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Los dueños de la parte fea y de la parte linda de tu vida
Así se refirió la presidente Cristina Fernández de Kirchner al día que se estaba viviendo a raíz del accidente de trenes en Castelar, durante un acto de entrega de planes de vivienda en la Casa de Gobierno :
… es un día hoy de broncas, de impotencia, de dolor; pero también de realizaciones y de logros. La vida es así también. Nada es perfecto, no tenés días perfectos, ni todo es perfecto de la mañana a la noche, ni del primer día al último. Es parte de la vida. El dolor, sí por la parte fea de la vida que le toca hoy a algunos argentinos, y la alegría por la parte linda que le toca hoy sí a otros argentinos.
En condiciones normales podría darle la razón a Cristina Fernández de que la vida tiene cosas «lindas» y cosas «feas». La vida es una continuidad de sucesos que muchas veces nos benefician, nos hacen bien y nos hacen felices, y de muchos otros que nos perjudican, nos hacen mal y nos hacen infelices.
Pero no estamos en condiciones normales, y esta parte del discurso de la presidente se sintió como lo que fue finalmente, la evasión de la culpa de sus propias acciones. «Así es la vida», nos dice. Y digo que no estamos en condiciones normales porque generalmente un gobierno que deja a sus ciudadanos en libertad, que los deja hacer y los deja responsabilizarse de sus acciones, no podría atribuirse la alegría ni la miseria o el dolor de los ciudadanos. Pero no es el caso de este gobierno. No es el caso de nuestra presidente. La «parte linda» del día del accidente, como ella la llamó, y la «parte fea» del día del accidente, fueron ambas causadas por la gestión del gobierno, no fueron meras casualidades. El gobierno no sólo se encargó de «re-distribuir» la riqueza ajena para que algunos se vieran beneficiados con los planes de vivienda, sino que se encargó de que la infraestructura del transporte ferroviario llegara al punto de deterioro tal, de ocasionar un accidente que dejó como saldo 3 muertos y más de 300 heridos – entre los que se encuentra por lo menos un amputado-.
La parte linda de la vida le tocó, por suerte, a algunos. Y digo por suerte, porque no fue por decisión propia, ni preparación, ni tuvieron influencia en que ello así pasara. Seguramente los beneficiarios de los planes de vivienda merecían obtener algo, finalmente, en su vida. Pero es triste pensar que no pudieron ser artífices de ello. No tenían un camino, no tenían una forma, no tuvieron el margen de maniobra para poder llegar a lo que llegaron. Dependieron de la gracia de una «iluminada». Y no tiene por qué ser así. En una sociedad libre, uno no tiene nada asegurado. Pero sabe que puede ser artífice de sus éxitos y sus logros. Que si trabaja de cierta forma y en forma constante puede llegar al punto de tener su vivienda, o por lo menos si no la tiene, tener una vida digna. Pero no; el gobierno nos saca todos los días. La inflación es un veneno para el salario de los trabajadores. Nos aleja la zanahoria de todo lo que nos puede hacer crecer. Cada trabajador trabaja media vida para el estado y media vida para sí mismo y para los suyos. La falta de inversión, aleja a las empresas de la gente que quiere trabajar. El aumento del gasto público y de los planteles estatales, exige más de cada trabajador y emprendedor privado. Y todo eso nos quita capacidad de lograr cosas por mérito propio y se la transfiere a la clase política, que será la que decide si, finalmente, seremos o no beneficiarios de algo.
Y la parte fea de la vida le tocó, lamentablemente, a muchos más. Que tampoco, al igual que los del párrafo anterior, tuvieron margen de maniobra. Porque lo que les dejan hacer, es lo que hacen todos los días. Se levantan para trabajar y se toman un medio de transporte que pocas veces depende de su eficiencia y la gracia del usuario, aunque sí muchas más veces de la rosca política, los acomodos y los negociados. Son transportados como ganado, para poder ofrecer algo útil con su trabajo, de lo cual luego los van a despojar del 50% de lo que hayan conseguido, para finalmente repetirles una y otra vez, qué sería de ellos sin la gracia de los políticos. Refregándoles en la cara, a los pocos beneficiarios que el gobierno eligió para integrar a aquellos a los que le toca la parte linda de la vida. Para decirles que algún día, quizás algún día – y que de ellos no depende- les pasará algo bueno. En el mientras tanto, deberán soportar las consecuencias de dejar que manejen todo con criterio político. Se tomarán el tren equivocado, un día equivocado, a la hora equivocada, y quedarán para siempre en la estadística, como parte de los 52 muertos de un 22 de febrero, o como parte de los 3 muertos de un 13 de junio.
Es triste pero es así. Ya no nos dejan ser los dueños de nuestra vida. De las partes lindas, ni de las partes feas. El dueño es otro. Es alguien que no nos conoce, al que no le importamos en lo más mínimo, que no sabe lo que gozamos, ni lo que sufrimos. Y que encima, el día que finalmente nos convierte en víctima, nos trata de convencer que la víctima, es ella.
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