El estado de servidumbre

Hace dos años, motivo de un viaje al exterior, y coincidiendo con la pérdida de mi billetera  dos días antes del viaje(tarjeta de crédito, incluida), opté por comprar Traveller’s Cheques de American Express, de ese modo podía reponerlos en caso de perderlos, y me despreocupaba de andar con una cantidad importante — para mi  — de dólares en la valija. La operación fue sencilla. Un mediodia de mayo me dirigí a una sucursal del Banco Galicia y compre con mis dólares, los cheques de viajero en cuestión, sin ningún problema.

Hace unos meses, mientras intentaba ordenar algunos cajones, me llevé la sorpresa de encontrarme 100 dólares en cheques de viajero de aquél viaje que me habían sobrado, y que olvidé que todavía los tenía.  Que afortunado,  me dije a mi mismo, haberme cruzado con 100 dólares que pensé que ya no tenía. En realidad — me daría cuenta después —  me había encontrado el comprobante de mi esclavitud.

Pueden decir que se trata de una exageración, pero cómo llamar a un régimen donde mis acciones, y mis interacciones con los demás, se ven sometidas a la autorización de alguien que la única distinción conmigo es que se cree que por  haber sido elegido (elegida, en este caso) en un proceso electoral se convierte en el amo de todos los demás.  Hasta puede ser que digan que haya un papel que convalide ese poder, sepan disculpar pero yo no consentí nunca en convertirme en un esclavo de lo que las mayorías decidan, y si me dice que «este es el sistema» no cuenten conmigo para convalidarlo.

Volvamos a las oficinas de American Express. Soy el único en la fila de la ventana para hacer gestiones relativas a los Traveller’s Cheques, el guardia me dice «están hace 40 minutos», hoy en Argentina,  es más sencillo realizar un transplante de corazón que hacer cualquier operación que involucre dólares. Llegó mi turno, era hora de recuperar los 100 dólares que había cambiado en 2010, era una trámite simple yo le daba los dos papeles que firmaba American Express, y ellos me daban el papel verde, el mismo proceso, pero a la inversa, de lo que había hecho hace dos años. No iba a ser tan sencillo.

Mi primer problema fue que no tenía mi credencial de esclavo. O como dice la ley que impuso la obligatoriedad del DNI, mi  «Identificación, registro y clasificación del potencial humano nacional [PDF], que después de haberlo perdido no me tomé la molestia de recuperarlo. A pesar de tener conmigo el registro de conducir, la credencial de la facultad, y la credencial de un club, todas ellas con foto, nombre y número de documento, pero nada de eso sirve, el DNI o nada.

El segundo problema fue que de haber podido cobrar mis 100 dólares, el Banco Central obligaba a American Express a entregarme pesos, es decir, me pesificaron los dólares. En cualquier otro país del mundo al que vaya, a cambio de los cheques de viajero tienen que cumplir lo que dice el papel: «Pay this cheque to the order of  _____________ «. En Argentina no me pagan lo que dice el cheque (U$S 50), me dan   pesos, y a un cambio desfavorable: 4,34 cuando el dolar paralelo se encontraba a 5,75. Mal negocio para mi, excelente negocio para el Banco Central.

Esta estafa promovida por el Banco Central, y a la que American Express no le importa ser cómplice (continúa vendiendo estos cheques), es una muestra más de situaciones que se dan todos los días, en las que no se puede realizar ninguna acción que escape el control del estado. Los Traveller’s Cheque de American Expreess, que sólo pueden ser cobrados contra presentación del DNI, y por un valor muy inferior a lo que figuran en la cara del cheque, son un comprobante muy claro del momento que  vivimos.  Que no es como diría Hayek, un «camino a la servidumbre», si no más bien ya nos encontramos en un estado de servidumbre, y lo consiente la gran mayoría, todos los días, todo el tiempo.

Bienvenidos a 1984.

Leer este post es perjudicial para su salud

Hace unas semanas estuve de viaje por Chile y si algo me impactó fueron las imagenes que contienen las cajas de cigarrillos en ese país para advertir al fumador de los males que genera el tabaco. Las fotos eran tan fuertes que para evitar verlas acostumbran a taparlas con algún cartón o papel. (acá una muestra de las menos impresionantes)

Para no quedarse atrás el Ministerio de Salud de nuestro país dispuso de cambios en el packaging de los cigarrillos, y ahora en Argentina también tendremos los atados decorados con fotos del mismo estilo. Fue a través del decreto 497/12 del Ministerio de Salud que ordena la inclusión de estas imagenes:

Los paquetes y publicidades gráficas de cigarrillos deberán incluir desde junio fotografías de impacto y nuevos textos sobre el daño que provoca en la salud el tabaquismo, enfermedad que en la Argentina produce más de 40.000 muertes anuales, según un decreto del Ministerio de Salud publicado ayer en el Boletín Oficial.

Los paquetes de cigarrillos, de ese modo, deberán incluir desde junio la frase «Fumar causa cáncer», entre otras establecidas por la normativa, en sintonía con las directivas de la Organización Mundial de la Salud y el Convenio Marco para el Control del Tabaco (CMCT). De ese modo, los paquetes y publicidades gráficas incluirán la imagen de un pulmón sano y otro de un fumador con trastornos de salud junto al lema «Fumar causa enfisema pulmonar», la foto de un pie engangrenado acompañado por la frase «Fumar puede causar amputación de piernas» y una radiografía torácica con una «mancha» de colillas de cigarrillo. Los diez mensajes que deberán contener los paquetes y publicidades están comprendidos en el decreto 497/2012, firmado por el ministro de Salud, Juan Manzur, y publicado en el Boletín Oficial.

¿Armas de destrucción masiva?

Sumarse a esta tendencia mundial es una consecuencia lógica en la pendiente paternalista que se ha embarcado la Argentina, tanto a nivel nacional, como a nivel de la Ciudad de Buenos Aires. Allá lejos quedó la ley 23.344 del año 1986 que comenzaba a regular la publicidad de tabaco y productos destinados a fumar, y que además en su primer artículo disponía que en el envase de los cigarrillos debería aparecer la ya clásica leyenda «Fumar es perjudicial para la salud». Este fue el primer resquicio abierto para que los funcionarios estatales comiencen a interferir en los hábitos, buenos o malos, de la gente, en materia tabaquica. El primer paso en la pendiente resbaladiza.

