El poker y la inflación
Cuando estaba en quinto año, allá por el año 2000 (época fea, cuando no había dignidad ni la juventud era militonta), se me ocurrió llevar un mazo de cartas de poker al colegio, un industrial del interior del país, para jugar en los recreos con unos compañeros.
Como nadie tenía un mango y, en definitiva solo jugábamos para ver quien la tenía má…bueno, se entendió, usábamos como moneda de apuesta, simples hojas de carpeta, que eran muy preciadas porque también escaseaban bastante (y las Rivadavia ni les cuento).
Teníamos una buena dinámica para no ser atrapados porque, por lo menos en aquella época, si un profesor te encontraba jugando, por más que fuera en el recreo, te sacaba las cartas. ¡Y ni hablar si veía que estabas apostando! Ya que el castigo era el mismo, también jugábamos en el taller y en algunas horas de clase.
Repartíamos rápido las cartas, cada uno las miraba y las escondía, se hacían las apuestas iniciales, dejando una pequeña cantidad de hojas en la mesa, se cambiaban cartas y se hacía la apuesta fuerte (en este momento, si alguien pasaba, no entendía qué carajo hacían cinco boludos mirando una parva de hojas en la mesa). Finalmente, se mostraban las cartas, se declaraba el ganador y éste se llevaba las hojas.
Para los que no tenían hojas ( y esto no era exclusivo para apuestas, sino para cualquiera que no las tuviera) en la secretaría te proveían de humildes cantidades de hojas del «Plan Social». Algunos de los miembros del Poker Club, utilizaban de éstas hojas en nuestros encuentros.
Un viernes, como éramos los de quinto año, nos prestaron el quincho del colegio para hacer un asado a la noche, incluso sin los profesores (éramos pocos y nos conocíamos mucho). Vaquita de por medio, salieron unas buenas carnes, unas cervezas y creo recordar que alguien tenía una botella de mezcladito marca «Fernandito», que mejor no saber qué contenía ni cómo era preparado.
Investigando un poco la sala de al lado del quincho, abajo de unas lonas, alguien hizo un descubrimiento fantástico (para lo que era una noche de pueblo de un grupo de fieros muchachos del industrial): una pila de cajas del Plan Social (llenas de resmas de hojas) organizadas como si fueran un JENGA gigante.
Como varios fascinerosos compañeros míos tenían ganas de hacer alguna macana, se les ocurrió que se iban a llevar algunas hojas. Algunos se llevaron una resma, algunos se llevaron dos resmas y, un personaje en particular, a quién me referiré como «El Doli», se llevó….¡una caja completa!
La imagen del Doli medio entonado, yéndose a su casa en bici cross de las chiquitas, intentando llevar la caja del Plan Social en el manubrio, zigzagueando por la calle, es una de las imágenes más graciosas de todo el secundario.
El lunes nos dimos cuenta de dos cosas:
Número uno, el crimen no paga, o por lo menos no lo hacía en esa época. Nos prohibieron la entrada al quincho del colegio y hacer asados para siempre. Cosa que pudimos eludir y, en el proceso, hacer que también fueran prohibidos los muchachos de cuarto, pero eso es otra historia.
Número dos, la inyección de dinero en la economía, hace que el mismo pierda su valor en proporción directa al dinero inyectado.
Como ya era costumbre en los recreos y en varias clases, saqué las cartas y nos propusimos jugar unas manitos. Dentro del club del póker, había uno o dos individuos que habían adquirido resmas del Plan Social. El momento de la apuesta fuerte, fue demoledor. Mientras algunos podíamos poner algunas hojas, éstos sátrapas ponían, sin importar la mano que tuvieran, un pilón imposible de igualar. Tenían la posibilidad de, en todas las manos, duplicar las apuestas posibles del resto. En tres manos, dejó de ser divertido, porque nuestro «dinero» ya no valía nada de nada. No teníamos el poder adquisitivo para «comprar» una apuesta decente.
Así fue que, unos chicos que apenas teníamos algún recuerdo de lo que era la inflación, presenciamos una rápida devaluación de un medio de intercambio (o inflación de las apuestas, como prefieran).
El tiempo pasó, el corralito, el corralón, la devaluación, la pesificación y la alta inflación, y somos pocos que recordamos algo tan básico y tan evidente como «qué es la inflación», «cómo se genera» y «cómo se termina».
Comentarios recientes