estrategias manipuladoras y despiadadas de U se dan en el marco de un juego de suma cero. Lo que gana Cristian ($400.000) lo deja de ganar el resto de los participantes. Si Boca le gana a River 2 a 0, River tiene menos dos (-2) y Boca más dos (+2). Y -2+2 = 0.

Es por esto que cuando hablamos de otro tipo de sistemas, o de “juegos” de suma positiva, las aseveraciones respecto de la competencia o el egoísmo pierden su aplicación. Por ejemplo, si Burger King y Mc Donald’s persiguiendo su interés individual ($$$) compiten para quedarse con la mayor cantidad de clientes, probablemente busquen ofrecerte mejores productos, más variedad, o menores precios que su competidor.

Finalmente, esa búsqueda del interés particular, terminó beneficiando a una gran cantidad de consumidores que ahora comen más, mejor, más variado, o más barato.

En este tipo de sistema, para repetir el rutilante éxito que tiene en el programa, Cristian U tendría que basar su estrategia en descubrir la vacuna contra el SIDA, la cura contra el cáncer o el Viagra femenino. Cosas que indudablemente lo harían multimillonario, pero que al mismo tiempo elevarían la calidad de vida del mundo entero.

Creer que la actividad individual está en contra de un supuesto interés social, como muchas veces repiten nuestros principales dirigentes políticos, tiene que ver con suponer un sistema de suma cero que no se ajusta a la realidad en la mayoría de los casos.

El fantástico progreso material que ha atestiguado la humanidad en los últimos ciento cuarenta años está directamente relacionado con la existencia de sistemas de suma positiva, en donde la competencia y el egoísmo terminan generando -como colateral- beneficios para todos. [1]

[1] Lo anterior no implica dejar de lado que la corrupción, la utilización del poder en favor propio, la manipulación de ciertas leyes, y otras cuestiones dan lugar a este “choque” de intereses. Sin embargo, esto sucede porque lo que se elimina es el juego de suma positiva y se lo reemplaza por otro, donde el premio se lo gana el más amigo y no el que mejor satisface al cliente (este análisis en profundidad, en próximas entradas).

Colegio Tomado

[Publicado originalmente el 31 de marzo de 2011 en La Crisis es Filosófica]

La trascendencia de la toma de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini

Quizás por haber sido alumno de un colegio con características similares (por su dependencia de la UBA), o por haberme plegado a protestas organizadas por el centro de estudiantes en su momento y haber faltado a clases por ese motivo, la noticia de la toma en el Carlos Pellegrini me interesa particularmente.


Por lo que dicen los medios (que Cris nos proteja de ellos y sus intereses) el Centro de Estudiantes del colegio se ha manifestado en protesta por las designaciones de algunos docentes del departamento de historia y han decidido “tomar” el colegio (lo que en este caso particular implica no ir a clases pero no impedir el dictado de las mismas).

Como respuesta, las autoridades han decidido contabilizar las faltas de aquellos que no concurran a las clases desatando la ira de los estudiantes agrupados. Lo que se cuestiona ahora es la calidad democrática del colegio y se critica el “desconocimiento de las asambleas” [1] de alumnos por parte de la dirección.

Ahora bien, supongamos que un día de estos vos invitás a unos amigos a tu casa. Comen algo, toman unas copas de vino y de repente a uno se le ocurre que tu pared, en lugar de blanca, debería ser verde. Luego de horas de argumentar por qué te parece mejor que sea blanca, todos tus amigos decidieron que estás equivocado y que tenés que pintarla de verde.

Llegado el caso, lo que finalmente vas a decirles es que apreciás mucho sus comentarios y sus ideas, que seguramente las dicen con mucha buena fe, pero que tu pared se queda blanca porque a vos te gusta así. Y punto.

Algo parecido sucede en el colegio Pellegrini. Por más acertados que pudieran llegar a estar los alumnos, el sistema participativo tiene límites. A saber, que empieza y termina donde el dueño de casa lo decide.

Es así como en tu casa el color de la pared lo decidís vos; en un quiosco el lugar donde va a estar la heladera de Coca-Cola lo decide el encargado; y en un colegio el aula donde va a cursar 5o 3a la elige el director.

Si el director creyera que la mejor manera de llevar adelante un colegio es pidiéndole opinión a los alumnos, docentes u otros empleados, entonces genial. Lo mismo si el quiosquero hiciera una encuesta entre sus clientes para ver dónde deja la heladera.

