Cerrar el FMI

El Partido Liberal Libertario (PL) contactó a Sheldon Richman y publicó traducción de su artículo sobre el FMI de hace pocos días (agregué los links del original y alguno más).

Es un mundo patas para arriba. «Anarquistas» protestan por recortes al gasto de gobiernos, mientras «socialistas» viven en el lujo, incluyendo habitaciones de hotel en Manhattan de U$S 3.000 la noche, trabajando, en al menos un célebre caso, para imponer «neoliberalismo» con sabor a corporativismo en países con problemas.

International Monetary Fund
FMI: Fondo/Fraude Monetario Internacional.

El escandalo sexual que afecta al recién salido director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, desde ya no es motivo para eliminar el organismo (tampoco que necesitabamos uno nuevo). El organismo, hijo intelectual y pieza central del inflacionario Bretton Woods de posguerra ideado por J. M. Keynes, en primer lugar nunca debió ser creado, dado fue otro calculado paso hacia el dinero mundial controlado por los gobiernos. Su reinvención luego de su mandato original, mantener el sistema del dolar basado en tasas fijas (obsoleto 40 años atrás y ejemplo clásico de expansión de una misión burocrática), no es más justificada por su nueva misión, ser un 911 para gobiernos descuidados y agobiados por deudas, de lo que era por la anterior.

El FMI tiene 187 gobiernos miembros, quienes en conjunto este año aportaron U$S 340 miles de millones al organismo. Cada país tiene asignada una cuota de contribución y una cantidad de votos ponderada acorde a su cuota. La cuota financiera del gobierno de EE.UU. es de un 17% del total, casi 3 veces mayor que la del segundo mayor aportante, Japón. Controla el 16,74% de los votos, con Japón a continuación con el 6,01%. El Secretario del Tesoro Timothy Geithner es el miembro de EE.UU. de la junta de gobernadores, junto al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, como gobernador suplente. Esto debería de ser suficiente para establecer que la agenda del FMI no son los mercados libres.

Financiado por la fuerza

Todo el dinero del FMI proviene de los contribuyentes y de las imprentas de los bancos centrales. Allí tenemos el primer caso en su contra: está financiado por la fuerza. Eso debe moldear nuestras expectativas acerca del organismo.

¿Qué es lo que hace el FMI? Digno de La Carga del Hombre Blanco (poema de Rudyard Kipling), William Easterly, ex economista del Banco Mundial, llama al FMI «el organismo de occidente más poderoso para lidiar con países pobres». No hay motivos para el optimismo. Así es como describe su misión:

  • Vigilancia: «supervisa el sistema monetario internacional y monitorea las políticas financieras y económicas de sus miembros»;
  • Asistencia técnica: «ayuda principalmente a países de bajos y medios ingresos en la gestión eficaz de sus economías», y
  • Préstamos: «proporciona préstamos a los países que tienen problemas para cumplir con sus pagos internacionales y no pueden encontrar otra forma de financiación en condiciones accesibles».

En cuanto al primero, el FMI ha sido notoriamente malo para prever las crisis. Pero eso no debe sorprender. ¿Por qué los burócratas que viven bastante bien de los contribuyentes, sin capital personal en riesgo, se espera que sean competentes en la detección de problemas económicos? ¿Algún organismo oficial del gobierno de EEUU previó la burbuja inmobiliaria y su explosión? Los burócratas no pueden saber lo que necesitan saber porque el conocimiento crucial es particular en tiempo y lugar, y disperso la mayor parte del tiempo.

¿Quién asesora a quién?

La promesa de «asistencia técnica» es dudosa e incluso risible dado los países dominantes difícilmente puedan decir que eficazmente gestionan sus propias economías. ¿Quién va a dar este consejo? El problema del conocimiento ataca de nuevo. El FMI a menudo aconseja a los países en dificultades a incrementar sus impuestos, excepto los impuestos corporativos, y a reducir el gasto público para reducir los déficit presupuestarios, perturbando tanto a keynesianos como a supply-siders. Esto es considerado como asesoramiento orientado al mercado, o neoliberal, pero en la medida en que las medidas impuestas desde el exterior generan malestar público, dan a la real reforma de mercado un mal nombre y un retroceso a la causa del liberalismo genuino.

Por ejemplo, el FMI puede asesorar a un gobierno a eliminar los controles de precios sobre los alimentos, que en sí mismo sería una medida pro-mercado si va acompañada de otras reformas. Sin embargo, si dicho gobierno creó la escasez y el resto de sus medidas se mantienen (concesión de licencias, franquicias, patentes, y así sucesivamente), la escasez permanece, la gente sufre y culpa al «libre mercado». Disturbios por alimentos ocurrieron hace unos años en Egipto bajo estas circunstancias, y como resultado son muy desconfiados de las reformas de mercado. Oriente llama a ese tipo de violencia «revueltas del FMI». El FMI dice que obliga a sus clientes a suavizar el golpe «fortaleciendo el uso de recursos para las redes de seguridad social».

