Inseguridad: Hacer algo

Cuando suceden tragedias como la de Candela, una chiquita de 11 años secuestrada y asesinada por motivos que aún se desconocen, la reacción inmediata de los medios y la sociedad en general es «Hay que hacer algo!». La reacción es correcta, ante una situación tan desgraciada la única manera de alterar el estado de cosas es introduciendo un cambio, y un cambio quiere decir llevar adelante una acción que produzca ese cambio.

Una vez determinado que hay que hacer algo existen otras dos preguntas que rara vez se formulan: ¿qué se debe hacer? y ¿quién debe hacerlo? La segunda respuesta está relacionada con la primera, dependiendo quién es el que debe hacerlo se determinará que se hará. La respuesta habitual a la segunda pregunta, al ¿quién?, es «los políticos», y en consecuencia, la respuesta a la primera, el ¿qué?, estará relacionada a alguna de las pantomimas a las que estamos acostumbrados a escuchar, en este caso crear una fuerza similar al FBI:

El secuestro y muerte de Candela Rodríguez generó toda una serie de críticas a los métodos utilizados para llevar a cabo la investigación. Los escasos resultados obtenidos en la pesquisa que demandó cientos de allanamientos y el uso de más de 2000 efectivos policiales bonaerenses provocó que una vieja idea reflotara: crear un cuerpo federal de investigaciones al estilo Federal Bureau of Investigation (FBI).

Los políticos son siempre el punto de referencia para buscar la próxima solución al problema de la inseguridad. Es lógico, ellos asumen el compromiso desde el estado de brindar seguridad, es más, su compromiso es gigante ya que ostentan el monopolio de la violencia, es decir son sólo ellos los que pueden proveer seguridad, y por ende, ofrecer las respuestas que se piden.

Mi propuesta es parar un minuto y reflexionar:  los políticos ya hicieron mucho por nosotros, desde los gobiernos han bloqueado las importación y nos han traído robo de neumáticos, han continuado con la prohibición de drogas que da lugar al surgimiento de mafias donde inocentes terminan pagando la violencia generada por dicha legislación. La misma policía, a la que se le reclama seguridad, está involucrada en  actos delictivos. Hasta desde la cárcel, los convictos, en connivencia con la policía, siguen delinquiendo. La solución no puede estar ahí.

Seguir confiando en los mismos que generan las condiciones para que se lleven adelante estos hechos, y pretender una respuesta diferente, una respuesta acertada, resulta poco verosímil. Evidentemente, ya no es posible confiar en que el estado brinde seguridad, cuando es el primer responsable de la inseguridad, directa o indirectamente.

La inseguridad y la violencia son dos flagelos que afecta a casi todos, los que pueden viajar en helicóptero, o tener custodia personal, no la sufren. Los que son poseedores de los escasisimos permisos de portación de armas, hoy por hoy casí imposibles de obtener sin un contacto en el RENAR, tienen una herramienta que los ayuda a combatirla. El resto estamos desamparados, somos dependientes de un monopolio que se ha comprometido en crear delincuentes, cuando su función es combatirlo. Salir del esquema de financiación de ese monopolio es imposible (¿rebelión fiscal? tal vez),  por suerte algunos pueden pueden salir de ese esquema de indefesión organizando soluciones alternativas, imperfectas, por supuesto, pero que resultan un remedio provisorio al fracaso (otro fracaso más) del estado.

Mientras tanto, el común de la gente son rehenes de los que supuestamente están para cuidarlos y defenderlos.

¿Soluciones de mercado a la inseguridad?

A raíz de los hechos acontecidos durante la semana pasada que culminaron con el asesinato de una niña de  11 años de edad, alguien propuso en el muro de Facebook del Partido Liberal Libertario recurrir al mercado para ver qué ideas podrían surgir en el ámbito de intercambios libres para mejorar la situación de la inseguridad.