Sin embargo, si esto no sucede, la democracia no tiene lugar y, de hecho, intentar ejercerla implica imponer la voluntad de alguien sobre algo que no le pertenece. Si yo decido manejar tu auto sin tu permiso (imponer mi voluntad sobre algo que no es mío, sino tuyo) vos vas a pensar que soy un ladrón.

De la misma forma, intentar imponer la voluntad de una mayoría en aquellos ámbitos privados donde no se haya solicitado la opinión del grupo, implica violar uno de los derechos más fundamentales del hombre, como decidir sobre su trabajo, sus posesiones y, finalmente, su vida.

Tomar un colegio a edad temprana es algo que puede resultarnos simpático, algo “de chicos”. Sin embargo, detrás de estas medidas se esconden las premisas filosóficas del abuso y del autoritarismo más clásico.


[1] Declaraciones de la Presidente del Centro de Estudiantes. http://www.pagina12.com.ar/diario/ultimas/20-165272-2011-03-31.html

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¿Por qué no era para todos el «Deporte Para Todos»?

“Yo quiero decirles que me siento muy feliz en el día de hoy porque a ese Fútbol Para Todos ahora se suma este Deporte Para Todos los argentinos. Para que todos los argentinos puedan disfrutar libremente por la televisión abierta de cosas que no lo podían hacer si no tenían su cable, su abono, su pago (…) chicos que vieron después de catorce o quince años, por primera vez fútbol en su casa… cosas tan simples, de tan simples que parece mentira que no se podían realizar…”

La anterior es una cita textual del discurso con el que la presidenta anunció el programa “Deporte Para Todos”. Dejando de lado el reproche al redactor del mismo (que debe haber reprobado Lengua en sendas oportunidades), me gustaría en esta oportunidad debatir esta última aseveración: ¿Si era tan simple brindar deporte para todos, por qué no se hizo antes?

Lo llamativo de todo esto es que la mismísima primera mandataria nos dio la respuesta minutos después:

“A mí la verdad… yo no miro los partidos de futbol por televisión”

 

¿Pero Cómo? Si el fútbol es un “bien social”, un “bien público”[1], si es una pasión de los argentinos, cómo es posible que CFK no siga el campeonato ¿Será que es francesa, española o chilena?

Nada de eso. Es argentina con domicilio en provincia de Buenos Aires, al igual que las muchas mujeres que prefieren hacer otra cosa en lugar de mirar fútbol por TV.

¿Y cuántas mujeres son las que nunca en su vida miraron un partido de Rugby –que ahora será incluido en las programaciones gratuitas-? ¿Y a cuántos hombres sólo les interesa el fútbol pero jamás mirarían un partido de Vóley? ¿Cuántos tuercas no miran fútbol? ¿Cuántos futboleros no miran el TC2000?

Este es el principal motivo por el cual el deporte no es para todos. Simplemente porque no todos están interesados en el deporte. No existe el deporte como interés nacional, pasión de los argentinos o bien público. Existe como interés de algunos, pasión de otros y bien privado.

Aceptémoslo Nalbandián, muy pocos miran tus partidos en Argentina… Ni hablar de los Milincovic o los Meana. ¿Quién se fuma la liga argentina de Vóley? Nadie.

Son públicos minoritarios, son nichos que algunos empresarios identifican y buscan satisfacer su necesidad a cambio de alguna compensación. Así funciona. El esfuerzo para transmitir se ve compensado por el televidente interesado, es una relación de dos en donde ambos quedan contentos.

Con el “Deporte para Todos” la relación cambia. Cristina no mira fútbol pero le paga la transmisión a los futboleros. El esfuerzo por transmitir lo compensa el dinero de los impuestos, y los beneficiados son de nuevo el transmisor y los televidentes, pero a costa de un tercero que no mira ni televisa.

Entonces estimada Presidenta: El fútbol, como cualquier otro deporte, no es para todos porque no a todos nos gusta el deporte –de hecho usted lo admite-. Si a usted no le molesta financiar la transmisión de los partidos de Racing, la invito a que cree una fundación. Pero no tome mi dinero coactivamente para semejante injusticia.

 


[1] Son palabras textuales extraídas del discurso de la presidenta que puede verse completo en estos dos links:

http://www.youtube.com/watch?v=hBnw3mVOc5o

http://www.youtube.com/watch?v=QQzkFlR43xI

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«La Gente no Entiende»

[Publicado originalmente el 6 de enero de 2011 en La Crisis es Filosófica.]