Los préstamos del FMI constituyen un salvataje doble. En primer lugar, salvaguardan a políticos cleptocráticos de las consecuencias de sus sistemas de explotación, evitándoles la necesidad de la reforma radical que estos países necesitan desesperadamente, incluyendo la reforma agraria y la banca libre (¿podemos ver a Geithner o Bernanke promocionando tales cosas?).

En segundo lugar, los préstamos del FMI rescatan a los acreedores del país en problemas, usualmente bancos de Wall Street, de un default del gobierno en sus deudas.

Esto es sin dudas hacer buenos negocios haciendo el bien; con el dinero de los contribuyentes.

¿Quién paga? Aparte de los contribuyentes utilizados como fuente de dinero para el FMI, la cuenta es finalmente pagada por los trabajadores de los países deudores a través de impuestos más altos recetados por el FMI.

Mentalidad del planificador

Easterly escribe:

«La función básica (del FMI) de hacer cumplir la disciplina financiera es deficiente por una entrometida mentalidad del planificador que establece objetivos numéricos arbitrarios para los indicadores clave del comportamiento del gobierno. Al igual que todos los planificadores, el FMI se ajusta a la realidad compleja de los sistemas económicos en un lecho de Procusto de objetivos numéricos que tienen poco que ver con esa complejidad. Las condiciones de sus préstamos a menudo enturbian la política interna de una manera que es demasiado invasiva. Y al final, ni siquiera es claro que las condiciones contribuyan a la devolución de los préstamos.»

El problema del conocimiento es un fenómeno generalizado.

El FMI hace hincapié en que los préstamos vienen siempre con la «condicionalidad», pero por las razones ya aludidas, que deben ser de poco consuelo para los defensores del libre mercado. El organismo señala que utiliza el principio de «parsimonia» al escribir las condiciones: «las condiciones relacionadas con los programas deben limitarse al mínimo necesario para alcanzar los objetivos del programa respaldado por el FMI». Por lo tanto, las más profundas violaciónes a la libertad individual y a los principios del mercado, la distribución de tierras feudales por ejemplo, se dejan intactas. Los mercados reales no existen cuando grandes extensiones de tierra son controlados por una elite privilegiada, dejando a la mayoría con poca opción más que tomar lo que le es dado. Su aceptación puede representar la «mejor opción disponible» pero si sus opciones han sido artificialmente restringidas, eso no es mucho decir (afortunadamente la economía informal ofrece algo de esperanza).

Los préstamos del FMI canalizan los recursos a los gobiernos centrales, lo que refuerza su poder y politiza aún más a los países «auxiliados». Como P. T. Bauer escribió,

«La ayuda extranjera ha politizado mucho la vida en el tercer mundo. Y cuando la vida social y económica es ampliamente politizada, quien tiene el poder se convierte en sumamente importante, a veces en una cuestión de vida o muerte. En tales condiciones, la gente en general se preocupa mucho con lo que sucede en la política y en la administración pública, dado las decisiones tomadas llegan a afectar mayormente su modo de vida. La gente desvía sus recursos y atención de actividades productivas a otras áreas, como tratar de predecir los acontecimientos políticos, sobornar a políticos y funcionarios públicos o evadir controles.»

Al final, el FMI ha fomentado la dependencia a largo plazo, el endeudamiento perpetuo, el riesgo moral, y la politización, mientras desacredita la reforma del mercado e impide un cambio revolucionario liberal. La solución no es que el FMI imponga los mercados libres, incluso si se pudiera. Eso se asemeja a imperialismo y, escribe William Easterly, habría «ecos paternalistas de La Carga del Hombre Blanco«.

El FMI debe ser desechado y se debe permitir que las personas que sufren bajo cleptocracias puedan descubrir las necesidades de mejora de sus propias condiciones. ¿Cuánta más «ayuda» pueden soportar?

Repudiando la deuda externa (I)

Edificio del Fondo Monerario Internacional

Pintoresco edificio para un lamentable organismo (Fondo Monetario Internacional).

