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Ciudadano Inepto

Parecería que el funcionario público considera que el ciudadano es, por definición, inepto para conducir su vida y, por tanto, debe ser manejado y dirigido en todo lo que hace. Debe echarse mano al fruto de su trabajo para destinado a las áreas que en «verdad le convienen». El único instante en que el funcionario público da muestras de un achaque de humildad es cuando se dirige a la gente en la campaña electoral en busca de votos. En esos casos la adula, se trata allí del «pueblo maravilloso» lleno de virtudes colosales. Pero ni bien el ciudadano, tan capaz e inteligente, sale del cuarto oscuro, se lo censura en todo puesto que se lo vuelve a considerar un retrasado mental.

Ciudadano tarado

Ciudadano inepto

Después del voto ya pasó su cuarto de hora: de vuelta a la normalidad; es un infantilismo respetarlo y garantizar sus derechos. «Para su bien» debe digitarse todo desde el poder político. Los «sabios» de turno succionan cada vez más el fruto del trabajo de los ciudadanos para destinado a «preservar el interés nacional». Es el espíritu de Atila: el estado ilimitado que destruye todo lo que toca es la expresión más clara de la fuerza bruta y el antiseso.