El mito de la obsolescencia programada
Mitos y confusiones respecto de una economía libre, es decir ausente de intervención gubernamental, hay para todos los gustos. Algunos son resultado de la ignorancia que existe en materia económica, por más que muchos crean tenerla muy clara, y otros son simplemente mentiras difundidas por aquellos que se verían perjudicados en una economía liberada.
El caso de la obsolescencia programada se queda a mitad de camino, en muchos casos es una realidad que los productos están previstos que duren una X cantidad de tiempo, los materiales utilizados, los costos en general, la expectativa de la aparición de una nueva tecnología, son todos factores que influyen en el tiempo en que un producto, que tiene incorporada tecnología se convierta en obsoleto. Sin embargo, ciertos grupos (el Movimiento Zeitgeist es uno de ellos) generan cierto tufillo conspirativo alrededor de la obsolescencia programada, y la consideran una razón más como para oponerse al libre mercado.
El argumento utilizado, por ejemplo, por miembros del Movimiento Zeitgeist es algo así:
«Se denomina obsolescencia programada a la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio. La obsolescencia programada tiene un potencial considerable y cuantificable para beneficiar al fabricante dado que el producto va a fallar en algún momento, obligando al consumidor a que adquiera otro producto nuevamente. El objetivo de la obsolescencia programada es el lucro económico inmediato, por lo que el cuidado y respeto del aire, agua, medio ambiente y por ende el ser humano, pasa a un segundo plano de prioridades. Cada producto que se vuelve obsoleto, supone contaminación. Es un evidente problema del actual sistema de producción y económico: no se ajusta en absoluto a la armonía y equilibrio de la naturaleza en la que vivimos.
En sintesís, las empresas ganan millones de dolares al fabricar productos que luego de determinado tiempo indefectiblemente fallan, y nos obligan a comprar nuevos productos, que muchas veces son iguales que los anteriores pero con un nuevo aspecto. Por supuesto que no son los únicos, desde una visión algo más académica el economista John Kenneth Galbraith sostenía las mismas ideas.
Es necesario terminar con este mito, y explicar porque están equivocados los que sostienen estás teorías, muchas veces en tono conspiranoíco. Aprovechamos que sobre este tema se ocupó Lew Rockwell hace algunos años en este artículo, para aclarar un poco el asunto.
Comienza Rockwell señalando que el razonamiento descripto anteriormente parte de supuestos falsos:
En primer lugar, el modelo supone que los fabricantes son mucho más inteligentes que los consumidores, que son tratados como una especie de víctimas pasivas de los poderosos intereses capitalistas. De hecho, en el mundo real, son los fabricantes los que se quejan de que tienen que mantenerse al día con los molestos consumidores, que cambian constantemente, que buscan lo barato, y que descartan los productos y los cambian por otros por razones tanto racionales como misteriosas.
Es decir, como bien explica Mises en «La Acción Humana», el consumidor es el «rey del mercado» y son los fabricantes los que deben adaptarse a ellos para sobrevivir, no ellos a los consumidores.
En segundo lugar, dice Rockwell:
El modelo parte de la curiosa presunción que los productos deberían durar el mayor tiempo posible. La realidad es que en el mercado no existe una preferencia predefinida sobre cuanto deberían durar los productos. Esa es una característica del proceso de producción que lo maneja por completo la demanda de los consumidores.
Las viejas batidoras, planchas, y otros elementos que solían durar décadas, eso añoran aquellos que ven detrás de la obsolescencia programada una conspiración de los grandes intereses corporativos, algún enemigo grandilocuente similar.
Rockwell responde:
Pero ¿es este [el de la obsolescencia programada] un argumento contra el mercado o es sólo un reflejo de las preferencias del consumidor que prefieren otras características (precio más bajo, tecnología más nueva, o diferentes prestaciones) más que la longevidad del producto? Yo digo que es lo último. Al haber bajado el precio de los materiales, tiene más sentido reemplazar un producto que crear uno que dure para siempre. ¿Querés una batidora de $500 que dure 30 años o una de $80 que dura 5 años? Lo que sea que prefieran los consumidores es lo que a la larga domina el mercado.
Claro que porque Lew Rockwell escriba esto no quiere decir que sea verdad. Sin embargo tenemos un argumento más convincente que nos asegura que son los consumidores los que deciden la duración de los productos: la competencia. Si realmente los consumidores valoraran más la longevidad de un producto a otra característica, y estuviesen dispuestos a pagar el precio, un fabricante podría ofrecer un producto que resista décadas y décadas. La realidad contradice esa tendencia, en un mercado libre podemos conocer cuál es la preferencia predominante simplemente mirando que tipo de producto se ofrece habitualmente.
Además, este tipo de argumentación contra la obsolecencia programada tiene cierto tinte elitista, según lo analiza Rockwell:
Es común que la gente hoy en día se fije en una pared hueca o en algún artículo hecho de plástico y diga: ¡Que productos baratos y de mala calidad! En los viejos tiempos, los fabricantes se preocupaban de la calidad de lo que hacían, ahora a nadie le importa y estamos rodeados de basura! Bueno, la verdad es que lo que llamábamos de alta calidad en el pasado no estaba disponible para las masas en la misma medida que lo está hoy. Las autos durarían más en el pasado pero menos gente podía ser dueña de uno de la que lo puede ser en el mundo actual, y eran mucho mas caros (en términos reales).
Por último, concluye Rockwell:
Podes llamar a esto obsolescencia programada si querés. Está programada por los productores porque los consumidores prefieren mejoras a permanencia, disponibilidad a longevidad, que pueda ser reemplazado a que pueda ser reparado, movimiento y cambio a durabilidad. No es un desecho porque no existe una norma eterna por el cual podemos medir y evaluar la racionalidad económica detrás de lautilización de los recursos en la sociedad. Esto es algo que sólo puede ser determinado y juzgado por las personas que utilizan los recursos en un entorno de mercado.
Muchas veces las características del mercado libre que algunos pueden percibir como negativas, en realidad, son características a las que se adecuan los productores por la necesidad de satisfacer a la demanda de consumidores. El sentimiento de que «todo tiempo pasado fue mejor» es solamente una idealización de esos tiempos pasados, hoy vivimos en una sociedad más prospera, y con un acceso más amplio a una gama de productos que ni siquiera los reyes de siglos anteriores se imaginaron poseer, aún cuando la durabilidad de los mismos es menor que hace 50 años.
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