Yo los ví

Wally

¡Yo también!

Me hablan de la necesidad del estado presente. Me chamuyan con las bondades del estatismo y lo maléfico del libre mercado. Me tienen las bolas al plato con las maravillas del estado y lo pintan como si fuera algo mágico. Y yo me pregunto en qué país vivieron. Me hablan de todo lo lindo de un estado que te afana la mitad de lo que ganás y todo lo que hace, como si fuera Suecia. Pero yo nací en Argentina. Pero yo los ví.

Yo los ví, ya de muy chiquito, cagándolo con la jubilación a mi bisabuelo.

Yo los ví jubilándolo a mi abuelo con la mínima, a pesar de que había laburado en grandes bancos y empresas.

Yo los ví no pagándole la jubilación a mi abuela, por más que había ganado el juicio y tenía sentencia firme. No pagándole hasta que se murió.

Yo los ví a los radicales tirándole el dato a un tío abuelo que era del partido: «Malvendé todo lo que tengas, el auto, la casa, lo que sea y comprá dólares, porque se viene una devalueta de aquellas y te vas a llenar de oro». Un tipo pragmático que no lo hizo, pero la devalueta se vino. Y evidentemente unos cuantos se llenaron de oro.

Yo los ví a los profesores y a los directivos del colegio técnico público afanándose cantidad de herramientas, materiales, computadoras, discos rígidos que aparecían en sus negocios particulares. Yo los ví rosqueando cargos y armando los concursos para ellos y sus amigos durante las reestructuraciones de planes educativos. Yo los ví a los profesores de inglés sin poder enseñar el tiempo presente a los alumnos después de cinco años de clases. Yo lo ví a un profesor dictándome la guía telefónica en clase.

Yo los ví, a cantidad de familiares de funcionarios del municipio acomodados en cargos, tomando mate todo el día y boludeando, con muy buenos sueldos. Yo los ví a muchos tratando de cumplir el «argentinian dream» acomodándose también, porque ahí «no te echan más». Yo los ví a los proveedores del municipio levantándola con pala.

Yo los ví a los familiares, acomodados en funciones para las que no estaban capacitados ni cerca. Yo los ví a los dueños de empresas constructoras nuevitas pasar de canillita a campeón de la noche a la mañana por contratos con el municipio.

Yo los ví, a los que consideraba los más vagos del CONICET, hablando de lo inútiles y vagos que eran otros (imaginensé), lo cual después comprobé en persona.

Yo los ví armar un curro con un préstamo de la provincia para construir un hotel cinco estrellas, que estuvo parado durante por lo menos diez años.

Yo lo ví al intendente extorsionando a dos empresas para que le paguen la sentencia de un juicio que había perdido contra mi viejo. Después de que eso fracasó, yo lo ví al mismo intendente usando el estado para pararle a mi viejo las habilitaciones de cierto negocio que estaba haciendo, a modo de venganza.

Yo los ví a los diputados y senadores votando y luego a todo el ejecutivo poniendo en práctica una ley por la que le afanaron al viejo de un amigo 50 lucas de aportes voluntarios.

Yo los ví.

Esto es lo que me vino a la cabeza en diez minutos, y apuesto a que todos tenemos cantidad de ejemplos así. Me gustaría leer lo que nos puedan contar algunos que sus viejos hayan laburado en Entel o la vieja YPF.

Vuelvo a preguntar ¿en qué país vivieron todos los que predican las maravillas del estatismo? Argentina es un país que está adelantado. Adelantadísimo. Los suecos todavía no se dieron cuenta, como sí nosotros, QUE EL ESTADO ESTÁ PARA AFANAR. Esto nosotros podemos sostenerlo como «verdades auto evidentes».

Así es que, cuando algún argentino defiende al estado elefantístico, tené por seguro que está entre sus aspiraciones estar del otro lado del mostrador: conseguir un cargo, armar un curro, ser proveedor, sacar alguna ventajita con una prebenda, traba o subsidio.

Y acordate siempre, que vos también los viste, infinidad de veces.

La culpa es del chancho, la responsabilidad no

Según su definición, una «delegación» es una transferencia de tareas, funciones, atribuciones y autoridad, que se realiza entre una persona que ocupa un cargo superior, a un inferior jerárquico para que opere en un campo limitado y acotado, normalmente con un objetivo específico.

Si A delega en B , y este a su vez delega en C , B sigue rindiendo cuentas a A y C a B. Con lo cual, lo que se delega es la tarea, pero no la responsabilidad. Si B le sigue respondiendo a A, pero A delega la responsabilidad, A desaparece del ciclo. Delegar responsabilidad, es salir del circulo. Es no hacer la tarea ni responder ni como va la tarea ni hacerse cargo si sale mal, eso es delegar responsabilidades, y en un sistema de jerarquías, eso es inadmisible.

Ahora bien, cuando B comete un atropello, pero A no delego la responsabilidad; A, al no intervenir reemplazando, reprendiendo, o sancionando al funcionario, valida su accionar y asume toda la responsabilidad por el atropello de B, como vimos antes.

Es natural que nos indignemos con las violentas actitudes del ministro del interior, o con las inescrupulosas intervenciones de la mayoría de los que conforman la primera plana de funcionarios del poder. Pero no hay que dejarse llevar por la primera reacción. En todas esas situaciones, uno tiende a tomárselas exclusivamente con el protagonista, cuando el verdadero responsable y actor virtual se encuentra en la punta de la piramide del poder: El gran titiritero.
¿Y por que el máximo responsable de ese poder no lo hace el mismo? Porque si lo hiciera, debe pagar el costo político, y le impactara negativamente en votos y aceptación. De modo que no le queda otra que mandar a un sicario a que haga su trabajo sucio por el. Afinemos bien el indice, y no mezclemos culpables con responsables.

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