Esta botella es mía

Siempre existe una excusa para que los gobiernos puedan violar los derechos de las personas. No importan los derechos individuales, no importan las garantías constitucionales, ni los derechos básicos de los ciudadanos, cuando un gobierno se propone algo cree tener vía libre para hacerlo. El caso de la Provincia de Buenos Aires no es la excepción. La última semana, al gobierno de la provincia más poblada del país se le ocurrió establecer puntos de control policiales donde se verifique el contenido de alcohol en sangre de los que se propongan ingresar a un boliche. En otras palabras:

El gobierno de la provincia de Buenos Aires implementará una prueba piloto de control de alcoholemia en el ingreso a los boliches para que, en caso de salir positivo, se aplique el derecho de admisión y los jóvenes no puedan ingresar a los locales, informó el ministro de Salud, Alejandro Collia.

Daniel Scioli y el afán de manejar la vida de la gente.

Daniel Scioli, gobernador de esa provincia, demostró en reiteradas ocasiones que no tiene ningún problema en aplicar medidas que desconozcan los límites a la acción estatal. Sí ya la legitimidad de las facultades del estado para ejercer el monopolio de la fuerza es dudosa, la idea de que el estado intervenga en conductas que solamente afecten de forma directa al que las realiza debe ser rechazada completamente de plano. Existe una esfera de autonomía individual, que es intocable. La decisión de poder optar por un camino u otro en la vida en búsqueda de la felicidad, o de alguna satisfacción, y asumir las responsabilidades que implica ese camino. No importa si estamos de acuerdo o no con esos caminos, pero mientras no violen derechos de terceros nadie tiene derecho alguno a obligar a torcer ese camino.

Sería naif considerar que esta idea hay sido implementada con el fin de proteger la moralidad, y la salud, de los jóvenes que van a boliches. Muchas veces con  la simple pregunta acerca de quién beneficia  la nueva normativa podemos responder varias preguntas.

Lo primero que debemos tener en cuenta es que no se trata de una medida estatal independiente. En realidad, estamos ante  un convenio firmado por la subsecretaría de adicciones del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires y la Asociación Empresaria Hotelera Gastronomica y de la industria del turismo. ¿Qué tiene que ver esto? La relación es sencilla. Al prohibir el ingreso de jovenes que ya tomaron alcohol antes de ingresar al boliche, se crea un incentivo a consumir adentro del establecimiento con precios que por lo menos quintuplican el precio que tienen las bebidas afuera del boliche. De esta forma se produce una transferencia forzosa del resto de los sectores donde los jóvenes hubiesen gastado el dinero, o  de sus ahorros, hacia las arcas de los empresarios de la noche que se aprovechan del monopolio estatal para aumentar su recaudación. Por supuesto, el gobierno provincial también tendrá su tajada. Estamos ante un caso típico de las economías corporativistas, esa alianza entre lo estatal y lo privado, donde estos últimos aprovechan el monopolio de la iniciación de la fuerza que tiene el estado para su beneficio personal.

Este proyecto, además, cuenta con el apoyo de diversas instituciones como la Fundación Padres. Tenemos entonces a los padres preocupados por la salud de sus hijos, y a los bolicheros preocupados por aumentar su recaudación. Este tipo de alianzas es conocida como «contrabandistas y bautistas», en referencia a la alianza circunstancial que se dio entre los predicadores bautistas y los contrabandistas de licor en la era de la prohibición estadounidense. Ambos grupos, aunque con valores contrapuestos, perseguían el mismo objetivo, la prohibición del alcohol. Unos por razones económicas, otros por cuestiones morales. Nadie se hubiese imaginando colaborando buscaban juntos el mismo objetivo.

Volviendo a la provincia de Buenos Aires, otro aspecto fundamental de la iniciativa es entender por qué ésta regulación es innecesaria y contraproducente. Por un lado traslada los conflictos y la violencia desde adentro de los boliches hacia los alrededores. Ahora, en vez de que las peleas se den en ambientes controlados, y vigilados, y donde el que pelea tiene una sanción concreta, los altercados tendrán lugar entre jóvenes que muy borrachos deambulan por las calles al no haber podido ingresar a los boliches. Peor todavía, que aquél que pensaba ingresar al boliche y luego irse con su auto, tenga que ponerse al volante varias horas antes de lo estimado, y con una graduación mucho mayor de alcohol en sangre que la que podían llegar a tener algunas horas más tarde.

Hoy en día, la violencia en boliches tiene una sanción sencilla de comprender y concreta: la expulsión. Por más que uno haya abonado la entrada, a los revoltosos se los suele expulsar por esa noche del boliche. Ésta es una solución justa, se penaliza las conductas violentas, y no el hecho de haber tomado alcohol presumiendo que aquellos que toman van a pelearse. Si bien, debe haber una correlación entre borrachos y peleas, también hay una correlación entre personas que viven en la villa y personas que delinquen y esto no hace justo que las personas que habitan villas deban ser, para prevenir el delito, encarceladas.

