Palabras, tan solo palabras…

Muchas veces decimos palabras como “suerte”, “cuidáte” o “un gusto” cuando nos despedimos de alguien. Muchas veces también, ni conocemos a esa persona o resulta ser alguien que recién nos presentaron. Y salvo en algunas ocasiones donde lo decimos con verdadero sentido, estos vocablos se usan por simple rutina, para quedar bien, dar una buena imagen, o simplemente para cumplir con el protocolo.

Exactamente lo mismo hace la Presidente Cristina Fernández de Kirchner al invitar a los empresarios italianos a invertir en Argentina.

Palabras y Negocios

Luego de que el mismo Néstor terminara de destruir la confianza que el ahorrista italiano tuvo en el país antes del 2001, nadie puede pensar que el pedido de Cristina sea realmente algo sentido o, mínimamente, algo serio. Sin embargo, sí podemos interpretar su invitación como parte de una rutina o un protocolo.

Es decir, al igual que cuando decimos “suerte” por decir algo, CFK invita a la inversión a algunos italianos (olvidándose que frente a otros no podría ni aparecer) porque eso es lo que hace con todos los países que visita. Por supuesto, todos tomamos esto como lo más normal del mundo. ¿Para qué viaja el presidente si no es para propiciar buenos negocios para el país?

Ahora bien, como tantas otras cosas, puede suceder que tomemos algo como normal cuando en realidad no lo es. Y también puede suceder que esa normalidad sea, en realidad, un gran absurdo, una gran injusticia.

Si personalizamos un poco más la faena de la presidenta en Italia, podremos darnos cuenta que éste es el caso.

En definitiva, ¿qué tiene que hacer el presidente ampliando los negocios de nuestros millonarios empresarios argentinos? ¿En qué Constitución está escrito que la tarea de Cristina Fernández debe ser mejorar el vínculo entre la Cofindustria Italiana y la Unión Industrial Argentina? ¿Qué criterio de justicia se usa cuando los impuestos pagados por los más pobres se destinan a viajes y simposios carísimos destinados a incrementar aún más el nivel de actividad de los empresarios más ricos y más organizados de ambas latitudes?

Gobierno y Negocios

Los gobiernos fueron creados entre los hombres para proteger nuestros derechos más elementales. Para esto, cuentan con el monopolio de la fuerza que debe usarse solamente para evitar que un individuo tome posesión de mi casa, de mi auto o –peor- de mi novia o mi hermana [1].

Desde este punto de vista, el gobierno es un organismo torpe que entiende en términos de coerción, de imposición y, hasta donde sabemos, ni Thomas Edison ni Bill Gates decidieron crear sus revolucionarios negocios a partir de la coerción o la imposición.

Por otro lado, el gobierno es, por naturaleza, un organismo que restringe nuestra libertad. Como tal, lo único que puede hacer con las relaciones comerciales es trabarlas, no fomentarlas ni promoverlas. Las palabras de la Presidenta, ergo, son análogas al “cuidáte” que le decimos a una persona que no vamos a ver nunca más: están totalmente vacías de contenido.

Engaño, arbitrariedad e injusticia

Sin embargo, si admitiéramos por un segundo que estas cenas protocolares aportan algo al comercio internacional, todavía tenemos que resolver quiénes participan y por qué. ¿Por qué asiste De Mendiguren y no el carpintero de Villa Devoto? ¿Acaso él no podría beneficiarse igual de un acuerdo comercial con inversores italianos? ¿Por qué no voy yo y firmo la inversión en difundir lacrisisesfilosofica.blogspot? ¿Acaso no daré trabajo a muchos que empapelarán la ciudad con mi cara?

Cuando el gobierno “fomenta” las relaciones comerciales, no sólo predica sin contenido, sino que asume el papel arbitrario de seleccionar a un grupo de favorecidos y, además, utiliza el dinero de los más pobres para financiar el lobby de los más ricos.

Así las cosas, creo necesario que el gobierno vuelva a hacerse cargo de aquello que verdaderamente le compete para que los “empresarios afines” entiendan verdaderamente qué significa ser dueño de una compañía.

 


[1] En este caso el delito no es contra mi propiedad sino contra el derecho de mi novia o mi hermana de ser dueñas de sí mismas.

¿Soy un oligarca más del aparato estatal?

En ocasiones supuestos defensores de la libertad han participado en trabajos, que viéndolo desde nuestra comodidad, aparentan inconsistentes con su pensar. Alan Greenspan como presidente de la Reserva Federal en los Estados Unidos podría ser uno de tantos ejemplos.

Bajando de nivel y llevandolo a mi caso, más allá de alguna que otra empresa a la que cobro trabajos de consultoría de sistemas (IT), mi fuente de ingreso principal es como empleado en relación de dependencia en un grupo empresario dedicado al comercio exterior; fletes, deposito y logística, pero sobre todo, aduanas (derechos de importación, retenciones, licencias no automáticas) y papeleo ante el Estado, también desde el lado IT.

A medida que me empapaba en esto de la filosofía de la libertad en simultáneo crecía en mí cierta culpa por mi actividad laboral:

  • Agrego costos al producto que se esta importando o exportando pero tanto comprador como vendedor se desprenderían de dicho costo si no fuese que están amenazados coercitivamente por agentes del gobierno.
  • Mi empleo no es productivo, no produzco bien o servicio deseado alguno, al menos no voluntariamente.
  • Mi servicio indeseado en condiciones de libertad no sería necesario, solo existe para satisfacer las regulaciones y burocracia de nuestra clase política.
  • Si bien mi sueldo no es fruto de impuestos extraídos por la fuerza, es un servicio realizado por una empresa privada pero requerido por la fuerza por el gobierno. ¿No tiene eso algo de corporativismo?

