Perversidad Fiscal

Hace muchísimo que no escribo. Y lo que me movilizó a volver a hacerlo, debo confesar, es un asunto personal. Si bien este post tiene mucho de desahogo, creo que viene como anillo al dedo para ventilar situaciones que se dan y que muchos conocemos, pero que suelen no estar publicados en ningún lugar, ni son noticia en ningún medio.
Dos personas muy cercanas a mí tienen una micro empresa. No le digo PyME porque no creo que llegre a entrar en esa categoría. Por la naturaleza de lo que hacen, hay años en los que tienen mucho trabajo, años en los que tienen poco, y años en los que no lo tienen directamente. Es por ello que no tienen la típica estructura empresarial, sino que deben armar una estructura «ad-hoc» cada vez que surge algo. De la misma manera, tienen que procurarse buenas ganancias los años en los que el trabajo abunda, ya que ello les permite pasar los años en los que directamente no lo hay. Y allí radica también su problema actual.
La burocracia y el exceso de regulaciones obliga a los organismos estatales a generalizar a las personas y a las empresas y no centrarse en los casos particulares que se pueden dar. El fin de los organismos estatales, es el de realizar su tarea a cualquier precio. En este caso, el de AFIP, es recaudar a cualquier costo. Y esto de ninguna manera puede justificar lo que les está pasando a estas personas.
Resulta que hace unos años, la empresa que estoy describiendo tuvo mucho trabajo. Fue recibido con mucho agrado, aprovechado al máximo y se cumplió con todas las obligaciones. Pagaron a sus «empleados», pagaron a los proveedores, pagaron al fisco y quedó un margen de ganancias como para que pudieran respirar y vivir tranquilos hasta que llegara el próximo trabajo.
Al año siguiente, el trabajo no llegó y las perspectivas de negocios futuros no eran para nada buenas. Pero esto al fisco no le importó. Un iluminado en AFIP, utilizando las pseudo-leyes de cumplimiento obligatorio que realiza el mismo organismo, resolvió que una empresa no puede tener las ganancias que tuvo durante un par de años, y no tener ninguna (o muy pocas) al año siguiente, por lo que presumió que deberían pagar impuestos tan altos como los años previos por si acaso la empresa estaba «evadiendo». Por supuesto las explicaciones del caso a ningún funcionario importaron y todo terminaría en un «pague y después vemos qué hacemos». Para esta altura la alternativa era o pagar al fisco, o vivir ese año y los siguientes cuyas perspectivas eran, a esta altura, terribles. Viví o pagá los impuestos (que no corresponden). Optaron por la única opción moral posible: VIVIR.

A partir de allí comenzó para mis conocidos, el calvario. AFIP, como no pasa con ningún otro poder en Argentina (salvo el BCRA) tiene funciones Legislativas, de Aplicación y es Juez y Parte sobre sus propios asuntos.

Al poco comenzaron a «caer», en cuentagotas, algunos trabajos que le daba a la empresa un respiro, y con suerte, fondos necesarios para seguir viviendo. Pero la supuesta deuda quedó impaga y, a partir de allí, comenzaron a correr los intereses (!) y con tasas de usura que ningún banco se atrevería a aplicar a sus deudores. Es así como, al recibir los pagos de los magros trabajos que realizaban, AFIP intervenía las cuentas bancarias y se quedaba con parte dinero. Les recuerdo que la deuda generada por el organismo fiscal es, de todo punto de vista, ilegítima. Cuando uno indaga al Banco sobre las causas por la cual entregan el patrimonio de la empresa al fisco, se limitan a decir que llegó una intimación por una sentencia a favor de AFIP. Lo más triste del caso, es que los titulares nunca fueron notificados de juicio alguno, por lo que nunca contaron con su derecho a la defensa. No señor. Si AFIP dice que debés dinero al estado, no tenés derecho a la defensa.

Así se llega a la situación que colmó el vaso. Finalmente llegó el trabajo en el cual AFIP se cobró tanto dinero, que hizo que la empresa directamente no pudiera cubrir siquiera los costos en los cuales incurrió, por lo cual ahora pende de un hilo.