Los inconsistentes argumentos en favor de una Ley de Medios

Cuando haciendo zapping aparece un genio en la pantalla, no puedo hacer otra cosa que mirarlo. Y esto fue lo que me pasó este lunes cuando enganché el programa “Chiche en Vivo” que se emite todos los días a las 20 Hs. por el canal Magazine de Cablevisión.

Si bien Chiche Gelblung ha marcado un estilo único en la televisión, el genio al que hago referencia era su invitado del día: el fantástico Guillermo Vilas.

En la entrevista, el ex número uno charlaba sobre antioxidantes y contaba una anécdota de relativa gracia al respecto, lo que llevó a Chiche a reflexionar sobre los medios y las veces que éstos publicitan que las propiedades del producto “A” son buenas para el síntoma “B”, para luego decir exactamente lo contrario a los pocos días.

Ante este comentario, la reacción de Vilas fue sugerir que semejante tendencia debería ser controlada, regulada, prohibida o “frenada”, para usar sus términos. Que los medios digan una cosa para después decir otra exactamente opuesta debe frenarse “porque la gente no entiende, se confunde”, argumentó.

Ahora la pregunta es ¿Quiénes?

¿Quién no entiende? ¿A qué gente se refiere el gran campeón cuando habla de que “la gente no entiende”? ¿Se referirá a sí mismo, o querrá decir que él sí es suficientemente inteligente para entender pero hay muchos que se creen cualquier cosa? Ahora, si él es tan inteligente ¿Por qué no puede serlo el resto de la sociedad? ¿O hay que ganar Roland Garros para no creer todo lo que dice la tele?

El cuento, que parece banal, no lo es en lo más mínimo puesto que este mismo argumento es el que utilizan nuestros gobernantes para combatir el supuesto “monopolio informativo” y, de paso, controlar la red de comunicación nacional en lo que representa una seria amenaza a la libertad de expresión en el país.

Según este razonamiento, hay gente incapaz en riesgo de creerse todas las pavadas que dicen “los medios” y gente iluminada, que puede protegernos del monstruo. A saber, Cristina Fernández, Gabriel Mariotto o Luciano Galende.

Ahora bien, si todos creemos que una Ley de Medios es buena porque protege a aquéllos que creen todo lo que la «corpo mediática» afirma, vuelve la duda. ¿Dónde están estas «víctimas»? ¿Quiénes son? ¿A quién vamos a “proteger” si, en realidad, todos pensamos que la ley es buena para “otros”?

Creo que este argumento oculta la inseguridad propia de los que lo esgrimen. “El protegido” no es otro que ellos mismos que todavía no se dispusieron a asumir que son los únicos responsables de creer o desconfiar, de mirar un canal o cambiar a otro, de leer un diario o leer un libro.

Olvidan que, como dijera Martin Luther King, “Nadie se nos montará encima, si no doblamos la espalda”.

Mi videoclub y el problema del INDEC

Publicado originalmente el 20 de enero de 2011 en La Crisis es Filosófica.

Hace unos días fui al videoclub de la vuelta de mi casa (“Videoclub Los Amigos”) interesado por comprar películas originales en formato DVD. Esto no habría sucedido de no ser porque hace meses que el pequeño local viene ofreciéndolas desde diez pesos y, considerando que un DVD nuevo cuesta entre $25 y $140, la propuesta me sonó muy atractiva.

Videoclub

Videoclub.

Al ingresar al negocio, el escenario era obvio. Si bien lo sospechaba, los carteles de “Alquiler 2×1” o “Venta de DVD’s originales desde $10”, sumados a la aparición de un kiosco insertado en el local y una provisión de remeras a la venta, confirmaron que mi vecino videoclub estaba desapareciendo.

Entonces, luego de preguntar por algunos títulos para comprar, arriesgué:

– El tema de los DVD truchos los golpeó mucho, ¿no? ¿Están pensando en cerrar?

– No, no, no, para nada. Es cierto que se siente, pero ahora, por ejemplo, con el 2×1 la gente se copó bastante…

Por más que la evidencia demostraba que esa respuesta no se ajustaba a la realidad –es decir, que “Los Amigos” iba a pasar a ser el cuarto quiosco de la cuadra- el señor no se sinceró conmigo.

Pensando en su falta de honestidad, luego me planteé ¿Y por qué habría de serme honesto? ¿O acaso si tenemos un problema conyugal y un desconocido nos pregunta cómo andamos le decimos “pésimo” y procedemos a explicarle?