Haciendo un paréntesis, para comprender los alcances de aquella primera regulación, es preciso recordar como  comenzó  la ola del prohibicionismo de drogas en Estados Unidos. El Dr. Thomas Szasz en su  libro Nuestro Derecho a las Drogas (PDF; gentileza PL) esboza una historia sobre la prohibición de narcóticos en aquél país, que, casualmente, comienza con la introducción de una ley que obligaba a las farmacéuticas a publicar en etiquetas los ingredientes de los productos que vendía, la Food and Drugs Act de 1906 fue el cimiento de la política  prohibitiva del gobierno de Estados Unidos, fue la primera vez que en esta materia el estado se apartó de su rol de «protector de los derechos individuales» e incorporó un mandato a las empresas comercializadoras de estos productos. En opinión de Szasz:

[e]s innecesario prohibir la no divulgación de los componentes de los productos médicos (o de otros). Es suficiente con prohibir la divulgación falsa y castigarla a título de fraude, con sanciones penales tanto como civiles. En cuanto a la no divulgación, debería ser castigada por la mano invisible del mercado. [1]

Al igual que hoy con el tabaco, las primeras intromisiones estatales en las drogas ahora ilegales, se dio de forma inocua regulando simplemente algunos aspectos referidos a su envase y la exposición de los ingredientes de los productos. Pensar hoy en la prohibición total del tabaco en el corto plazo puede ser tildado como una exageración, en 1906 aquellos que pensaban que la Food and Drugs Act iba a tener como desenlace la prohibición de las drogas, también se los señalaba como exagerados.

Volviendo a la cuestión de actualidad, el Ministerio de Salud decretó que además de la incorporación de las imagenes aludidas anteriormente, se reemplace la tradicional inscripción «Fumar es perjudicial para la salud» por referencias especificas a enfermedades que pueden ser provocadas por el tabaco. Esta tendencia mundial a la que se suma Argentina, está sustentada por la teoría del soft paternalism, un paternalismo atenuado donde el estado ya no dictamina o prohibe conductas sino que las intenta guiar por lo que, según la consideración de los funcionarios a cargo, es el mejor obrar.

Sin embargo, Mario Rizzo, profesor de economía en NYU, tiene una visión diferente al respecto, tal como lo plantea en este artículo. En dicho artículo comienza por cuestionar la necesidad de incluir esas imágenes tan impactantes, además de la advertencia generalizada que ya existía en los paquetes:

¿Por qué fue percibido por algunos de que el suministro de información, incluso en el momento de la venta, no es suficiente? ¿Por qué debemos dirigirnos a la exhibición de imágenes dramáticas de eventos con bajas probabilidades de que sucedan. (La mayoría de las personas que fuman no terminan como las fotografías sugieren, y muchas personas que no fuman terminarán conectados a tubos de respiración, los tubos de alimentación y repugnantes procedimientos médicos en algún momento antes de morir.)

Fumar es más saludable que el fascismo.

Esto es, explica Rizzo, para combatir dos sesgos cognitivos en la toma de decisiones. El sesgo de optimismo y el sesgo de disponibilidad. El primero hace referencia a que sabiendo que hay un X% de probabilidad de contraer una enfermedad fumando, la persona cree que esa estadística no se le aplicará a él («esto a mi no me va a pasar»). El sesgo de disponibilidad consiste en el miedo y la estimación exagerada de la probabilidad de ser víctima de algún hecho cuando tiene un contacto reciente con un hecho. Por ejemplo, después de una noticia de una accidente aéreo mucha gente piensa que la probabilidad de morir en uno es mucho más alto que lo que un análisis estadístico podría arrojar.

A partir de estas dos variables se diseña las política de atacar el sesgo de optimismo («fumar causa cáncer») y el sesgo de disponibilidad (las imágenes que acompañan en el envase). En primer lugar, concluye Rizzo en base a investigaciones, el sesgo de optimismo está ausente en los fumadores (PDF; Cato Institute), los fumadores creen que las probabilidades de enfermarse por fumar son más altas que las reales. En segundo lugar, el sesgo de disponibilidad sólo tendrá éxito cuando el uso del cigarrillo se reduzca a un nivel mínimo.

Para terminar Rizzo descarta este aparente soft libertarian paternalism, que no es distinto del viejo paternalismo autoritario:

El «óptimo» no es  la toma de decisiones bien informadas por agentes morales autónomos. No son ni siquiera las verdaderas preferencias ocultas de la voluntad ilimitada del individuo. [El óptimo] es hacer lo que los paternalistas creen que deberías estar haciendo.

Las negritas son mías.

El nuevo avance paternalista, no es sorprendente si se tiene en cuenta el avance del «estado niñera», incompatible con una sociedad libre. No sólo estas políticas suelen fallar y hasta generar consecuencias indeseadas, si no que interfieren con decisiones personales, que no afectan a terceros, y pretenden dictar los estilos de vida ajenos. Dejando en manos de funcionarios, en este caso del Ministerio de Salud, como los agentes morales de lo que está bien y lo que está mal y de lo que debe ser la conducta promedio del ciudadano. Nada muy distinto a la Comisión para la Promoción de la Virtud y laPrevención del Vicio de Saudí Arabia.

Un paso positivo y aconsejable en materia de  prevención podría ser que los legisladores impulsen una ley que advierta a la población sobre el peligro que existe en confiar cualquier decisión sobre la vida de los demás a un político.

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[1] SZASZ, Thomas. Nuestro derecho a las Drogas. P. 82. Ed. Anagrama.

Los dos árboles

La idea de los árboles como representación de ideas políticas parece que fue popular durante algún tiempo. Ya el ensayista y filósofo Henry David Thoreau expresaba esta idea en su famosa frase «Hay miles cortando las ramas del mal por cada uno que está asestando golpes a la raíz». Tiempo antes Thomas Jefferson, redactor de la Constitución de Estados Unidos y Presidente de ese país, había escrito: «¿Qué significan unas cuantas vidas perdidas en un siglo o dos? El árbol de la libertad debe de vez en cuando ser regado con la sangre de patriotas y tiranos. Es su abono natural.»

Más acá, tomando la tradición libertaria de Thoreau, varios activistas han apelado a la analogía  del árbol para presentar sus escritos. Larry Reed, hoy presidente de la pionera FEE, publicó una serie de ensayos bajo el título «Striking the root», otro destcado sitio web, Strike-the-root, toma su nombre de la analogía botánica del hijo pródigo de Concord, Massachusetts, el mencionado Thoreau.

El árbol del estatismo

En algún momento, apenas sucedida la muerte del ex-presidente Kirchner, el actual gobierno tomó como estrategia promover un discurso en el que se presentaba a las políticas e ideas, que dicen defender, como propuestas motivadas por el amor y la felicidad, propuestas constructivas , en contraposición del odio y la destrucción que proponen desde la opo y la corpo. El punto de partida, y tomada como referencia hasta el día de hoy, fue la frase que alguna vez repitió Kirchner, «que florezcan mil flores» decía Él. De esta   emulaba a Mao Zedong que apeló a otra analogía bótanica para lanzar la terrible «Revolución Cultural«.

Si continuamos con esta linea de identificar ideas árboles, por ejemplo, tendríamos por un lado el arbol de la libertad, y por el otro el árbol del estatismo, kirchnerista en este caso, que dicen construir sus defensores. Estos árboles serían abismalmente diferentes.

Si vamos a identificar las ideas políticas con los árboles, el arbol de la libertad y el arbol del kirchnerismo, o el estatismo que esté de turno, serían abismalmente distintos, es más, no podríamos saber cuán distintos serían.