¿Por qué todo esto? Por una deuda que nunca debió tener con el fisco. Por una ganancia que nunca tuvo. Por un aparato burocrático que no escucha, que no analiza, cuyo único propósito es mostrar orgulloso los titulares de los diarios sobre el récord de recaudación y lo «bien» que funciona.

El propósito de contar esta historia no constituye sólo un desahogo por lo mal que me hizo enterarme de esta noticia tan terrible de estas dos personas que conozco hace tanto tiempo, sino que constituye una alerta. Porque el día de mañana puede pasarle a cualquier otro. El mote de «evasor» le cae a cualquiera, y el poder que tiene el organismo de recaudación hace que tu vida pueda darse vuelta de un día para otro, como le pasó a ellos. Hoy, gracias al fisco, viven en una dicotomía terrible. Tomar un trabajo con el riesgo de que el fisco se cobre el dinero destinado a cubrir los costos, o directamente no tomarlos, y morir en el intento de ejercer una industria lícita para vivir en este país. Todo, por una presunción de culpabilidad utilizado perversamente por un organismo estatal.

¿Tendrán preparado algún plan social para ellos?

Cinismo fiscal

Imaginen esta situación: están sentados en un bar, con su celular apoyado sobre la mesa, pasa una persona y sigilosamente  les arrebata el celular. Afortunadamente una cuadra mas adelante un hombre que vió lo que sucedía detuvo al malhechor y le dicen enfurecidos  ¿por qué te robaste el celular? La respuesta del ladrón fue la siguiente: «En primer lugar no se lo robé, fue un hurto . Además usted dijo un momento antes que le preocupaba sus gastos de celular y el tiempo que pasaba hablando.»

Además de chorro, un cínico.

Click en la imagen!

La AFIP hizo lo mismo el viernes en una contestación a un interesante artículo publicado por el suplemento iEco del diario Clarín. El artículo, sobre la carga impositiva y como el fisco se lleva la mitad de tu sueldo, dice lo siguiente:

47% del sueldo se va en impuestos. Sí, leyó bien: 47%. La cuenta es sencilla y la hizo el Instituto Argentino de Análisis Fiscal (IARAF). Una empresa le paga $4.500 a un empleado en relación de dependencia, que recibe apenas $3.000 en mano después de descontar aportes patronales y personales. Del sueldo todavía hay que descontar el IVA y otros impuestos nacionales, provinciales y municipales. En promedio, le queda al trabajador apenas $2.400 de los $4.500 que desembolsó la empresa.

El empleado en relación de dependencia dedica entonces casi la mitad de su trabajo a sostener al Estado. Es un avance respecto de los esclavos que construyeron las pirámides de Egipto para la gloria de sus faraones, pero es una carga pesadísima. ¿A quién no le gustaría ganar más plata o pasar más tiempo con su familia o amigos? ¿Qué obtenemos a cambio de aportar la mitad de nuestro trabajo?

Al dia siguiente de publicado este esclarecedor artículo, el Director General de Recursos de la AFIP publica una respuesta en el mismo suplemento, no es de extrañar que uno de los cabecillas de una organización dedicada al robo institucionalizado no le moleste mentir, engañar y reírse de sus víctimas.

Dice Sanchez, el Director mencionado:

En primer lugar es para destacar que es falso el cálculo efectuado, toda vez que el trabajador no soporta “aportes patronales”, dado que sólo se le practica la retención de aportes personales con destino al Sistema Unico de Seguridad Social, por el equivalente al 17% de su remuneración imponible.

Es decir, solamente una parte de sus aportes a la seguridad social se lo sacan  al empleado una vez que recibió el sueldo, la otra parte se la sacan antes de recibirlo.

Sigue Sanchez:

Además los aportes personales no son propiamente un impuesto. El Sistema Único de Seguridad Social, se financia tanto con impuestos como con aportes y contribuciones de los trabajadores y sus empleadores y gracias a ello, se brinda una amplia cobertura a las distintas contingencias por las que puede atravesar una persona. Dichas coberturas alcanzan a las contingencias de vejez, invalidez y muerte, salud, cargas de familia, de desempleo de enfermedades y accidentes laborales, de vida, a través del Seguro de Vida Obligatorio.