Entonces:

  • ¿Soy uno de los beneficiados por el sistema que repudio?
  • ¿Soy un oligarca más del aparato estatal?

Luego, tal vez para estar en paz conmigo mismo, intente mirarlo desde otra óptica:

  • Muestro al cliente como ser saqueado lo menos posible, pagando menos derechos de importación eligiendo minuciosamente la posición arancelaria con la cual identificar al producto, utilizando zonas francas, realizando amparos para evitar los abusos de Guillermo Moreno, etc.
  • Sin mi trabajo el producto no llegaría al mercado local o no podría llegar a otros mercados. Esas fronteras o líneas imaginarias que nos imponen los Estados serían muros mucho más sólidos.
  • Mi trabajo de una u otra forma sortea las complejidades de la legislación y permite que la voluntad de las partes, si bien con un costo adicional, pueda llevarse a cabo.

Si son o no buenos argumentos se lo dejo a ustedes, yo logré dormir tranquilo…

Elogio al contrabandista

El siguiente texto fue publicado el 4 de noviembre de 2008 en Destructor de Mitos. Un sitio a cuyo autor agradezco porque junto a No me Parece fueron las primeras fuentes en Argentina donde veía reflejado esto de los «libertarians» de los cuales leía en internet y a quienes se asemejaba mi pensar.

Un espectro se cierne sobre el estado: es el espectro del contrabando. Contra ese espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias del viejo sistema social-estatal.

Los contrabandistas son personas que no esperan migajas de libertad, sino que toman lo que les corresponde y lo comparten con el resto.

El contrabandista simplemente ignora las imposiciones del estado. Hace de cuenta que este último no existe y, bajo las sombras, concreta lo que la voluntad del poderoso no quiere que exista.

Aduana
El aparato policial del Estado «cuida» las fronteras de los «peligrosos» contrabandistas.

El contrabandista es un verdadero liberal y, a la vez, un revolucionario de los pies a la cabeza.

Practica el libre-comercio más extremo, eludiendo todas las regulaciones, todos los impuestos y toda restricción.

Al mismo tiempo, su actividad es claramente revolucionaria, ya que erosiona las bases mismas del sistema social en vigencia. El contrabandista es el gran enemigo de los burgueses, porque toma su función pero desprendiéndose de la tutela estatal. Es un proletario que se ha cansado de serlo y quiebra todas las leyes para llegar al nivel del burgués. De ahí que los burgueses sean los primeros en extender el dedo acusador hacia el contrabandista. Son ellos, los burgueses, quienes no dejan de pedir el socorro estatal ante la «competencia desigual» del contrabando. Pero esas acusaciones son mentirosas, porque el contrabandista hace exactamente lo contrario: destruye la competencia desigual.

Cuando un estado cierra la economía o restringe de cualquier otra forma el comercio, lo que hace es desigualar. El estado regulador quita derechos a unos para hacerle la vida más fácil a otros (es decir, a las empresas protegidas). Y aquí aparece el contrabandista para equilibrar la situación, devolviéndole parte de sus derechos a los desposeídos y compitiendo contra los privilegiados. Ciertamente, el contrabando es ilegal, pero al mismo tiempo rebosa de justicia social.

El contrabandista puede ser considerado una suerte de comunista porque, además de enfrentar a la burguesía en su propio terreno, con su función da cumplimiento a la máxima “a cada cual según sus necesidades”. Aunque el Estado, los poderosos o la «sociedad burguesa» no lo quieran, el contrabandista provee a quien solicite su asistencia. ¿Se necesita tecnología extranjera prohibida? Ahí estará el contrabandista brindándola. ¿Alguien quiere drogas para ocultar su vida entre delirios? El contrabandista, amablemente, será su proveedor. ¿El clima de inseguridad hace que las familias requieran una protección adicional contra delincuentes? Las armas vendrán gracias al contrabandista. ¿Los automóviles importados son artificialmente caros debido a los altos aranceles? Los servicios de los contrabandistas harán que se ahorren miles de dólares.

También puede pensarse en el contrabandista como anarquista, porque tal como se dijo antes, le importa poco y nada el sistema estatal. De hecho, rendir tributo, es decir, pagar impuestos, no aparece entre sus necesidades. Y da así un golpe letal al Estado.

Pero a pesar de todos los beneficios sociales que prodiga, ser contrabandista no es fácil… porque estar en contra del estado (y de su maquinaria de violencia) no lo es. El contrabandista debe estar dispuesto a asegurarse la lealtad de sus asociados y contrapartes y también a vivir en las sombras. Si el Estado lo descubre, sus días como contrabandista acaban súbitamente (y, quizás, también sus días como individuo libre).

Por ello, el contrabandista debe ser duro y algo violento. Debe hacerse respetar e infundir miedo para evitar las traiciones. De ahí su mala fama.

No obstante, el contrabandista es un agente de cambio social. Es alguien que quiere algo e intenta concretarlo sin importarle la opinión ni la autoridad de los demás. Es alguien que no se conforma con el status quo y por eso trabaja afanosamente por una sociedad distinta. Por supuesto, a veces en forma inconsciente.

Aunque normalmente no se encuentra valorada, su función social es inestimable: es un límite real y permanente al poder dominante.

Todo aquel que quiera una sociedad diferente (sea liberal, socialista, anarquista o comunista) debería considerar a los contrabandistas como verdaderos héroes. Ellos son la avanzada del cambio, los peones que hoy se sacrifican para ganar el juego en el futuro.

Después de todo, ignorando leyes se hicieron y se harán mejores sociedades.

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