Más aún, estando el hombre interesado en que yo le compre los DVD a los precios que él exigía ¿le convenía decirme que el negocio andaba en baja, dándome a mí un mayor poder de negociación? Cuando van a vender su auto ¿cuentan lo mucho que consume, el ruidito que hace la caja cuando rebajan de cuarta a tercera, o la vez que un amigo se emborrachó y terminó vomitándoles todo el asiento trasero? Probablemente no.

Ahora bien, supongamos que a estas “técnicas de venta” las llamáramos “bajeza de la naturaleza humana” y le preguntáramos a John Locke qué piensa de ella.

“Al que creyere que el poder absoluto purifica la sangre de los hombres y corrige la bajeza de la naturaleza humana, le bastará leer la historia de esta edad o de cualquier otra para convencerse de lo contrario. Quien hubiere sido insolente y dañoso en los bosques de América no resultará probablemente mucho mejor en un trono…” [1]

Es decir, si nosotros somos como somos, y nuestros gobernantes son seres humanos como nosotros, no deberíamos esperar que actúen distinto. He aquí lo que sucede con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos. Hasta en su página de internet se evidencia su dependencia del Ministerio de Economía. Por más organismo técnico y autárquico que quiera ser, la última palabra la tiene Amado Bodou, o sea, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Cambios en el INDEC

Cambios en el INDEC.

¿Y qué interés real tiene la presidenta en blanquearnos el desastre económico que ella y el ex presidente le han dejado al país? ¿No es perfectamente congruente con sus intereses ocultar la inflación y decir que la pobreza disminuye y que el trabajo abunda? ¿Y qué va a hacer que no nos mienta en la cara si tiene todas las herramientas para hacerlo impunemente?

Para evitar los excesos de la monarquía absoluta John Locke propuso un sistema de división de poderes y un gobierno limitado principalmente por una Constitución. Una alternativa para evitar que el gobierno siga dibujando números podría ser pasar el control del INDEC al Congreso.

Otra alternativa –que creo definitiva- sería dejar las estadísticas a alguien que ponga en juego su nombre, su prestigio y su patrimonio en el compromiso con la verdad. Alguien que, al incurrir en maniobras oscurantistas, vea afectada su credibilidad y esto le genere un quebranto económico.

Hasta ahora, ningún ente público ha presentado estas características.

[1] John Locke. «Segundo Ensayo Sobre el Gobierno Civil». Ediciones Libertador, Buenos Aires 2004.

El juego de las diferencias

Publicado originalmente el 13 de enero de 2011 en La Crisis es Filosófica.

Existe un juego que si hoy tratásemos de jugar, más de uno perdería. Este es el juego de las diferencias entre la Ley de Radiodifusión (22285) y la nueva ley de Medios de Comunicación Audiovisuales (26522).

El problema es que ambas disposiciones tienen en común tres pilares fundamentales. El primero es la declaración de la «comunicación audiovisual» o «radiodifusión» como un servicio de interés público. El segundo es que a través de ambas leyes podemos ver una exaltación de la «argentinidad» o lo nacional por sobre lo foráneo. Por último, ambas leyes tienen como objetivo la protección del espectador.

Interés Público

Por más que en el discurso intente oponerse visceralmente a las ideas de la dictadura de los ’70, el gobierno de los Kirchner (impulsor de esta ley) comparte con ellos la idea de que los medios son de interés público.

Aló PresidentaEl problema con esta pomposa declaración es que como ese interés es tan difícil de identificar -ya que somos 40 millones con distintos pareceres y deseos- probablemente lo que termine imponiéndose sea el interés propio del gobierno que dice (por ganar las elecciones) ser el representante de todos.

Finalmente, la consecuencia puede variar desde tener programas de «promoción cultural» con gauchos cocinando asados en algún canal perdido, o bien a tener la versión argentina de «Aló Presidente» con CFK como animadora y Aníbal, Bodou y Randazzo en el rol de panelistas incisivos.