Esto es lo que decía antes. Que te saquen un 17% de tu sueldo y lo asignen a un destino que vos no elegiste, no es un impuesto para Sanchez. De hecho, los llama aportes y contribuciones, será el nombre técnico, pero para todos los demás se trata de un impuesto. Finalmente, menciona servicios que nadie optó por contratar, e incluso, si los llegara a necesitar dudo que sea fácil lograr conseguirlos (por más que uno haya pagado obligado) y que sea el tipo de servicio que cada uno hubiese elegido uno de no estar obligado.

Al respecto de las tasas, o sea del pago obligatorio pero por el cual uno obtiene un servicio, dice:

Respecto de la tributación municipal (las tasas por alumbrado, barrido y limpieza) hay que tener presente que el nivel de imposición está en relación con el valor de su propiedad.

Poco se entiende en que beneficia a la AFIP explicar que uno no paga los servicios por el tipo de servicio que recibe, si no que los hace de acuerdo al valor de su propiedad. Imaginen si uno para comprar un chicle o ir al psicólogo le cobraran de acuerdo a su propiedad y no de acuerdo al servicio ofrecido. Sólo la AFIP puede hacer eso, porque el único lenguaje que conoce es el de la coerción.

Ya lo saben

Para la frutilla del postre, cierra Sanchez:

Por último y sin perjuicio de recordar que el cumplimiento de sus obligaciones por parte de los habitantes de la Nación constituye la piedra angular del concepto de ciudadanía fiscal y que resulta el costo mínimo de vivir en una sociedad organizada, no pueden soslayarse los beneficios directos e indirectos que percibe el trabajador, tanto por las coberturas ya mencionadas, cuanto por las ventajas económicas (principalmente financieras) de operar en el sector formal de la economía.

En el cierre Sanchez da en el blanco. La AFIP, la servidumbre del «contribuyente» y la persecución fiscal es el costo mínimo de vivir en una sociedad organizada, pero con un tipo de organización particular, una organización donde uno solo tiene el poder de robarle al resto, tiene el derecho a obtener el fruto del trabajo de los demás, y de tener que pagar un canón para poder trabajar con cierta libertad. Una sociedad organizada por una mafia, donde además tienen el monopolio de ser la mafia.

Para Lysasnder Spooner el gobierno tenía una conducta mas cobarde y vergonzosa que el ladrón de calle, escribe Spooner en su famoso texto No Treason:

El ladrón asume la responsabilidad, el peligro y el crimen que entraña su propio acto. No reivindica ningún derecho legítimo sobre el dinero ajeno ni alega que tiene la intención de utilizarlo para el beneficio de otro. No pretende ser otra cosa que un ladrón. Su desvergüenza no llega a tanto como para afirmar que es meramente un «protector «, y que toma el dinero de los demás contra la voluntad de estos sólo para «proteger»  a los necios viajeros que se sienten perfectamente capaces de defenderse por si mismos o no valoran su peculiar sistema de protección. Es un hombre demasiado sensible como para considera así su profesión. Además, cuando se ha apoderado del dinero del otro , lo deja ir, tal como éste deseaba que lo hiciera. No persiste en perseguirlo contra su voluntad, pretendiendo ser su legítimo «soberano», sobre la base de la «protección» que le brinda. No continúa «protegiéndolo», ordenándole que se incline ante él y le sirva; demandándole que haga una cosa prohibiéndole que haga otra; robándole dinero una y otra vez, con frecuencia que le plazca, y calificándolo de rebelde, traidor y enemigo de su país y matándolo sin piedad, si discute su autoridad o resiste sus órdenes.  Es demasiado gentil como para cometer semejantes imposturas, afrentas y villanías. En resumen, se limta a robar, y no intenta convertirlo en su víctima o en su esclavo

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