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Dejando de lado la violencia política

Somos parte de una sociedad donde el único lenguaje que se entiende es la violencia, una violencia que no se es tan evidente como una batalla campal en un partido de fútbol o la que se presenta  en algún hecho delictivo de los que  aparecen  a diario en la sección policiales. Nos damos cuenta que vivimos en una sociedad basada en la violencia, en la coerción, cuando leemos la tapa de los diarios y vemos que en el 90% de las noticias los políticos tienen algo que ver, y cuando un político (tenga un cargo o no) está metido en algo quiere decir que tiene una idea sobre como manejar tu plata o como llevar adelante a tu vida.

Hablar de violencia política es una redundancia, la única manera en la que la política puede actuar es usando la fuerza, ya sea castigando a los que no actúan de determinada manera o financiando lo que los políticos en el poder  consideren que es apropiado financiar. Cuando esta violencia hace metástasis y se entromete en cada intercambio voluntario, en cada aspecto, por mas ínfimo que sea, de la vida privada de los individuos, se pierden algunas nociones básicas sobre la convivencia pacífica.

El principal daño que hace este  cáncer que es la violencia política es sobre la precepción de que no se puede lograr nada de manera voluntaria, y que si no se fuerza un determinado curso de acción se está legitimando la conducta opuesta.

Un ejemplo: Comer con excesiva sal genera problemas para la salud, en especial en la presión arterial. La reacción del político, es prohibir los saleros y el uso de la sal. La sociedad civil, en general, aplaude la medida principalmente porque ya está acostumbrada a ese lenguaje de la violencia y a forzar a la gente a hacer o dejar de hacer algo, la responsabilidad individual no está de moda.

Otro de los casos donde se puede ver esto es cuando hablamos de ayudar al más necesitado, de ser solidario, y demás. Que queramos que el gobierno se involucre en esos asuntos no implica que estamos siendo solidarios, o ayudando a los más necesitados, lo que realmente estamos haciendo es deslindarnos de cualquier tipo de responsabilidad y sin ningún tipo de cuestionamiento avalar el modus operandi del estado, que vale aclarar, nunca lo adoptaríamos para nosotros.  ¿O acaso cuando queremos hacer una donación le robamos el dinero al vecino para dárselo al beneficiario? La solidaridad y la política son antagónicas, una es inherentemente voluntaria y la otra inherentemente violenta, y por supuesto la segunda redistribuyendo forzosamente la riqueza termina perjudicando a quien dice ayudar.

Poder darse cuenta de esto es el primer paso para comenzar a explorar otras soluciones y otros modos de relacionarse, comenzar a prescindir de la política para alcanzar los fines que deseamos, y de esta manera, asumir la  responsabilidad por lo que decidimos hacer o no utilizando nuestra libertad. Etienne de la Boétie decía «el hombre para ser libre sólo tiene que desearlo», y un poco de razón tiene.