El árbol de la libertad

Por un lado, tenemos el árbol del estatismo, un árbol que no existe, ya que aquellos que dicen construirlo pretenden mantener el control absoluto sobre como debería ser ese árbol, altura, cantidad de hojas, flores, ramas, cada atributo tendría su propio ministerio ¿Dónde se ha visto un árbol así? Ni los japoneses lo han logrado.  El Ministro de los Troncos calcularía que el ancho del tronco sea adecuado para el proyecto que está encabezando, el Ministro del Color evaluaría si el verde de las hojas es el deseado por su jefe (o jefa), el Ministro de la Altura va a estar midiendo todos los días el progreso del arbol y cortando aquellas ramas que excedan la altura planificada. Por supuesto, un árbol sometido a tantas vejaciones diarias para contentar a un puñado de personas termina por morir. Un arbol como el que el estatismo quiere construir sería imposible, tan imposible como el control estatal total de la economía.

¿Y cómo sería el árbol de la libertad? No lo se. Sería imposible saber como sería aquél árbol, así como es imposible saber como sería cualquier árbol, o cualquier desarrollo de la sociedad en libertad, donde la innovación y la iniciativa está puesta a disposición de satisfacer las demandas de los demás.

Volviendo al estatismo, sin dudas existe cierta perversión en la idea de que ellos expresan la «felicidad, el amor, la construcción, la inclusión». Pocos han podido notar, no por algún tipo de maldad, si no más bien por la incapacidad de mirar un poco más allá de lo obvio, que detrás de cada propuesta política que emerge desde el ente estatal, o que proponen aquellos defensores de la intervención del estado, está todo lo contrario a lo que dicen sostener. No es el amor o la construcción lo que defienden, si no más bien, la agresión. Defienden la exclusión, o en otras palabras, la noción de que un grupo de personas sabe más que el resto como para dirigir la vida de ellos. Defienden la idea de que no todos son capaces de aportar a la construcción de una sociedad libre, si no que un grupo de excluídos (que han sido excluidos, en su gran mayoría, por políticas de carácter similar a las que proponen) deba depender parasitariamente de otro, sin poder ofrecer nada a cambio.

Es importante tener en cuenta la racionalidad de las acciones que toman y defienden y que luego, algunos jóvenes confundidos creen que son rebeldes al apoyarlas, para desnudar el verdadero accionar del estatismo, sea kirchnerista o sea de cualquier otra forma o color.

En nombre de los otros

Cuando en la vieja Unión Sovietica se jactaban de sus grandes progresos militares, su programa espacial, y la realización de desfiles donde exponían sus misiles más importantes, y los proyectos grandilocuentes que tenían, en realidad, era la admisión de que el socialismo era un fracaso. Mientras sucedía todo esto, se daba una escasez generalizada de alimentos, vestimenta, y otros insumos. Un claro ejemplo de como la planificación centralizada y la ausencia de la propiedad privada son un camino al fracaso. Es la imposibilidad del calculo económico en el socialismo.

En Argentina sucede algo parecido. La muestra Tecnopolis, llevada a cabo el año pasado por el gobierno nacional, es un claro ejemplo de esta mala asignación de recursos. Mientras existen personas en varias partes del país, viviendo en condiciones miserables, en los suburbios de la Capital Federal, se expone como los cientos de millones de pesos obtenidos de la misma forma que un ladrón obtiene su botín, son gastados en proyectos, muchas veces que no tienen ninguna utilidad, para satisfacer las necesidades de los megalomanos que participan de un gobierno. Se podrá argumentar que no podemos esperar a resolver todos los problemas para invertir  en tecnología, pero se confunden. Acá no estamos pidiendo que no se gaste en tecnología (o Fórmula 1), y que se gaste en otra cosa. El pedido es sencillo, dejen de tomar por la fuerza lo que no les pertenece.

Otra aberración de este estilo se está gestando a nivel nacional. En este caso, no es para evidenciar a gran escala esa mala asignación de recursos, si no para dejar al descubierto como las decisiones individuales y privadas pueden, y deben, según los gobiernos, ser sustituidas por las decisiones de funcionarios. Se llama artepolis, una especie de muestra de arte, organizada y financiada por el estado, que en palabras de Cristina Kirchner, es muy posible que se lleve adelante:

«Debemos hacer un Artepolis como hicimos Tecnópolis. Los argentinos nos debemos un Artepolis», propuso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner esta tarde, en el acto de lanzamiento del Plan Nacional de Igualdad Cultural. «La producción de arte y contenidos y la conexión de los trabajadores de la cultura es fundamental», agregó.

El individuo, como ser humano privado con consciencia, es negado por el gobierno. El trabajador, al que constantemente se hace referencia, no es una persona que tiene gustos, prioridades personales, y que busca su propio bienestar, el trabajador solo es valorado como factor que aporta a la riqueza del estado mediante el pago compulsivo de impuestos. Por eso mismo, una vez más, este tipo de proyectos imponen los consumos culturales de las personas, que son desconocidas como seres únicos e irrepetibles, y son aglutinados en ficciones como «los trabajadores».

Este, y todos, los gobiernos, se atribuyen una serie de actos en nombre de otros, cuando la realidad es que ese acto en su esencia constituye la negación de la existencia de cada uno de los otros, es todo parte de un mismo ciclo. Un gobierno que genera las condiciones para interferir en cualquier tipo de prosperidad (no confundir prosperidad con LCD y vacaciones a Mar del Plata), termina generando dependencia, y se aprovechan de esta para crear este circulo vicioso, que es muy dificil ponerle fin.

Muy difícil, no imposible.

Los frenos del estado

Te van a decir muchas cosas.

Te van a decir que es consecuencia de las «privatizaciones» de los’90. Te van a decir que es consecuencia de que estaba ausente el estado. Te van a decir que era una tarea pendiente del proyecto nacional-socialista (nac&pop). Te van a decir que la gente viajaba en el primer vagón, porque estaban apurados. Te van a decir que los empresarios gastaban los subsidios en negocios financieros. Te van a decir que esto entierra los últimos vestigios del proyecto neoliberal, y debe haber una solución superadora. Te van a decir que los van a querellar porque ellos también son víctimas. Te van a decir que es una lástima, porque murieron trabajadores. Te van a decir que si era un feriado, y no un día laborable, tal vez, no moría tanta gente.

Te van a decir esto y muchas cosas más. Te lo van a decir y te lo dijeron.

El trágico accidente ocurrido a comienzos de la acotada semana número ocho del año, no fue un accidente. Era previsible que ocurriera, lo pudo preveer  una autora americana en una novela de 1957, lo podía preveer cualquiera.

Esta vez hay que poner un punto final, y hablar claro. La responsabilidad no fue del gobierno. Por supuesto, son los máximos culpable de que haya sucedido la tragedia, varios funcionarios deberían renunciar y otros ir presos, pero no tuvieron la responsabilidad de que esto pasara. Los responsables de que haya sucedido esto es el 90% de los argentinos que han elegido, durante los últimos años, una alternativa que lleva a resultados como estos.

