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En nombre de los otros
Cuando en la vieja Unión Sovietica se jactaban de sus grandes progresos militares, su programa espacial, y la realización de desfiles donde exponían sus misiles más importantes, y los proyectos grandilocuentes que tenían, en realidad, era la admisión de que el socialismo era un fracaso. Mientras sucedía todo esto, se daba una escasez generalizada de alimentos, vestimenta, y otros insumos. Un claro ejemplo de como la planificación centralizada y la ausencia de la propiedad privada son un camino al fracaso. Es la imposibilidad del calculo económico en el socialismo.
En Argentina sucede algo parecido. La muestra Tecnopolis, llevada a cabo el año pasado por el gobierno nacional, es un claro ejemplo de esta mala asignación de recursos. Mientras existen personas en varias partes del país, viviendo en condiciones miserables, en los suburbios de la Capital Federal, se expone como los cientos de millones de pesos obtenidos de la misma forma que un ladrón obtiene su botín, son gastados en proyectos, muchas veces que no tienen ninguna utilidad, para satisfacer las necesidades de los megalomanos que participan de un gobierno. Se podrá argumentar que no podemos esperar a resolver todos los problemas para invertir en tecnología, pero se confunden. Acá no estamos pidiendo que no se gaste en tecnología (o Fórmula 1), y que se gaste en otra cosa. El pedido es sencillo, dejen de tomar por la fuerza lo que no les pertenece.
Otra aberración de este estilo se está gestando a nivel nacional. En este caso, no es para evidenciar a gran escala esa mala asignación de recursos, si no para dejar al descubierto como las decisiones individuales y privadas pueden, y deben, según los gobiernos, ser sustituidas por las decisiones de funcionarios. Se llama artepolis, una especie de muestra de arte, organizada y financiada por el estado, que en palabras de Cristina Kirchner, es muy posible que se lleve adelante:
«Debemos hacer un Artepolis como hicimos Tecnópolis. Los argentinos nos debemos un Artepolis», propuso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner esta tarde, en el acto de lanzamiento del Plan Nacional de Igualdad Cultural. «La producción de arte y contenidos y la conexión de los trabajadores de la cultura es fundamental», agregó.
El individuo, como ser humano privado con consciencia, es negado por el gobierno. El trabajador, al que constantemente se hace referencia, no es una persona que tiene gustos, prioridades personales, y que busca su propio bienestar, el trabajador solo es valorado como factor que aporta a la riqueza del estado mediante el pago compulsivo de impuestos. Por eso mismo, una vez más, este tipo de proyectos imponen los consumos culturales de las personas, que son desconocidas como seres únicos e irrepetibles, y son aglutinados en ficciones como «los trabajadores».
Este, y todos, los gobiernos, se atribuyen una serie de actos en nombre de otros, cuando la realidad es que ese acto en su esencia constituye la negación de la existencia de cada uno de los otros, es todo parte de un mismo ciclo. Un gobierno que genera las condiciones para interferir en cualquier tipo de prosperidad (no confundir prosperidad con LCD y vacaciones a Mar del Plata), termina generando dependencia, y se aprovechan de esta para crear este circulo vicioso, que es muy dificil ponerle fin.
Muy difícil, no imposible.
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