Repudiando la deuda externa (I)
La deuda externa nace del gasto público, pero cuando los acreedores del establishment y los organismos internacionales de crédito promovidos por Keynes (FMI, Banco Mundial) reclaman sus cobros más intereses, llega el ajuste. El mismo en Argentina pocas veces consiste en una baja del gasto, de manera que no afecte a los ciudadanos, sino que las típicas recetas aplicadas de estos organismos estatales implican aumentos impositivos y la emisión monetaria causante de la inflación de hoy. En concreto, la «solución» genera nuevas confiscaciones para todos.
Los defensores del statu quo y del capitalismo de amigos reinante despliegan rutinariamente su doble discurso contrario a la deuda externa, mientras en simultáneo no dejan de tomar más de ella. Milicos, Menem, la Alianza, Kirchner, en mayor o menor medida todos han utilizado este inmoral instrumento. Algunos intentando disimularlo saldando deudas con algún organismo por cuestiones de marketing político, pero tomándolas con otros.
En oposición a lo realizado por la clase política argentina, ¿qué dice un libertario? Veamos la opinión de Murray Rothbard:
Desgraciadamente la mayoría de la gente aplica el mismo análisis a la deuda pública que a la privada. Si la sacralidad de los contratos debe prevalecer en el mundo de la deuda privada, ¿no debería ser igual de sagrada en la deuda pública? ¿No debería la deuda pública regirse por los mismos principios que la privada? La respuesta es que no. Cuando el gobierno pide prestado dinero, no compromete su propio dinero: sus recursos no son responsables. El gobierno no compromete su propia vida, fortuna y sagrado honor en devolver la deuda, sino el nuestro.
Por tanto, la transacción de la deuda pública es muy distinta de la de la deuda privada. Ambas partes saben que el dinero que se devuelva no vendrá de los bolsillos de políticos y burócratas, sino de las carteras saqueadas de los contribuyentes indefensos, los súbditos del Estado. El gobierno obtiene el dinero por coacción fiscal y los acreedores públicos, lejos de ser inocentes, saben muy bien que sus ingresos vendrán de esta lamentable coacción. En resumen, los acreedores públicos están dispuestos a entregar dinero al gobierno ahora a cambio de recibir una parte del saqueo fiscal en el futuro. Es lo contrario del libre mercado o de una genuina transacción voluntaria. Ambas partes están contratando inmoralmente participar en la violación futura de los derechos de propiedad de los ciudadanos. Por tanto ambas partes están llegando a acuerdos sobre la propiedad de otros y ambos merecen nuestro desprecio. La transacción de crédito público no es un contrato genuino que tenga que considerarse sacrosanto, no más que cuando los ladrones se reparten el botín por adelantado.
En el texto completo de donde se extrae la cita hace la obvia excepción en la que una ínfima parte de la deuda es también pagada por los «emprendimientos» del Estado, pero esto no solo no aplica por tratarse en su mayoría de mercados cautivos o monopolios, sino que en Argentina estos emprendimientos (Aerolíneas Argentinas, Fútbol para Todos, etc.) tienen un saldo negativo y en realidad logran lo opuesto, contribuyendo al aumento de la deuda.
Alberto Benegas Lynch agrega al tema:
La deuda pública es absolutamente incompatible con la democracia, puesto que compromete patrimonio de futuras generaciones que ni siquiera han participado en el proceso electoral para elegir a los gobernantes que contrajeron la deuda.
El repudio es entonces por un lado al político, que toma deuda a costa de los ciudadanos no solo presentes sino también futuros, dado cada niño que nace ya carga con la obligación de trabajar para saldar una deuda que le fue asignada por los gobernantes que supo tener su padre (esto me recuerda al misticismo del «pecado original»).
Y por otro lado el repudio es a los acreedores, sean privados (instituciones financieras, bancos, etc.), otros Estados u organismos internacionales de crédito, que siempre supieron la deuda no era voluntad de un individuo o grupo, sino que estaba siendo impuesta y contra la libre elección de muchos de quienes la terminarán pagando.
La situación es aún peor si consideramos que la deuda es respetada incluso cuando tiene origen en regímenes dictatoriales, donde ni siquiera existe parte de la sociedad que la haya aceptado por medio de la delegación que en la teoría representa el voto.
Para simplificar, como suele decir el filósofo Stefan Molyneux, cuando la corporación política incrementa la deuda, por ejemplo sacando a la venta bonos del Estado, lo que indirectamente hace es comercializar o vender nuestra fuerza laboral, nuestro trabajo (pasado, presente y futuro), dado es del mismo de donde se obtendrán los fondos para pagar los títulos de deuda pública cuando lleguen sus vencimientos.
Queda clara la inmoralidad de tomar deuda, pero la controversia, sobre todo entre los más moderados, llega cuando analizamos que hacer con la deuda ya existente gracias a nuestros políticos estatistas. Será tema de próxima nota.
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