Posted by Jaiek on 2 octubre 2010 in artículos anteriores | 4 comments
La nigromancia es el Arte que se dedica al estudio de la muerte, y se centra en el control de los muertos (ya sea en ayudarse con ellos, como el control psíquico de la materia muerta o espiritual).
Hay veces, que los adoradores del estatismo a cualquier costo (estatismo salvaje) quieren conferirle al concepto de estado atribuciones y capacidades que demostradamente no tiene. Cual si fuera un nigromante, los adoradores del estatismo salvaje piden al estado que se haga cargo de negocios muertos y los levante de las cenizas del más allá, para caminar rebosante de vida entre los vivos.
Pero no hay que caer en la trampa. Si un negocio, no es negocio (es decir, no reporta una ganancia de algún tipo a sus propietarios o accionistas) es porque los consumidores no consideran útil el producto o servicio, o no lo suficientemente útil como para utilizar los frutos de su trabajo en él. Tan simple como eso. El estado nada tiene para hacer aquí para «revivir» tal negocio, salvo hacer lo único que puede: utilizar la fuerza para quitar el fruto del trabajo de los ciudadanos y derivarlo hacia otro sector producto de cierto interés de aquellos que momentáneamente manejan el aparato estatal (llámese gobierno).
Esta transferencia violenta de bienes, no vuelve rentable al negocio otrora quebrado, sino que lo inyecta del capital necesario para funcionar a cambio de nada. Cuando el estado se hace cargo de un negocio, pierde el horizonte de los costos que el mismo requiere para funcionar. Pero esto no es caprichoso ni difícil de comprender. Cuando hablamos de negocios, la mayoría de las veces le sacamos toda connotación afectiva y decimos que las empresas y los empresarios son «fríos y calculadores» y que están alejados de los sentimientos. Y en parte tienen razón.
El empresario cuida su capital para que siga rindiendo frutos. Y cuando el negocio no está acompañado de leyes monopólicas que prohíban la competencia o el uso del aparato estatal, está muy bien que esto sea así, ya que ganan empresario, empleado y consumidor. Cada uno a su modo, todos consiguen algo que previamente no tenían. Pero cuando un órgano estatal se hace cargo de una función que no le corresponde, los adalides del estatismo salvaje le confieren un aura sentimental, de benevolencia y de buenas intenciones. Pero los negocios no se mantienen con buenas intenciones y amor infinito a la humanidad, y los fondos que usan los organismos estatales se obtienen a la fuerza, lo que nos da como resultado que este capital no esté sujeto a la decisión del consumidor y la consiguiente eficientización de las operaciones para la obtención de ganancias, sino que es resultado de la expoliación de los mal llamados contribuyentes, a los cuales siempre se puede apretar más y quitarles más dinero a cambio de la amenaza de sanciones y el consiguiente uso de la violencia.
Ahora que expuse las causas por las cuales considero inmorales a las empresas estatales, creo que van a leer con otros ojos noticias como aquellas en las cuales empleados y propietarios de negocios muertos piden que el estado se haga cargo de su rubro. No digo que estén de acuerdo 100% conmigo, pero sí se van a dar el lujo de la duda. Vivimos en un mundo dinámico y los mismos seres humanos somos dinámicos. Nuestras necesidades cambian de momento a momento, y el avance de la tecnología y las consiguientes mejoras en la calidad de vida influyen para que esto así sea. Por eso surgen minuto a minuto nuevas oportunidades de negocios, mientras que otras quedan obsoletas en el pasado (la fabricación de carretas, el farolero que encendía las velas en las calles, el vendedor de hielo para las heladeras que no tenían motor,…). Y casualmente estamos viviendo una era de cambios, sobre todo en la obtención y transmisión de material multimedia o audiovisual, que está cambiando el paradigma del negocio tal cual era. Pero a los sindicalistas y a los empresarios involucrados, que la gente ya no quiera utilizar sus servicios, no les interesa. Ellos quieren mantener su poder sobre una rama de trabajadores (y sus aportes) y las ganancias de un negocio ya montado que no van a usufructuar más. Entonces llegamos a situaciones como que pidan que el estado se haga cargo del negocio de alquiler de películas en locales, que toda persona pensante ya conocía de antemano tenía los días contados.
Cuando un negocio deja de rendir ganancias, es una señal. Una señal de que los consumidores ya no necesitan los servicios que alguna vez los satisfizo. Los verdaderos empresarios, en lugar de llorar sobre la leche derramada, deberían darse cuenta de la situación, y dejar de inyectar capital (escaso) en una actividad que no reporta beneficios a nadie más que a ellos mismos para llevarlo a otra actividad que sí de al consumidor aquello que requiera. Y los sindicalistas, deberían resignarse al cambio de condiciones, y trabajar para capacitar y reubicar a sus representados en otro rubro y que de esta forma puedan seguir realizando una tarea útil para todos.
El aparato estatal no hace magia, no tiene cualidades nigromantes. Tampoco es benevolente, ya que sus medios son siempre violentos. Si dejamos de conferir características que los gobiernos y entes estatales no tienen, de seguro nos vamos a encaminar a una sociedad más libre, con menos violencia y a favor del intercambio voluntario entre los ciudadanos.
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