La propuesta generó comentarios jocosos por un lado, y la profundización de la idea por otro. Y creo preciso responder a los comentarios jocosos, de modo de presentar una solución de mercado que se dio en mi barrio con respecto a la inseguridad, sólo a modo de ejemplo de cómo la descentralización del asunto y el permitir acuerdos voluntarios, hace que la gente encuentre otras personas que están dispuestas a atacar su problema.

El comentario jocoso surgió a raíz del pedido en el sentido de «ustedes los liberales no lo admiten, pero adoran el forma religiosa al mercado, y tienen una fe irracional en él, como si fuera su dios». Vamos por partes. Primero, hay que entender a qué nos referimos con mercado los liberales. Porque generalmente los que hacen esta clase de críticas lo corporizan e incluso confunden aquella metáfora de Adam Smith de «la mano invisible» como si estuviésemos hablando de alguna clase de deidad. Nada más lejos de la realidad. Mercado no es un ente intangible, puro e inalcanzable. Mercado es sólo la palabra que usamos para referirnos a los contratos e intercambios voluntarios entre individuos libres, sin la intervención del estado en cuánto a cómo se lleva a cabo el servicio. Traduciéndolo un poco más al lenguaje del día a día, sos vos y soy yo cuando contratamos a alguien para que limpie la vidriera del negocio, o cuando contratás un empleado para manejar la caja, o cuando alguien te paga para instalarle un televisor, o para cortar el pasto del jardín. Mercado no es un ente abstracto de empresas multinacionales y capitalistas inescrupulosos que se esconden tras bambalinas manejando las guerras en el mundo. Sólo es la infinidad de contratos y acuerdos que se dan todos los días entre alguien que tiene un problema y otro que puede ofrecerle una solución a cambio. Buscar o querer una solución de mercado es nada más y nada menos que anunciar que uno está dispuesto a pagar a alguien por cierto trabajo y que alguien responda brindando dicho servicio. Si te ponés a pensar bien, casi todos los días hacés esto. Te diría todo el tiempo, cuando vas a la ferretería, a la panadería. Vivís realizando transacciones voluntarias.

Cuando alguien dice entonces que tenemos fe en el mercado, es finalmente como decir: «ustedes tienen fe en que alguien por cierta cantidad de dinero está dispuesto a brindarte una solución para tu problema». Y poniéndolo en esos términos, sí, tiene razón. No es una fe religiosa, es saber cómo funciona el mecanismo pacificador por el cual colaboramos entre sí los seres humanos sin necesidad de conocernos o sentir un aprecio especial por el otro más que saber que esa persona puede ayudarme con mi problema.

"Señora, con esos zapatos no se permite ingresar a esta panadería!"

Toda esta explicación la hice para ver que las soluciones de mercado, no siempre son soluciones como las que mucha gente sí espera del estado. Que con una medida o una serie de medidas coordinadas, se terminen los problemas de todos (y eso sí es un acto de fe). El mercado, te ofrece soluciones para problemas concretos aquí y ahora, y cuando dicho servicio no sea más un servicio util tenderá a desaparecer para que dichos recursos se utilicen en soluciones útiles. En dicho contexto es que pongo el ejemplo de mi barrio. A principios de este año, ocurrió que en un radio de 10 cuadras en menos de 2 semanas se produjeron 10 robos a mano armada en los comercios. Algunos comercios sufrieron en esas 2 semanas más de un robo, habiendo trabajado esas dos semanas para otro que venía a sacarle lo ganado por la fuerza (y no era la AFIP). La policía siempre llegaba a tomar la denuncia con el hecho consumado, el dinero perdido y el miedo instalado en el dueño y los empleados de los comercios. Con una serie de robos consecutivos, la policía que no podía ofrecer ninguna solución y sabiendo que la situación debía cambiar, los negocios tomaron el toro por las astas y buscaron una solución de mercado. Y mal no les salió porque no hubo robos a estos comercios a partir de entonces. Lo que comenzó haciendo un local de ropa de mujer atendido por señoritas, fue poner un «patovica» en la puerta del negocio. No era un patovica a la usanza de los boliches que restringen el ingreso según cómo estuvieras vestido, sino que es un tipo que está parado en la vereda durante el horario de atención, cuidando que dentro del local no esté sucediendo nada sospechoso. Casi como si fuera un portero. Los robos se terminaron para este comercio. Y entonces comenzaron a copiarlos los de la panadería, que estaban bastante aislados y lejos de las luces de las avenidas. Se acabaron los robos en la panadería.Y así fueron surgiendo los guardianes de comercio, cuidando las puertas de los locales del barrio. No era una costosa compañía de seguridad privada, no era un servicio especial de la policía, era tan solo un tipo de cara conocida, que fuera el mismo todos los días, y que diera seguridad al propietario y a los clientes habituales del lugar.