Para ellos es facil dispensarse de la responsabilidad, con tan sólo decir que el estado estuvo ausente, que fue todo lo contrario lo que votaron, que esto pasó por la culpa de empresarios inescrupulosos, se sienten liberados. Pero el estado no estuvo ausente. Si el accidente  ocurrió fue justamente por todo lo contrario, fue porque el estado estaba presente, estaba muy presente. Este es un argumento que trasciende a oficialistas u opositores, los primeros afirman que es una «tarea pendiente aumentar la presencia del estado», los segundos dicen que fue un «estado ausente» el responsable de que los frenos del ferrocarril no frenaran. No hay diferencia.

Está postura disociada de la realidad, tanto del kirchnerismo, como de la llamada oposición, se debe a que en el fondo, ambas se encuentran unidas por la adoración al estado. Ninguno de ellos ha sabido reconocer que el estado fracasó, más aún el estado nunca fracasa, o el estado no estaba presente, o no estaba suficientemente presente, pero el estado hubiese tenido éxito en frenar al tren, creen ellos.

La misma arrogancia presente en las medidas que intentan regular estilos de vida, fijar precios, manejar la producción de las fábricas, y diseñar los modelos de negocios de cada empresa, está presente a la hora de manejar una línea de tren, aunque en este caso los 51 muertos los dejaron más expuestos, que las cientos de víctimas anónimas que día a día padecen sufrimientos por el accionar del estado, y que son ignoradas por todos, o víctimas de un diagnostico equivocado.

Se podrán decir muchas cosas acerca de la administración de los trenes: que fue privatizado, que fue negligencia de la concesionaria, que el estado no controló lo que debía controlar, podrán decir todo eso, pero nadie estuvo más acertado que Alberto Benegas Lynch (h) para analizar en serio el accidente de la línea sarmiento:

No se trata de insinuar que una empresa privada no pueda tener accidentes, muy lejos de ello. De lo que se trata es de señalar que si la empresa se politiza los incentivos para mejorar resultan bastardeados ya que son otros los que pagan los platos rotos, sin embargo, la empresa privada, en la medida en que no presta buenos servicios es desplazada del mercado. Hasta la forma en que se toma café y se encienden la luces resulta completamente diferente en un organismo estatal respecto de lo que ocurre en una empresa privada. Por otra parte, la misma constitución de lo que se denomina una “empresa estatal” significa despilfarro puesto que los siempre escasos factores productivos se canalizarán en una dirección distinta de la que hubiera decidido la gente si se les hubiera permitido hacer uso del fruto de su trabajo.

Para comprender de forma integral la tragedia, el artículo que cito acá arriba es de lectura obligada.

El problema de frenos no está en las  formaciones de la línea Sarmiento, el problema de frenos lo tiene el estado, que intenta acaparar, manejar y planificar cada uno de los espacios en que lo dejan, o quiere pasar. Un estado que constantemente fracasa, y que, por más buena voluntad que se le ponga, seguirá fracasando.

¿Loco? ¿yo?

¿Locura?

Muchas veces escucho el miedo de algunos defensores de las ideas de la libertad en ser tratados como «locos». Es más, me han dicho que esperan en el futuro que los libertarios sean señalados como «miren estos locos las ideas que tienen», en vez de ser un grupo de gente ignota, ignorada en cualquier debate.

Mi parecer es que no va a faltar mucho para que un grupo de personas que se opone al status quo, cuestiona el paradigma de poder actual, y principalmente, tiene como objetivo lograr una sociedad de hombres [y mujeres] libres. Este parecer no es una predicción alarmista sin ningún tipo de base, es por lo contrario, casí una certeza observando en el presente y en el pasado la liviandad con que se acusa a alguien de loco.

Es algo que ya está pasando, en Estados Unidos, no son pocas las veces que  a nuestro candidato favorito Ron Paul lo acusan de «loco». Lo acusan de loco por querer terminar con la persecución a los consumidores, y vendedores, de drogas,  una de las políticas que más fracasaron en los últimos 40 años y que impacta especialmente en las minorías de Estados Unidos, y entre los más pobres, lo acusan de loco porque propone que la moneda sea provista por el mercado, y esté respaldada con un activo físico, y no continuar con la manipulación que hacen de la moneda el gobierno de USA, a través de la Fed junto a los banqueros,, también porque se opone a la nueva ley que autoriza la detención indefinida, a asesinar ciudadanos americanos por ser acusados de algún delito, sin juicio previo, entre otra gran variedad de  temas.

El comentario de Conor Friedersdorf en The Daily Beast es muy atinado, sobre este tema:

Si el regreso al patrón oro es impensado, ¿no es eso tan extremo como que el Presidente Obama tenga un poder ilimitado para asesinar, sin el debido proceso, a cualquier estadounidense que viva en el extranjero y que lo haya designado como enemigo combatiente?  ¿O que [el Senador] Joe Lieberman quiera despojar a un estadounidense de su ciudadanía, no cuando fueron encarcelados por actos terroristas, si no cuando son acusados y designados combatientes enemigos?  En política interna, los expertos se burlan de los subsidios al etanol, la deducción de impuestos para casas con hipotecas, control de alquileres, pero los políticos mainstream que abogan por estas políticas son tratados como personas completamente serias.

Llamenlo locos, pero Rand Paul, Ron Paul y el ex-gobernador de New Mexico, Gary Johnson, probable candidato a presidente para el 2012, se oponen a estas políticas, y los ponen en conflicto con el establishment, cuyo consenso no debería ser determinante sobre si debemos considerar o descartar una idea. Como los excesos mas flagrantes de la guerra contra el terrorismo demuestra, la ideología libertaria no siempre conducen a la locura, y estar «en el mainstream» no siempre es una característica deseable per se, ni lo ha sido en la larga historia de la política estadounidense.

Samuel Cartwright

Revisando la historia nos podemos dar cuenta que el uso de la psiquiatría con fines políticos no es ninguna novedad. Las críticas, o mejor dicho acusaciones, que reciben los libertarios son previsibles. Ya en el S. XIX, el médico Samuel A. Cartwright hablaba de una enfermedad que sólo eran afectados los esclavos de USA, la drapetomanía, consistente en unas «ansias de libertad» o expresión de sentimientos en contra de la esclavitud.

El diagnóstico apareció en un artículo publicado en el New Orleans Medical and Surgical Journal donde el Dr. Cartwright argumentaba que la tendencia de los esclavos a tratar de escapar de sus captores o dueños era en verdad un desorden médico necesitado de estudio. Añadía además que con «el consejo médico adecuado y estrictamente seguido, esta práctica podría prevenirse».

Cartwright también se las rebuscó y encontró un diagnóstico para explicar «la pereza de los esclavos», una forma de apañar «científicamente» el maltrato a los esclavos.