No hay que olvidar que no estamos hablando de menores de edad. Un mes después de anunciar con bombos y platillos, y apoyar la ley que habilita a menores de 18 a votar, se aplican estos controles que consiste en tratar como si fuesen niños en un jardín de infantes a personas entre 18 y 25 años, que de alguna forma u otra deberán desarrollar un sentido de responsabilidad.

Las medidas de este tipo siempre involucran injusticias, ya sea por la intromisión del estado en actividades privadas, la transferencia de recursos desde los sectores menos organizados hacia sectores más organizados, como son los dueños de boliches, y el traslado de los costos por actos privados sobre los demás (puntos de asistencia sanitaria a la entrada de los boliches).

Por último, aquellos que ven con buenos ojos esta medida pero que se declaran fieles guardianes de la Constitución Nacional, deberían leerla más atentamente:

Artículo 19.- Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.

Percepciones

Volví a Buenos Aires después de un tiempo relativamente largo de estar afuera de las fronteras argentinas por temas laborales. Sábado a la noche, luego de la jura de la Señora Reina, salgo para encontrarme con unos amigos. Me dirijo hacia una estación de subte del barrio de Almagro, contento y lo más campante, caminando cual Heidi del viejo animé y de a poco me voy percatando de algo: todo el mundo en la calle está con cara de orto.

v-for-vendetta

Lunes por la madrugada, tantas caras dibujadas.

Pienso que es solamente mi impresión, pero todo el vagón está igual. Trato de ser más objetivo, pero me pasa lo mismo en el bar y en los días subsiguientes. Todo el mundo con cara de traste, algo que jamás había notado que fuera tan alevoso. Algo a lo que me había desacostumbrado.

Es entonces cuando recuerdo algo que contaba un ruso que se escapó de la Unión Soviética: «Lo peor no es saber que en cualquier momento pueden entrar a tu casa y llevarte a Siberia, a un Gulag o a una institución mental. Lo peor es que, a cada momento te es recordado lo futil e irrelevante de tus esfuerzos. No importa lo que quieras, no importa cuánto trabajes por ello.»

Y la verdad que lo entiendo. ¿Cómo puede alguien ir despreocupado, feliz y campante por la vida sabiendo qué…..

– todo aumento de sueldo que reciba será gracias a un sindicalista al que tiene que rendirle tributo y no a la superación personal o mejora de rendimiento?

– el valor de su sueldo y su dinero disminuye minuto a minuto porque hay alguien imprimiendo a mansalva?

– hay un tipo que le dice qué puede comprar y qué no, coartando de gran manera su libertad de elección?

– deberá viajar día tras día en un transporte público cada vez en peores condiciones, más saturado y sin poder elegir otra cosa?

– una manga de chorros te dice qué cosas podés pasar y qué tenés que pagar para entrar a través de una línea imaginaria algo que compraste con tu dinero bien habido?

– jamás podrá capitalizar sus ahorros a largo plazo en bienes durables como, por ejemplo, una casa?

– un grupo de inescrupulosos acomodaticios como La Cámpora se da la gran vida a costa de sus impuestos?

– la Señora Reina junto con su gabinete de millonarios se dedican a hablar de que están para cuidar a «los más pobres», mientras recaudan como locos y se mandan ostentosos viajes alrededor del mundo?

– se intenta imponer un relato de una historia que no fue y que es tan bizarra y delirante que nadie, pero nadie se la puede creer?

El ser humano encuentra satisfacción cuando se desafía a sí mismo, cuando logra un objetivo con mérito propio (desde ganar el torneo de fútbol del barrio hasta recibirse en la universidad), cuando recibe una retribución digna de los servicios que ha prestado, cuando es productivo, cuando sirve a los demás, cuando colabora, cuando gana, cuando pierde pero dió todo.

Dejar que un grupo de megalómanos con aires de grandeza decidan cada vez más cosas por nosotros, nos digan qué hacer y nos pongan barreras idiotas para lo que nosotros queremos hacer, solamente lleva a frustración, porque ningún ser humano puede sentirse realizado siendo un simple engranaje de una maquinaria social (¿o debería decir socialista?).

Ahora que leíste esto, no vas a poder evitar prestar atención a eso que te dije. Y ahí acordate las palabras de la carta de Valerie en V For Vendetta: «Every inch of me shall perish. Every inch, but one. An inch. It is small and it is fragile and it is the only thing in the world worth having. We must never lose it or give it away. We must NEVER let them take it from us.»

Nunca entregues la última pulgada. Expandila. Contagiala. Hablá de la libertad. Y así, una pulgada a la vez, capaz que algún día recuperemos esa libertad que (¿no?) supimos tener.

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