Seguramente, en el momento en que la inseguridad deje de ser un problema generalizado en la ciudad, estos guardianes deberán cambiar los servicios que brindan. Pero hoy, aquí y ahora, ofrecen en el ámbito del mercado, un servicio útil a los comerciantes, a los consumidores y en general a los vecinos de esas cuadras del barrio.

Y este es sólo un ejemplo de cómo sin mediar un ente regulador, sin una matrícula, un servicio o una educación especializada en particular, las personas encontraron una forma de colaborar para solucionar en el barrio el problema de la inseguridad. No es una solución integral, ni definitiva, y probablemente no sea la mejor. Pero es una solución que satisface las necesidades del barrio a un precio que están dispuestos a pagar. Si hurgamos un poco más, vamos a encontrar que esto pasa en absolutamente todos los servicios que podamos buscar. Así colabora la gente. Porque el mercado, somos nosotros.

Motociclistas

La seguridad, o mejor dicho la falta de ella, parece ser un tema que esta latente en la agenda pública. La sociedad exige respuestas del gobierno para hacer frente a las salideras, que parece haberse convertido en el modus operandi de moda en el mundo del hampa.

Lo que caracteriza a las salideras bancarias es el uso de una moto en la última etapa del robo, la fuga, a raíz de eso se ha propuesto desde la prohibición de la circulación de motos por el microcentro porteño, hasta la obligatoriedad de un chaleco naranja que los identifique, a distancia, a los conductores y acompañantes en las motos, y otras pavadas por el estilo para frenar este tipo de delitos.

Motoqueros. La gran amenaza a la sociedad.

Ante el reclamo de acción de la gente para frenar las salideras, la Policía Federal, la Prefectura y la Policía Metropolitana se dispusieron a actuar, pero a mi parecer de una manera excesiva. En nuestra Constitución está consagrado el principio de que «todos los habitantes son inocentes hasta que se demuestre lo contrario», en el caso de las motos y los operativos que pude observar hoy, ese precepto constitucional, fundamental en una sociedad donde se respetan  las libertades civiles, fue dejado de lado.

Hoy veía como todos, absolutamente TODOS, los que conducían una moto eran detenidos por algún control policial para pedirle los datos, y documentación requerida para manejar. El principio de inocencia fue dejado de lado, y los motoqueros pasaron a ser hostigados como si la mayoría de ellos fuesen delincuentes.

La gravedad de esto es que las fuerzas de seguridad han dejado de  lado el foco en los actos y pasamos a enfocarnos en los sujetos, el dia de mañana, si una banda de pelirrojos genera pánico en la ciudad, se ordenará a la policía que controle a todos los pelirrojos que deberán mostrar que tiene sus papeles en orden, es decir ellos tendrán que demostrar que no son culpables.

Si combatimos la inseguridad, y dejamos de lado la libertad, por qué no proponer un gran toque de queda que solo permita a aquellos que demuestren no pertenecer a ningún grupo peligroso poder salir a la calle.

Algún desprevenido va a estar de acuerdo.

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