Glenn Greenwald, abogado de derechos civiles y columnista de Salon.com, ofrece una de las mejores defensas de Ron Paul, a pesar de él mismo no coincidir con muchas de sus posturas, en especial las económicas y sobre inmigración,  hace hincapié en que aquellos que lo señalan como «loco» apelan a una de las estrategias más repulsivas de los regímenes autoritarios:

calificar a la gente como «loca» como forma de descartar sus opiniones – básicamente describir el desacuerdo político como una enfermedad mental – es uno de medios más antiguos y rancios para desacreditar a las personas que disienten; es básicamente el arma principal para imponer la ortodoxia dominante y castigar a los disidentes. Llevándolo a su conclusión más odiosa y extrema, la Unión Soviética institucionalizaba a cualquiera que desafiara la ortodoxia, en hospitales psiquiátricos, y China ahora hace lo mismo.  […]

Más importante aún, aquellos que les gusta llamar a otros «chiflados» y «locos» en el discurso político casi siempre quiere decir que simplemente: la persona expresa visiones que está por fuera del mainstream. Cualquier idea que está cómodamente instalada en el mainstream bipartidista es, por definición, sana (incluso si está equivocada; incluso si es loca)

Greenwald menciona el uso de la psiquiatría como herramienta política en China y la Unión Soviética, algo que está fuera de discusión.

Tampoco es ajena a este aprovechamiento de los regímenes totalitarios de categorías médicas para perseguir disidentes, la más cercana isla de Cuba, donde la tortura estaba apañada por la psiquiatría y los psiquiatras obligados a cooperar con el estado.

Dr. Thomas Szasz

Por supuesto que esto no se da solamente en tiranías comunistas, el llamado mundo occidental está repleto de casos de abuso de la psiquiatría. El estado, justificado por los psiquiatras, encierra en cárceles llamadas «instituciones mentales», a aquellos que se desvían del comportamiento esperado en una sociedad. Algunos de ellos son los que no han podido ser adoctrinados por la maquina de adoctrinar, otros simplemente son calificados como locos y apartados de la sociedad. En palabras de uno de los exponentes del movimiento anti-psiquiatría, y libertario,  Thomas Szasz:

El creador exitoso y el destructor exitoso se parecen entre sí en su determinación al enfocarse en alcanzar sus objetivos. Los alienistas franceses del S. XIX  medicalizaron esa determinación llamándola «monomanía». De acuerdo al Oxford English Dictionary, el término fue usado por primera vez en 1823, par referirse a «Una forma de insanidad en la cual el paciente es irracional en un solo tema»; también es usada para identificar «Un entusiasmo exagerado o devoción por un tema; una locura.» Debido a que en diferentes momentos (o lugares) la gente valor la devoción a un tema particular de forma diferente, ciertas personas son difamados como locos así como en otro momento pudieron haber sido considerado genios, y vice versa.

Todas las columnas de Szasz en The Freeman, son interesantes. Para aquellos interesados en conocer más su obra, Jose Benegas ha escrito un ensayo llamado «Thomas Szasz: Redención, locura y disidencia. Política y control moral», donde hace un repaso por los puntos más sobresalientes de su obra.

La próxima vez que escuche a alguien mencionar que otro  posee «ideas locas» voy a tender a escuchar al llamado loco, que seguramente, tenga cosas más interesantes para decir, que el que lo acusa como tal. Los libertarios, e incluso aquellos que no lo eran pero que buscaban su libertad (esclavos, disidentes sovieticos, chinos, pacientes institucionalizados o atontados por medicaciones) , han sido llamado locos en varias oportunidades. Retomando el artículo de Szasz,  esto se debe a que muchas de esas ideas, innovadoras, creativas, que no pertenecen al pensamiento corriente al que la gente está acostumbrado son proclives de ser excluidas del debate con la simple medicalización de esas ideas.

Simon Sinek plantea está delgada linea fina, inexistente en realidad, entre los inadaptados»de un lado» y «los del otro»:

Curva de Bell

El primer grupo, del lado derecho de la curva, son los inadaptados que no sociabilizan. […] Son aquellos que no parecen vivir en el mismo planeta que los demás. Ven cosas que la mayoría no ve. Y lo que es peor, no tienen la capacidad para interactuar en una sociedad normal. Es por eso que los empujamos hacia un costado y los señalamos.

En el lado izquierdo de la curva hay otro grupo de inadaptados. Al igual que sus hermanos y hermanas del otro lado de la curva, también parecen vivir en otro planeta. También ven cosas que la mayoría no ven. Sin embargo, tienen la capacidad de parecer normales – es decir, de ser socialmente funcionales. Pero no se engañen. También son inadaptados.

Si ves cosas que los demás no ven y estás del lado derecho de la curva, sos llamado insano. Si ves cosas que los demás no ven y estás del lado izquierdo, sos un visionario.  Si marchás al ritmo de tu propio tambor desde el lado derecho, sos un marginado. Si marchas al ritmo de tu propio tambor desde el lado izquierdo sos único o auténtico.

Entre los defensores de las ideas de la libertad encontramos cientos de casos de uno y del otro lado. Locos y genios, inadaptados sociales e inadaptados que sociabilizan.  Todos tienen una visión para aportar, todos vislumbran un futuro diferente, un futuro mejor. Por lo que cuando son llamados locos, nada mejor que inflar el pecho y estar orgulloso de ser identificado como tal, son los locos los que cambian los paradigmas, los que influyen en la historia. Son los acusados de herejes, los quemados en la hoguera, o los encerrados en instituciones mentales, muchas veces, por decir una verdad que la sociedad, o el poder, no tolera.

Volver a lo básico

¿Por qué la mayoría de la gente lleva adelante una vida repleta de hipocresía? ¿Por qué olvidamos de aplicar en la vida lo que nos enseñaron nuestros padres desde chiquitos? ¿Por qué no aplicamos lo que les enseñamos a nuestros hijos? De repente, nos olvidamos de las enseñanzas más esenciales que recibimos para manejarnos en la vida, las que nos sirven para sobrevivir viviendo en sociedad, y abogamos por todo lo contrario.

¿Cómo es posible que la gente, en su mayoría, haya abandonado los principios fundamentales bajo los que crecieron?  Son tres cosas básicas las que aprendemos de chicos: 1. Robar está mal.  2. Si el otro no te hizo nada no hay que molestarlo/pegarle/etc. 3. Mentir está mal.

Veamos como influyeron en nuestras vidas estos tres principios, casi universales en esta parte del planeta a la hora de criar a un hijo:

1. Robar está mal. Nuestros padres nos enseñaban que sacarle a otro lo que era suyo estaba mal. No podíamos tomar por la fuerza lo que no nos pertenecía. Ese fue nuestra primera aproximación al concepto de propiedad. En general, la empezamos a respetar cuando le «sacamos» el lápiz a alguien, y después otro nos roba el lápiz a nosotros. Es un principio universal, si nos robamos entre todos salimos perjudicados.

