¿Quién es el país?

Mark Twain

No es Einstein joven, queridos lectores. Es Mark Twain.

Desde las elecciones del pasado octubre, el discurso de los que en este momento detentan el poder público es algo así como «Sacamos el 54% de los votos, hacemos lo que queremos» (y no olvidemos a esa señora coqueta gritando en el discurso de una autoridad municipal «Vamos por todo. Vamos por todos»).

Por otro lado, está la (mal) llamada oposición, que se mueve cabizbaja diciendo algo como «Sacaron el 54% de los votos, pueden hacer lo que quieran. Es más, tenemos que colaborar con ellos». Esta gente, en realidad, se muere de ganas por estar dentro del oficialismo y hacer lo mismo que el oficialismo hace (o cosas peores, tal vez), pero ya sea por lo fracasados que son o porque no tienen una ausencia de escrúpulos tan grande, están «en la vereda del costado».

Vengo pensando hace un tiempo, qué puede hacer un ciudadano de una supuesta República cuando el «contrato» por el cual se deposita una parte del poder propio para que sea administrado por el Estado, deja de ser cumplido por los empleados designados para ésta actividad. ¿Qué pasa cuando, por el mero acto de elegir quiénes son los administradores de lo público, éstos se arrogan poderes superiores a los que el Contrato / Constitución les otorga, simplemente porque había más papelitos con su nombre en una caja? ¿Y qué pasa cuando los que no están de acuerdo con este avasallamiento de derechos y abuso claro y sistemático del poder son tildados de enemigos de la patria, cipayos y no pertenecientes al país? ¿Quién define quiénes son el país y quiénes no lo son?

La respuesta me llegó inesperadamente de un cómic, donde el mismísimo Capitán América (si, el corazón del malvado Imperio!) se pone totalmente en contra de su propio gobierno y encabeza una rebelión. En un momeno, cuando le preguntan cómo sabe si está haciendo lo correcto, se despacha con la siguiente cita de Mark Twain:

¿Quién es el país?

¿Es acaso el gobierno que de momento está a cargo? No. El gobierno es solo un siervo temporal; no puede ser su derecho decir qué es lo correcto y qué está mal, y decidir quién es patriota y quién no. Su función es obedecer órdenes, no crearlas.

¿Quién es entonces El País?  ¿Es el periódico? ¿Es el púlpito? No, estas son pequeñas partes del País, no son el todo; no pueden mandar, sólo tienen su pequeña parte en el mandato.

En una monarquía, el rey y su familia son el país; en una república, es la voz del pueblo. Cada uno de ustedes para sí mismo y bajo su responsabilidad, debe hablar.

Es una solemne y dura responsabilidad y no debe ser fácilmente dejada de lado bajo la presión del púlpito, la prensa, el gobierno o la vacía palabrería de los políticos.

Cada uno por sí solo debe decidir qué está bien y qué está mal, cuál es el camino patriótico y cual no. No puedes evitar esto y ser un hombre.

Decidir contra tus convicciones es ser un traidor imperdonable, tanto para ti mismo como para tu país. Deja que los hombres te califiquen como quieran.

Si solo tú de entre toda la nación elige un camino, siendo este el correcto según tus convicciones de lo correcto, has cumplido tu deber para ti mismo y para tu país.  Mantén la cabeza en alto. No tienes nada de qué avergonzarte.

No importa lo que diga la prensa. No importa lo que digan los políticos o las masas. No importa si todo el país decide que algo malo es algo bueno.

Esta nación se fundó sobre un principio por encima de todos: la exigencia de que nos levantemos por lo que creemos, sin importar el riesgo o las consecuencias.

Cuando las masas y la prensa y el mundo entero te dicen que te muevas, tu trabajo es plantarte como un árbol junto al río de la verdad y decirle al mundo entero… “NO. MUÉVETE TÚ.»

(ciertamente la cita en idioma original pega mucho más. En especial la última parte «No. You Move.»)

Las Constituciones no existen para legitimar a los gobiernos. Las constituciones fueron impuestas por la gente para limitar el poder del estado mismo y para proteger los derechos individuales de los ciudadanos. Si la constitución fuera solamente para decir que el gobierno puede hacer lo que se le canta porque lo votaron, como dijo Benegas, es preferible no tenerla, que declaren el territorio argentino como El Reino de la Milanesa, le pongan una corona a la señora y punto.

En cuanto los que están en el estado violan y contradicen la constitución, su mandato deja de ser legítimo (en dicho documento se establece la forma de llegar a los cargos públicos SOLAMENTE para hacer lo que ahí está explicitado, no para usar el estado para hacer lo que se le canta). Desgraciadamente, la Constitución sola no nos va a defender de nada. Es un simple papel con tinta encima, que no nos va a defender de las balas, ni de la cárcel, ni va a traernos productos, ni va a producir nada, ni nos va a defender de los abusos del fisco o de patoteros como Cristina Fernández y su perrito faldero Guillermo Moreno.

La Constitución es una simple advertencia para las autoridades electas: «si se hacen los boludos y tratan de pasarse de vivos con el poder, les va a ir bastante mal». Pero, al final del día la constitución debe ser ENFORZADA al estado, desde la ciudadanía. Los ciudadanos tienen que estar dispuestos a imponerles, por la fuerza si es necesario, la constitución a los gobernantes, sin importar ni medio segundo si fueron votados por una cantidad X de la población. Ahora, si los ciudadanos no están dispuestos a enforzar la Constitución y se bancan cualquier tipo de abuso que venga desde el poder, no se merece tenerla. Directamente, merece ser un súbdito más del Reino de la Milanesa.