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#HolaINADI, él es proteccionista
Imagino que muchos habrán visto alguna vez en Twitter, el hashtag #HolaINADI que acompaña numerosos «chistes» discriminatorios, o que incluso muchos ponen en sus respuestas a comentarios de ese estilo.
Admiro la vehemencia con la que reaccionan algunos en contra de estas descalificaciones, defendiendo la idea (a la cual lógicamente cualquier liberal adhiere) de que no deberían existir diferencias por sexo, raza, religión o nacionalidad. ¿Podría alguien no estar de acuerdo con que la «no discriminación» debería extenderse tanto como fuera posible? ¿Podría existir algo así como un límite después del cual no discriminar se volviera contraproducente o moralmente reprochable? Uno pensaría que no.
Sin embargo, no deja de llamarme la atención que la gran mayoría de las personas que parecen tan comprometidas con esa causa, la dejen absolutamente de lado cuando se trata de su aplicación a nuestras políticas de Comercio Internacional. ¿Qué motivo, más que la simple nacionalidad de origen, hace que algunos piensen que comprar un producto nacional es moralmente superior que comprar uno importado?
«Prefiero comprar nacional, aunque sea más caro, porque así le doy trabajo a un argentino», me dijo una vez un amigo. A mí, que me gustaría ver el día en que las líneas imaginarias que dividen los países dejen de dividir a los seres humanos y que todos podamos ser ciudadanos del mundo, ese comentario me resulta absolutamente xenófobo.
Sé que ser consistente con las ideas es algo poco frecuente en nuestro país, pero festejar que inmigrantes de otros países latinoamericanos puedan venir a estudiar a Argentina a la vez que se defiende enérgicamente que los chinos no puedan vendernos sus productos me resulta absolutamente incoherente.
El argumento de que así se favorece la Industria Nacional no solo es arcaico y ridículo, sino también profundamente inmoral. Es arcaico porque está absolutamente comprobado que las barreras aduaneras NO son necesarias para preservar las fuentes de trabajo: poder adquirir los mismos bienes a precios menores aumenta la riqueza de un país porque permite a sus ciudadanos contar con esos productos a la vez de disponer de más dinero para comprar otros, creando nuevas empresas y puestos de trabajo; basta con observar la tasa de desempleo chilena para ver que es solo un mito.
Es ridículo porque, como bien desarrolla un co-bloguero en sus posts Vivir con lo nuestro (I) y Vivir con lo nuestro (II), el concepto de la autosuficiencia dentro de un país no resiste el menor análisis: no solo que las fronteras dependen de factores totalmente accidentales, sino que también va en contra de cualquier lógica pensar que pasaría si intentáramos extrapolar ese comportamiento a las provincias, las ciudades, los barrios o hasta las familias (imagino niños de 12 años arando granjas para llevar algo de comida a la mesa).
Finalmente, creo yo que buscar “favorecer” la Industria Nacional mediante prohibiciones o trabas a las importaciones es completamente inmoral y discriminatorio, porque pretende poner un fin: favorecer a los ciudadanos argentinos (en la práctica solo se favorece a la industria protegida), como justificación para utilizar un medio abiertamente violento, coercitivo y xenófobo: prohibir a otros grupos de personas comerciar libre y voluntariamente, por el solo hecho de vivir en países diferentes. A esta altura es solo un detalle agregar que los más perjudicados tampoco son los productores extranjeros, que tranquilamente pueden vender sus productos en otro lado, sino los ciudadanos argentinos no alcanzados por la protección, tanto los consumidores, quedando obligados a adquirir bienes y servicios de menor calidad y/o a mayor precio (caso contrario las trabas aduaneras nunca hubieran sido necesarias en primer lugar), como los trabajadores de otras industrias, que ven dificultado su desarrollo por la menor disposición de recursos de los potenciales clientes.
La verdadera moralidad se da en los intercambios voluntarios, donde lo único que importa es el beneficio mutuo, y gracias a los cuales las sociedades llegan a ser libres, abiertas y respetuosas de los demás.
Ojalá llegue el día en que a los «progres» y demás paladines de la moral les moleste tanto que le tiren bolas de fraile y paragüitas de chocolate a la hinchada de Boca, como que Moreno siga al frente de la Secretaría de Comercio.
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