Voto argentino
Una vez más comprobamos que la mayoría de los habitantes de las fronteras que definen el territorio argentino no están preparados para elegir representantes democráticamente por medio del voto. Quedó más que claro cuando la «elegida» gritaba en un acto «vamos por todo, vamos por todos» y era vitoreada por una multitud de asistentes, tanto arriados como gratuitos, al mismo.
Elegir democráticamente a los que van a ocupar cargos públicos es solamente posible si, previamente, están absolutamente definidas las funciones a ejercer y los límites que dichos cargos tendrán. ¿Qué sentido tiene elegir a alguien que tendrá discrecionalidad sobre lo que puede hacer con nuestras vidas y con nuestros derechos? Eso se llama MONARQUÍA, y por esa, prefiero no votar. Hace no más de 200 o 250 años las cosas estaban mucho más claras y eran mucho más evidentes: te conquistamos por la fuerza y tributás como súbdito. Hoy un simulacro de elección también te hace súbdito. Súbdito de una manga de parásitos que vivió toda su vida del estado con su «profesión» de políticos que, mientras te afanan, te dicen que es por tu propio bien. Súbdito de un par de empresaurios amigos del monarca de turno que te fuerzan a «elegir» sus productos pedorros y carísimos mientras ellos viven en Puerto Madero. Súbdito de los empleados de esos empresaurios, esos que se «protege» por ser «trabajo argentino» (improductivo y carísimo, pero claro, es nuestro). Súbdito de los gremios. Súbdito de TODOS los empleados estatales. Súbdito de todos los votantes que reciben subsidios personales.
¿Qué beneficio tiene elegir cuál es la facción que te va a saquear? Solo tiene beneficios (por lo menos, temporales) para todos aquellos que quedan del lado de adentro de la facción, y están esperando morder algo (tal vez un carguito en Aerolíneas, un puestito en la municipalidad, o una flamante oficina en la recientemente robada YPF). Sin República, la democracia es un acto vacío y, hasta me animaría a decir, vomitivo, donde los únicos que tienen algo por ganar son los parásitos.
La administración del estado no debería ser distinta de la administración de nuestro edificio. Me imagino que si la administración que votamos para nuestra casa empieza a cobrar las expensas de forma arbitraria, subírselas a unos y bajárselas a otros, le empieza a dar guita al del 1C, mete a vivir una familia de su elección en tu depto y pone un policía en la puerta a ver con qué productos entrás y salís, terminás a las piñas con el administrador y lo terminás echando a patadas. Hay cosas por las que no se vota. Uno vota un administrador para que recaude la guita necesaria para mantener los lugares comunes y se encargue de que esas actividades se lleven a cabo y nada más.
Bueno, eso mismo tiene que hacer la administración del estado. Ver dónde va un semáforo, limpiar la vereda, alguna oficina para un trámite de esos inter naciones y no mucho más. Quién se encarga debería ser casi irrelevante.
En una falsa democracia, o sea, una democracia fuera de una república, el poder ejercido es ilegítimo. No debe ser obedecido bajo ningún concepto. Es, simplemente, la banda mejor organizada, agitando un trapo celeste y blanco, con un montón de empleados zombies vitoreando y haciendo de falsa legitimidad. Municipios, provincias, legisladores, AFIP, sindicatos, cámaras empresarias…todas oligarquías que quieren que te arrodilles y rindas pleitesía. Si vas a hacerlo, que sea porque te apretaron, te obligaron y te resististe, no porque te compraste el cuentito del «país». Es la única forma de desenmascarar la agresión.
¿Qué hacemos con nuestros parientes, amigos y vecinos que votan y bancan el saqueo estatista? Si lo hacen por naive e inocentes, no tengo una respuesta muy clara. Lo que sí, hay que pensar que más de 70 años de experiencia en choreo y fracaso estatista deberían haber hecho que aprendan algo. Ahora…con los acomodaticios que están atrás del curro o atrás del cargo, cada vez estoy más convencido de que hay que hacer la gran Eastwood y decirles «Get out of my property» (get out of my life too.).
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