Lo Nacional

La vieja ley sugería que:

La programación deberá incluir, preferentemente, obras de autores nacionales e interpretaciones de artistas argentinos [1]

La nueva, a diferencia (perdón, en la misma línea), impone que:

Los servicios de televisión abierta deberán emitir un mínimo del 60% de producción nacional; con un mínimo del 30% de producción propia que incluya informativos locales [2]

Patriotism means no questionsAhora bien, ¿Por qué cuando a Mauricio Macri se le ocurre acusar a la «inmigración descontrolada» de peruanos y bolivianos de ser la culpable de los hechos ocurridos en el Parque Indoamericano, todos coincidimos en tildarlo de xenófobo pero cuando el gobierno impulsa una ley donde al capital y al trabajo extranjero se le da un lugar de segunda, a todos nos parece fenómeno? ¿No es este otro caso de lisa y llana xenofobia?

Protección del Espectador

He aquí donde la izquierda y la derecha estrechan sus manos y nos dicen «tranquilos, nosotros los cuidamos».

La diferencia es que van a cuidarnos de cosas distintas. Mientras la ley vieja busca protegernos de que:

atenten contra la salud o estabilidad síquica de los destinatarios de los mensajes o contra su integridad moral [1]

La nueva intenta protegernos de una supuesta concentración de medios que podría -dios no quiera- hacernos pensar algo que a ellos no les guste:

Con el fin de impedir la formación de monopolios y oligopolios, el proyecto de ley pone límites a la concentración, fijando topes a la cantidad de licencias y por tipo de medio [2]

Para protegernos los militares inauguraron el COMFER, mientras que los del Frente Para la Victoria lanzaron la AFSCA y además agregan una serie de regulaciones referentes a las licencias con el fin de evitar la “concentración” –o sea, concentrar pero en manos amigas-.

Ahora bien ¿Por qué tenemos dos leyes tan parecidas en esencia pero diseñadas por ideologías supuestamente antagónicas?

¿Será esto señal que desde ambos lados del espectro político sí se cree en la existencia del «interés público» y se acepta que Cristina o el General de turno sean los encargados de expresarlo?

¿Será que ambas facciones se olvidaron que su misión como gobernantes es «asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino»?

¿Será que izquierda y derecha coinciden en considerar al televidente un ser poco capaz de cambiar de canal o simplemente apagar el televisor si lo que tiene en frente no le gusta?

Los impulsores de la nueva ley alzan la bandera de la «democratización» de los medios. Sin embargo, en esencia y en principios, coinciden con una ley promulgada por un gobierno militar bastante poco democrático.

¿Y nosotros? ¿Estamos en condiciones de creer que los medios interesan sólo a quien produce y a quien consume y no «al pueblo»? ¿Podremos dejar la xenofobia de lado y abrir las puertas sin prejuicios? ¿Estamos listos para adueñarnos verdaderamente del control remoto?

[1] http://www.espaciosjuridicos.com.ar/datos/LEY/LEY22285.htm

[2] http://www.argentina.ar/_es/pais/nueva-ley-de-medios/C2396-nueva-ley-de-medios-punto-por-punto.php

No fue Duhalde, fue Rousseau

[Publicado Originalmente en La Crisis e Filosófica – 23 de diciembre  de 2010]

Probablemente por el enorme poder que acumuló durante su gobernación en la Provincia de Buenos Aires, cada vez que ocurren hechos como los del sur de la Ciudad, todos nos miramos y pensamos : “Duhalde debe andar detrás de esto”.

Dado que estos reclamos muestran la situación de precariedad y pobreza en que vive gran parte de nuestra población, siempre son funcionales a aquéllos que quieren ver la popularidad del actual gobierno debilitada. Ergo, las pistas llevan hacia pocos lugares.

Sin embargo, viajando por el “Discurso sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad entre los Hombres de Jean Jaques Rousseau, al «cabezón» están por dictarle la falta de mérito.

Desde el punto de vista de los ocupantes –tanto del Parque Indoamericano, como del Club Albariño o los otros predios ocupados- las tomas son hechos ilegales pero consecuencia de situaciones injustas que hay que resolver y que representan una falta aún más grave que la toma misma.

Y no fue Duhalde sino Rousseau el que distinguió la desigualdad moral de la desigualdad natural (que es la que hace que vos seas rubia y yo morocho):

“… otra, que puede llamarse desigualdad moral (…) Esta consiste en los diferentes privilegios de que algunos disfrutan en perjuicio de otros, como el ser más ricos, más respetados, más poderosos, y hasta el hacerse obedecer.”

La consecuencia de esta lectura es que vos sos más rico, porque yo soy más pobre. Y si mañana Gonzalo Heredia tiene más seguidores en Twitter que “lacrisisesfilosofica” es probablemente porque se los sacó a este blog.