2. Si el otro no te hizo nada no hay que molestarlo. Bueno, tal vez no es tal cual nos decían en casa, el mensaje era otro: «no tenés que pegarle», pero el otro si nos hacía algo no nos podíamos quedar de brazos cruzados. De ahí a que cuando un compañerito del jardín/primaria se estaba peleando con otro y la maestra los retaba, nadie iba a poner en discusión quién había pegado la piña mas fuerte, la primera respuesta, casi instintiva,  era «él empezó». Desde chicos teníamos la intuición de que estaba mal empezar a pelearse, el que empezaba la pelea nunca tenía la razón, sea cual fuese el motivo había una cosa que estaba claro: el que iniciaba la pelea estaba actuando mal. Esto no es muy distinto a lo que se puede considerar la base  de la filosofía de la libertad, la idea de que nadie tiene derecho a iniciar la fuerza contra otra persona, la agresión no se puede justificar.

3. Mentir está mal. Esta es la tercer premisa que identifico como la que guía a vida de un niño, o por lo menos la que los padres tratan de inculcarle. No mentir implica no decir una cosa por otro, no evadir la responsabilidad de los actos que llevamos adelante («yo no fuí»).

Sin embargo, estos principios en algún momento pasan a quedar en el olvido. De un día para el otro, lo que nos dijeron todos los días durante varios años parece que dejó de servir. Nadie lo aplica. Se lo siguen explicando a las nuevas generaciones, pero llega un día en la vida de las personas que tres cosas básicas como comprender que «robar está mal», que «si el otro no te hizo nada no hay razón para molestarlo», y que «mentir está mal» desaparecen de los valores de las personas, y ven en cada robo, cada agresión y cada mentira, la solución a los problemas.

¿Por qué de un día para el otro empezamos a creer que los problemas sociales se resuelven con violencia? ¿Quién le explica a sus hijos que ante un problema que se presente la violencia, el robo, la agresión, la mentira, están bien y resuelven los problemas? Supongo que nadie. En ese caso, ¿por qué cuando pensamos en soluciones a los problemas sociales la mayoría aboga por la violencia? La necesidad de que el estado resuelvas los problema que se nos presentan todos los días, prohibiendo, creando licencias, regulando, subiendo impuestos, imponiendo conductas, es una forma de decir que la violencia es la manera de resolver los problemas.

La amenaza de la violencia como solución de los problemas.

Los ejemplos están a la vista, ¿cuál es la mejor forma de ofrecer educación? Que el gobierno tome por la fuerza a los chicos, decida que contenidos enseñarles y expropiarle parte de su dinero a todo el resto (¡incluso a los que no tienen hijos!) para financiar ese sistema. ¿Qué hacer si una persona está fumando un cigarrillo de una hierba no aprobada por el gobierno? Meterlo preso u obligarlo a renunciar a sus hábitos, inocuos para el resto, encerrándolo en una granja y etiquetándolo de enfermo. Lo mismo podríamos seguir con varios ejemplos, para casi todos los problemas la gente tiene una solución, y en la mayoría incluye la violencia.

La violencia que ejerce el gobierno no está mal vista por gran parte de la sociedad, incluso entre aquellos que les parecería disparatado creer que con violencia se resuelven los problemas. Al gobierno se lo juzga con un criterio diferente, como si las persona que se hacen llamar gobierno pueden apartarse de los principios que rigieron nuestra vida en sociedad en la infancia, y que rigen nuestra vida a diario cuando no estamos proponiendo propuestas políticas.

La propuesta del liberalismo no es complicada, no es rebuscada, ni requiere mucho estudio, es más bien sencilla. Es hora de volver a los principios básicos con los que crecimos y con los que vivimos la mayoría todos los días, sólo hace falta aplicarlos de forma consistente, entender que si está mal robar para uno, está mal robar para todos, entender que si usar la fuerza está mal para uno está mal para todos, y cuando uno dice todos incluye también al gobierno, sea quién sea que esté en el poder en ese momento.

El pedido es simple, comencemos a comportarnos como personas civilizadas en todo momento, volvamos a los principios básicos y apliquemoslo de forma consistente. Veamos en cada acto los medios que usamos para alcanzar el fin que buscamos, analicemos si estamos forzando a alguien a hacer algo que no quiere, si le estamos sacando a alguien algo que no nos pertenece, y cada vez que propongamos que el gobierno deba hacer algo preguntémonos: ¿estaría dispuesto a hacerlo yo por mi cuenta?

¿Por qué es tan mala la atención al cliente?

Ir a hacer un trámite a una oficina estatal es sin ninguna duda muy tedioso, nadie va por placer a una oficina del estado. Los empleados, en su mayoría displicentes, humillan al individuo que se acerca a tramitar alguna cuestión personal ante el monopolio estatal. Por supuesto, al estar uno obligado a ir allí, y no existir competencia no necesitan brindarte una buena atención, aunque te basureen vas a tener que volver allá.

En Argentina, primero es el estado.

En el ámbito privado es diferente. Si el emprendedor es el que se embarca es el proceso de descubrimiento de como mejorar la vida de los demás, la competencia es la búsqueda de la excelencia en el servicio, para el beneficio propio. Cuando un nuevo producto o servicio es ofrecido en el mercado, pronto aparecen nuevos competidores imitando e intentando mejorar al primer oferente, allí comienza el proceso donde los competidores deben intentar ofrecer la máxima calidad esperada, aquellos que sean elegidos por los consumidores son los que seguirán en el mercado, mientras que aquellos que no satisfacen a la demanda no tienen nada que hacer ahí.  Por eso mismo, las empresas privadas, expuestas a la competencia a diferencia de él monopolio estatal, deben ofrecer un buen servicio si quieren mantener a sus consumidores.

¡Alto! No estoy diciendo que esto se da en la realidad, así es como se daría con un mercado libre de interferencia estatal, y cuanto menor interferencia estatal mayor vocación de servicio. De hecho lo que me motiva escribir el actual post es la acumulación de malas experiencias en cuanto al servicio.

Ambas experiencias se dieron en lugares bien distintos, una es una cadena internacional de comida que tiene algunos restaurantes en Buenos Aires, la otra una empresa que nació como un emprendimiento familiar de una familia argentina y ahora es operada por una gerenciadora de empresas. Con esto quiero descartar cualquier tipo de atribución a cuestiones como la «cultura empresarial» o la forma de trabajar, para encontrar el por qué de la mala atención generalizada. No hay que dejar de aclarar que hay empresas, grandes y pequeñas, que ofrecen un servicio de excelencia, pero lamentablemente son las menos las preocupadas en ofrecer, a pesar de todo un buen servicio.

Si como dijimos recién la búsqueda de la excelencia se logra a través de la competencia, y está solo se da en un un mercado libre, sin interferencia del gobierno, hay algo que está obstruyendo esa competencia. Eso se llama legislación laboral.

El estado, a través de la legislación laboral, ha logrado exportar sus prácticas laborales caracterizadas por el maltrato, la humillación del cliente (o en este caso del ciudadano), y la poca preocupación por ofrecer un servicio eficiente. La legislación laboral ha logrado desnaturalizar las relaciones entre empleador y empleado, entre cliente y empleado, y entre los empleados y los desempleados.