La deuda externa nace del gasto público, pero cuando los acreedores del establishment y los organismos internacionales de crédito promovidos por Keynes (FMI, Banco Mundial) reclaman sus cobros más intereses, llega el ajuste. El mismo en Argentina pocas veces consiste en una baja del gasto, de manera que no afecte a los ciudadanos, sino que las típicas recetas aplicadas de estos organismos estatales implican aumentos impositivos y la emisión monetaria causante de la inflación de hoy. En concreto, la «solución» genera nuevas confiscaciones para todos.

Los defensores del statu quo y del capitalismo de amigos reinante despliegan rutinariamente su doble discurso contrario a la deuda externa, mientras en simultáneo no dejan de tomar más de ella. Milicos, Menem, la Alianza, Kirchner, en mayor o menor medida todos han utilizado este inmoral instrumento. Algunos intentando disimularlo saldando deudas con algún organismo por cuestiones de marketing político, pero tomándolas con otros.

En oposición a lo realizado por la clase política argentina, ¿qué dice un libertario? Veamos la opinión de Murray Rothbard:

Desgraciadamente la mayoría de la gente aplica el mismo análisis a la deuda pública que a la privada. Si la sacralidad de los contratos debe prevalecer en el mundo de la deuda privada, ¿no debería ser igual de sagrada en la deuda pública? ¿No debería la deuda pública regirse por los mismos principios que la privada? La respuesta es que no. Cuando el gobierno pide prestado dinero, no compromete su propio dinero: sus recursos no son responsables. El gobierno no compromete su propia vida, fortuna y sagrado honor en devolver la deuda, sino el nuestro.

Por tanto, la transacción de la deuda pública es muy distinta de la de la deuda privada. Ambas partes saben que el dinero que se devuelva no vendrá de los bolsillos de políticos y burócratas, sino de las carteras saqueadas de los contribuyentes indefensos, los súbditos del Estado. El gobierno obtiene el dinero por coacción fiscal y los acreedores públicos, lejos de ser inocentes, saben muy bien que sus ingresos vendrán de esta lamentable coacción. En resumen, los acreedores públicos están dispuestos a entregar dinero al gobierno ahora a cambio de recibir una parte del saqueo fiscal en el futuro. Es lo contrario del libre mercado o de una genuina transacción voluntaria. Ambas partes están contratando inmoralmente participar en la violación futura de los derechos de propiedad de los ciudadanos. Por tanto ambas partes están llegando a acuerdos sobre la propiedad de otros y ambos merecen nuestro desprecio. La transacción de crédito público no es un contrato genuino que tenga que considerarse sacrosanto, no más que cuando los ladrones se reparten el botín por adelantado.

En el texto completo de donde se extrae la cita hace la obvia excepción en la que una ínfima parte de la deuda es también pagada por los «emprendimientos» del Estado, pero esto no solo no aplica por tratarse en su mayoría de mercados cautivos o monopolios, sino que en Argentina estos emprendimientos (Aerolíneas Argentinas, Fútbol para Todos, etc.) tienen un saldo negativo y en realidad logran lo opuesto, contribuyendo al aumento de la deuda.

Alberto Benegas Lynch agrega al tema:

La deuda pública es absolutamente incompatible con la democracia, puesto que compromete patrimonio de futuras generaciones que ni siquiera han participado en el proceso electoral para elegir a los gobernantes que contrajeron la deuda.

El repudio es entonces por un lado al político, que toma deuda a costa de los ciudadanos no solo presentes sino también futuros, dado cada niño que nace ya carga con la obligación de trabajar para saldar una deuda que le fue asignada por los gobernantes que supo tener su padre (esto me recuerda al misticismo del «pecado original»).

Y por otro lado el repudio es a los acreedores, sean privados (instituciones financieras, bancos, etc.), otros Estados u organismos internacionales de crédito, que siempre supieron la deuda no era voluntad de un individuo o grupo, sino que estaba siendo impuesta y contra la libre elección de muchos de quienes la terminarán pagando.

La situación es aún peor si consideramos que la deuda es respetada incluso cuando tiene origen en regímenes dictatoriales, donde ni siquiera existe parte de la sociedad que la haya aceptado por medio de la delegación que en la teoría representa el voto.

Para simplificar, como suele decir el filósofo Stefan Molyneux, cuando la corporación política incrementa la deuda, por ejemplo sacando a la venta bonos del Estado, lo que indirectamente hace es comercializar o vender nuestra fuerza laboral, nuestro trabajo (pasado, presente y futuro), dado es del mismo de donde se obtendrán los fondos para pagar los títulos de deuda pública cuando lleguen sus vencimientos.

Queda clara la inmoralidad de tomar deuda, pero la controversia, sobre todo entre los más moderados, llega cuando analizamos que hacer con la deuda ya existente gracias a nuestros políticos estatistas. Será tema de próxima nota.

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