Entonces, cuando no tener acceso a la vivienda –mientras que otros tienen mansiones– es visto como un robo o una situación de beneficio de unos a costa de otros, el Estado que tiene que dar justicia frena y deja pasar ya que, piensa, tiene que reparar la primer situación “injusta”.

Y así es como caemos en las “políticas de vivienda”, los subsidios, y los planes de todo tipo, tamaño y color, que castigan el esfuerzo de unos en nombre de la necesidad de otros, con el objetivo de lograr la tan deseada «igualdad moral» roussoniana.

Como corolario, los principales sospechosos de coordinar las ocupaciones, como el ex-presidente, Pitu Salvatierra o Regino Acevedo, probablemente serían condenados (en un juicio que jamás existirá) como meros autores materiales.

Sin embargo, de seguirse la investigación, el autor intelectual de esta confusión de principios que termina en “usurpo porque vos me usurpaste antes” sería sin dudas el pensador francés J.J. Rousseau.


“Discurso sobre el Origen y los Fundamentos de la Desigualdad entre los Hombres”, Jean Jaques Rousseau, Página 22: http://www.policialapaz.com.ar/biblioteca/Juan%20J.%20Rousseau%20-%20Discurso%20sobre%20la%20desigualdad.pdf

Villa Soldati: ¿La Ausencia del Estado?

[Publicado originalmente el 16/12/10 – La crisis es filosófica]

La ocupación del Parque Indoamericano por parte de un abultado grupo de personas en supuesta búsqueda de un lugar para vivir y el posterior enfrentamiento entre “usurpadores” y “vecinos” llevó a muchos a la conclusión de que esto es lo que pasa cuando el Estado se ausenta.

Desde prestigiosos periodistas hasta columnistas de algún programa de TV compartían -más o menos- la misma línea de razonamiento: Cuando el Estado no está, reina la anarquía, y la anarquía es la guerra de un bando dispuesto a todo que se enfrenta a otro dispuesto a todo, y más.

Ahora bien, aun suponiendo que el escándalo fue armado por algún político interesado en “desestabilizar”, de no haber una situación propicia, este personaje no podría ni organizar la ocupación de un locutorio. Entonces, ya sea que la okupación fue armada o espontánea, lo que se aprecia es que la miseria y la exclusión no han sido erradicadas aún.

¿Y quién es culpable de esto? ¿El Estado ausente? Veamos…

Por ley, el salario mínimo que un empresario debe pagar a un empleado es de 1740 pesos mensuales. Por supuesto, esto genera que si un empresario pudiera contratar por debajo de ese nivel, tendría dos opciones: o no contratar (desempleo), o contratar en negro. Si recurre a la segunda, el empleado tiene trabajo pero difícilmente tenga acceso a un crédito para comprar una casa, por ejemplo.

Por otro lado, según el Banco Mundial, los trámites burocráticos necesarios para registrar una empresa en el país pueden llevar hasta 27 días hábiles. En países que progresan, en cambio, los trámites pueden tomar entre uno y dos. No es extraño entonces que la proliferación de empresas en argentina sea lenta y el empleo no crezca.

Además, en el país tenemos cerca de un 30% de inflación anual, cuyo único responsable es el gobierno, que debe financiar sus crecientes gastos.

Por último, nuestros gobiernos están siempre dispuestos a crear “derechos” allí donde haya un grupo que diga tener una necesidad y luego financiarlos con el dinero de todos, mediante impuestos, inflación o deuda.

Como conclusión, tenemos un Estado que en aras de mejorar la situación del trabajador genera desempleo, un Estado que por controlar y supervisar al mercado y a sus agentes, destruye el incentivo para la creación de empresas que son vitales para dar trabajo y ofrecer productos a precios competitivos.

Un Estado que para alentar el consumo y salir de la recesión, ha generado una inflación que dios sabe cuándo y cómo terminará. Y, por último, tenemos un Estado que está dispuesto a compensar a cualquiera que proteste, total no asume por ello ningún costo económico, sino que nos lo traslada a todos nosotros.

Entonces ¿Cómo no va a haber gente que viva de changas y que al no poder seguir pagando su aumentado alquiler, siga al que le dice “si vamos al parque, podemos conseguir un subsidio”?

Finalmente, que los enfrentamientos no hayan sido frenados por las fuerzas de seguridad reflejan la inacción estatal. Pero nada de lo que llevó a generar esta situación tiene que ver con la inacción estatal. Es más, cabe preguntarse si no se debe al fenómeno inverso.


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