El principal responsable

Para poder entender bien el papel de la legislación laboral en el desservicio que impera en muchas de las empresas del país es necesario remitirnos a la Carta del Trabajo de Italia de 1927, uno de los cimiento de la ideología fascista diseñada por Benito Mussolini. Es que allí encuentra su fuente de inspiración la Ley de Contrato de Trabajo (pieza principal del corpus legal laboral) y el resto de la legislación que regulan las relaciones laborales. Si la inspiración de las leyes laborales del país se encuentra en un documento de claro corte fascista no es exagerado afirmar que estas leyes no son compatibles con la democarcia liberal, con la república y mucho menos con los valores de una sociedad libre. La concepción fascista no incluye la protección de la propiedad privada, la libertad de contratación, el respeto por los acuerdos voluntarios o los derechos individuales. Se contrapone con todo lo que sostenemos desde acá, y considerando al trabajo como una parte importante del desarrollo de la vida económica, si éste está regulado por legislación que es fascista en su origen y  fascista en su esencia dificilmente podamos decir que vivimos bajo un sistema de mercados libres.

Ya tratamos en reiteradas oportunidades [1, 2, 3, 4 y 5] como estás regulaciones afectan y perjudican a los mismos que dicen proteger, pero dejamos de lado otro efecto tan importante, y perjudicial, como el que tienen sobre los empleados, y esto es la relación de los trabajadores con sus empleadores por un lado y como esto repercute en la atención, el servicio y la hospitalidad.

En una relación voluntaria cuando las partes participantes tienen la posibilidad de acordar los términos y las reglas en las que se va a llevar a cabo esa relación, ambas esperan, a priori, beneficiarse de esa relación, las partes estarán mejor que antes de haber entablado ese acuerdo. Ahora cuando alguien extraño al acuerdo impone ciertas reglas que nadie consintió vienen los problemas y lo que era una relación libre y voluntaria se comienza a desnaturalizar.

Esto es lo que logra el estado, desnaturalizar las relaciones en el trabajo. La primera relación que desnaturaliza es la del empleador y el empleado. Cuando uno contrata a alguien espera que esa persona este bajo su cargo durante el horario laboral, sin embargo la legislación actual hace que contratar a un empleado genere más obligaciones que tener un hijo. Se presume que el contrato laboral es hasta la jubilación del trabajador, y en la mayoría de los casos en los que el empleador quiera despedir al empleado tendrá que pagarle una suma de dinero por los daños causados. Los daños corresponden a que el empleador no ha conservado a sus empleado hasta el final de su vida laboral activa.

Los responsable actuales

Otra de las características de nuestra legislación que hace que no exista una vocación por ser servicial y amable, es la existencia de los llamados Convenios Colectivos de Trabajo (CCTs), convenios que son firmados por los representantes de los sindicatos y de las cámaras empresarias, por lo que de relación voluntaria, las relaciones laborales no tienen nada. El aspecto de los CCTs que más afecta al tema en cuestión son las escalas salariales definidas en los mismos. Es decir, el precio del trabajo, o sea el salario, es definido de manera cerrada por el sindicato y la cámara empresarial, la situación de empleados y empresarios es indistinta. Tanto porque hay empresarios que no pueden afrontar esos salarios, y también porque hay empleados que merecen un sueldo mayor o un sueldo menor que el definido en estos acuerdos. De esta manera se elimina la competencia en la estructura laboral interna, salvo por algunos adicionales, el salario en si no está relacionado con el servicio ofrecido, más bien con el acuerdo logrado por el sindicato.  ¿Qué incentivo existe para tratar bien al cliente, para recibirlo con una sonrisa, aún cuando uno está mal, si al final del día le pagan lo mismo que el peor de los empleados? Ninguno.

El tercer factor que perjudica la atención al cliente está relacionado con la primera de las características principales que se mencionaban, la legislación incorpora fuertes desincentivos para el despido de los trabajadores, despedir a uno o varios empleados puede significar, para una empresa pequeña o mediana su desaparición. Esta situación disminuye aún mas las competitividad, en este caso ya no dentro de la misma empresa, si no respecto de los desempleados o los que quieren obtener ese trabajo.

En un mercado libre, un empleado no sólo está presionado por satisfacer las ordenes de su empleador, o sea brindar el servicio que demanda la gente, si no también está presionado por la posibilidad de que alguien que no tenga trabajo o que desee trabajar allí lo haga mejor que él, y de esa manera tenga que esforzarse verdaderamente para mantener su puesto seguro. Con esa protección que goza frente al despido, que genera un mercado laboral estático donde es más dificil conseguir trabajo para los que no tienen, se termina de eliminar cualquier factor de competencia que pueda llegar a influir en el rendimiento de su trabajo, en la amabilidad.

Al ser casi una relación impuesta por el estado, y por los sindicatos, a quienes el estado les comparte el «derecho» de usar la violencia en algunos casos, las diferencias que observamos en general entre los empleados del sector estatal y el sector privado son pocas. Solo algunas empresas se esmeran verdaderamente en atender bien al cliente, nada mas aquellas que intentan diferenciarse por el servicio.

Por último, y si bien no está estrictamente relacionado con las regulaciones laborales, son los impuestos, las regulaciones en general y  la incertidumbre del régimen (regime uncertainty), la que generan una economía estática, sin competitividad ya no sólo limitado al ámbito laboral. Esta falta de competitividad hace que se deje de lado satisfacer al cliente, y se apunte a satisfacer a los burócratas en el cumplimiento de sus regulaciones, en el pago de sus impuestos y en intentar adivinar como va a afectar la próxima acción de gobierno a su empresa.

Si en Argentina no podemos disfrutar de ser tratados bien en un comercio, si tenemos que sentirnos humillados y someternos ante empleados que en su mayoría atienden desganados o que les preocupa poco la satisfacción del cliente, no tenemos que culpar a las empresas, ni a los empleados, sino a las desnaturalización de las relaciones sociales por el estado, que deja probado una vez más que la imposición nunca genera nada bueno.

Antiimperialismo en serio

Mark Twain

El escritor Mark Twain fue vicepresidente de la Liga Antiimperialista de 1901 a 1910.

Suele decirse que la izquierda, a diferencia de la derecha, comparte con libertarios y liberales la causa antiimperialista. Desde la Liga Antiimperialista, formada por liberales clásicos en el siglo XIX, al reciente repudio a la política intervencionista de Estados Unidos (Reagan, Bush y Obama, entre otros).

Tal vez la coherencia de la izquierda, en su variante estatista, nunca fue mucha; se olvidaron del antiimperialismo frente al expansionismo soviético (Afganistán, Checoslovaquia, etc.), o frente a la intervención de la dictadura cubana en el Congo y Angola (operación Carlota). Pero por un momento asumamos que es real.

Pregunto entonces, ¿por qué acotarse a Estados? Si es inmoral imponer sobre otras naciones, ¿acaso no lo es sobre provincias, municipios, y finalmente, personas?

Si somos antiimperialistas y promovemos la independencia, soberanía y autodeterminación de países, ¿no sería coherente continuar el razonamiento y hacer lo mismo con la independencia, soberanía y autodeterminación de personas?

Como libertarios lo que proponemos no es mucho más que eso, el antiimperialismo llevado a su máximo, al individuo ejerciendo su plena soberanía personal sin afectar la soberanía personal de otros.

El mito de la obsolescencia programada

Mitos y confusiones respecto de una economía libre, es decir ausente de intervención gubernamental, hay para todos los gustos. Algunos son resultado de la ignorancia que existe en materia económica, por más que muchos crean tenerla muy clara, y otros son simplemente mentiras difundidas por aquellos que se verían perjudicados en una economía liberada.

El "Movimiento Zeitgeist" uno de los que proponen la idea conspirativa de la "obsolescencia programada"

El caso de la obsolescencia programada se queda a mitad de camino, en muchos casos es una realidad que los productos están previstos que duren una X cantidad de tiempo, los materiales utilizados, los costos en general, la expectativa de la aparición de una nueva tecnología, son todos factores que influyen en el tiempo en que un producto, que tiene incorporada tecnología se convierta en obsoleto. Sin embargo, ciertos grupos (el Movimiento Zeitgeist es uno de ellos) generan cierto tufillo conspirativo alrededor de la obsolescencia programada, y la consideran una razón más como para oponerse al libre mercado.

El argumento utilizado, por ejemplo, por miembros del Movimiento Zeitgeist es algo así:

«Se denomina obsolescencia programada a la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio. La obsolescencia programada tiene un potencial considerable y cuantificable para beneficiar al fabricante dado que el producto va a fallar en algún momento, obligando al consumidor a que adquiera otro producto nuevamente. El objetivo de la obsolescencia programada es el lucro económico inmediato, por lo que el cuidado y respeto del aire, agua, medio ambiente y por ende el ser humano, pasa a un segundo plano de prioridades. Cada producto que se vuelve obsoleto, supone contaminación. Es un evidente problema del actual sistema de producción y económico: no se ajusta en absoluto a la armonía y equilibrio de la naturaleza en la que vivimos.

Evolución de los celulares: la obsolescencia como signo de prosperidad

En sintesís, las empresas ganan millones de dolares al fabricar productos que luego de determinado tiempo indefectiblemente fallan, y nos obligan a comprar nuevos productos, que muchas veces son iguales que los anteriores pero con un nuevo aspecto. Por supuesto que no son los únicos, desde una visión algo más académica el economista John Kenneth Galbraith sostenía las mismas ideas.

Es necesario terminar con este mito, y explicar porque están equivocados los que sostienen estás teorías, muchas veces en tono conspiranoíco. Aprovechamos que sobre este tema se ocupó Lew Rockwell hace algunos años en este artículo, para aclarar un poco el asunto.

Comienza Rockwell señalando que el razonamiento descripto anteriormente parte de supuestos falsos:

En primer lugar, el modelo supone que los fabricantes son mucho más inteligentes que los consumidores, que son tratados como una especie de víctimas pasivas de los poderosos intereses capitalistas. De hecho, en el mundo real, son los fabricantes los que se quejan de que tienen que mantenerse al día con los molestos consumidores, que cambian constantemente, que buscan lo barato, y que descartan los productos y los cambian por otros por razones tanto racionales como misteriosas.

Es decir, como bien explica Mises en «La Acción Humana», el consumidor es el «rey del mercado» y son los fabricantes los que deben adaptarse a ellos para sobrevivir, no ellos a los consumidores.

En segundo lugar, dice Rockwell:

El modelo parte de la curiosa presunción que los productos deberían durar el mayor tiempo posible. La realidad es que en el mercado no existe una preferencia predefinida sobre cuanto deberían durar los productos. Esa es una característica del proceso de producción que lo maneja por completo la demanda de los consumidores.

Las viejas batidoras, planchas, y otros elementos que solían durar décadas, eso añoran aquellos que ven detrás de la obsolescencia programada  una conspiración de los grandes intereses corporativos, algún enemigo grandilocuente similar.

Rockwell responde:

Pero ¿es este [el de la obsolescencia programada] un argumento contra el mercado o es sólo un reflejo de las preferencias del consumidor que prefieren otras características (precio más bajo, tecnología más nueva, o diferentes prestaciones) más que la longevidad del producto? Yo digo que es lo último. Al haber bajado el precio de los materiales, tiene más sentido reemplazar un producto que crear uno que dure para siempre. ¿Querés una batidora de $500 que dure 30 años o una de $80 que dura 5 años? Lo que sea que prefieran los consumidores es lo que a la larga domina el mercado.

Un procesador de textos que, a diferencia del Word, pasa de generación a generación, no requiere actualizaciones, no tiene virus, y tiene compatibilidad con todos los formatos. ¿Lo quieren?

Claro que porque Lew Rockwell escriba esto no quiere decir que sea verdad. Sin embargo tenemos un argumento más convincente que nos asegura que son los consumidores los que deciden la duración de los productos: la competencia. Si realmente los consumidores valoraran más la longevidad de un producto a otra característica, y estuviesen dispuestos a pagar el precio, un fabricante podría ofrecer un producto que resista décadas y décadas. La realidad contradice esa tendencia, en un mercado libre podemos conocer cuál es la preferencia predominante simplemente mirando que tipo de producto se ofrece habitualmente.

Además, este tipo de argumentación contra la obsolecencia programada tiene cierto tinte elitista, según lo analiza Rockwell:

Es común que la gente hoy en día se fije en una pared hueca o en algún artículo hecho de plástico y diga: ¡Que productos baratos y de mala calidad! En los viejos tiempos, los fabricantes se preocupaban de la calidad de lo que hacían, ahora a nadie le importa y estamos rodeados de basura!  Bueno, la verdad es que lo que llamábamos de alta calidad en el pasado no estaba disponible para las masas en la misma medida que lo está hoy. Las autos durarían más en el pasado pero menos gente podía ser dueña de uno de la que lo puede ser en el mundo actual, y eran mucho mas caros (en términos reales).

Por último, concluye Rockwell:

Podes llamar a esto obsolescencia programada si querés. Está programada por los productores porque los consumidores prefieren mejoras a permanencia, disponibilidad a longevidad, que pueda ser reemplazado a que pueda ser reparado, movimiento y cambio a durabilidad. No es un desecho porque no existe una norma eterna por el cual podemos medir y evaluar la racionalidad económica detrás de lautilización de los recursos en la sociedad. Esto es algo que sólo puede ser determinado y juzgado por las personas que utilizan los recursos en un entorno de mercado.

Muchas veces las características del mercado libre que  algunos pueden percibir como negativas, en realidad, son características  a las que se adecuan los productores por la necesidad de satisfacer a la demanda de consumidores. El sentimiento de que «todo tiempo pasado fue mejor» es solamente una idealización de esos tiempos pasados, hoy vivimos en una sociedad más prospera, y con un acceso más amplio a una gama de productos que ni siquiera los reyes de siglos anteriores se imaginaron poseer, aún cuando la durabilidad de los mismos es menor que hace 50 años.

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