Club Social y Deportivo

Club Social Y Deportivo

Club Social Y Deportivo

Sábado a la tarde voy a comer a un Burger King con un amigo que, al retirar el pedido, me hace el siguiente comentario: «Pedile sal y eso, porque salió la legislación esa que no le pueden poner más sal al morfi». Las papas ya venían con sal, así que no fue necesario pedir nada. Pero el solo hecho de que se nos cruce ese pensamiento es altamente perturbador.

¿Cuándo perdimos el camino? ¿Cómo dejamos que algo así pase?

El señor Salvia es dueño de un precioso local a la calle, el cual tiene disponible para concretar el sueño de su vida. Fue un laburante desde los 16 años, juntó peso sobre peso, generó diversos emprendimientos con los cuales proveyó a la sociedad con valiosos bienes y servicios (y los consecuentes e importantes «puestos de trabajo», siempre importantes en el discurso de los políticos). Ahora quiere simplemente tener un pequeño bar donde compartir dos de sus placeres más grandes: fumar y comer comidas con alto contenido de sal (unas buenas Costillitas a la Riojana, por ejemplo, con papas fritas, huevo frito y todo lo que se te ocurra).

Es así como, con dos amigos que lo acompañan en sus gustos, decide fundar el Club Social y Deportivo Amantes del Pucho y la Hipertensión. Así como hay círculos de lectura y clubes de ajedrez o fútbol, este espacio será para ofrecer, intercambiar, probar y disfrutar cigarrillos y tabacos de todo el mundo, al mismo tiempo que se sirven platos extremadamente salados.

Se corre la voz en todo el ambiente. Revistas especializadas, tiendas, foros, todos están expectantes a la inauguración de ese lugar en el cual un grupo de personas podrá compartir su pasión, conocer nuevos amigos e intercambiar interesantes anécdotas.

Salvia invierte un importante dinero en las instalaciones del local, decoración, publicidad en gráfica, contrata un cocinero y dos mozos, paga derechos de importación para ciertos tabacos específicos que vienen de fuera del país (y las consecuentes coimas a causa de las «licencias no automáticas»). Todo está listo para el puntapié inicial.

En el día de la inauguración, el local está abarrotado de gente. Vinieron todos, de Capital, de Provincia, algunos viajaron muchos kilómetros desde ciudades del interior. Pero muy pronto, un éxito absoluto se convierte en pesadilla.

Primero llega la Brigada de Control de Cuanta Gente Entra En TU Boliche. A pesar de ser un local muy espacioso, la municipalidad le dió una habilitación «Tipo C», donde pueden entrar un máximo de 300 personas. 200 personas se quedan afuera, a pesar de que tranquilamente podrían entrar y sobraría espacio. Pero al intendente qué le importa.

A continuación llegan los Inspectores por una Ciudad y un Mundo Libres de Humo. Tienen que clausurar el local por violar la ley por la cual no se puede fumar en ningún tipo de «espacio público» (notemos que este espacio es, en realidad, privado, pero con acceso libre y voluntario de personas). Salvia le explica a los inspectores la naturaleza del emprendimiento. Pero no hay caso. «La ley es la ley» y los inspectores proceden a la clausura del lugar.

Finalmente, y para cerrar la noche, cae el legislador Cabandié con una ONG (que recibe subsidios públicos), para realizar una segunda clausura, debido a la venta de comidas con alto contenido de sodio, alto contenido de grasa, por tener el salero en la mesa, por no ofrecer un menú para niños y por no tener una variante «light» en el menú. El intento de Salvia por explicarle a este muchacho las razones de eso son, nuevamente, futiles.

Al día siguiente le llegan unos representantes del Gremio de Gastronómicos, junto con los abogados y un juez, para decirle que se inicia contra él un juicio por parte del cocinero y los mozos, debido a haber sido sometidos a «condiciones de trabajo insalubres» por haber estado en un ambiente con mucho humo.

Con mucha tristeza, Salvia echa a los mozos y al cocinero y cierra el local. Pero, arma una suerte de club privado en el cual él mismo sirve de anfitrión, mozo y cocinero para algunos participantes selectos (via invitación) que colaboran con el emprendimiento donando «a voluntad» para solventar los gastos.

Unos días después, le llega una solicitud de invitación a este club firmada por el legislador Cabandié. Salvia, ya montado en cólera, le niega la invitación y la entrada. Cabandié presenta una denuncia en el INADI, y Salvia termina juzgado culpable de discriminación y una sentencia de dos años de probation y trabajos comunitarios.

Esta historia es, obviamente, ficticia, pero todos conocemos casos de personas a los que les pasó algo de lo que acá se comenta. El estado interviniendo en las relaciones voluntarias de las personas, nunca puede tener un resultado positivo para ninguna de las partes, solo para sí mismo y para los megalómanos que se adueñaron de él.

Yo nunca fumé. Aborrezco el olor y el humo del cigarrillo. Casi no uso sal. Como sano y soy fanático de estar saludable y en estado físico.

Pero tenemos que entender que no podemos imponerles a los demás nuestro criterio y nuestra forma de vivir. No podemos regular las actividades de las personas de acuerdo a lo que es «políticamente correcto» en un momento determinado.

¿Qué pasa si el día de mañana el fútbol pasa a ser «políticamente incorrecto»? ¿Qué pasa si un legislador pone un proyecto para sacar todas las canchitas de los gimnasios y clubes porque considera que las lesiones son malas para la salud de las personas? ¿Qué pasa si lo «políticamente incorrecto» son las camisas blancas o teñirse el pelo o la homosexualidad? ¿Realmente quieren que el estado y los megalómanos que lo manejan tengan poder sobre eso?

Todos quieren prohibir lo que a ellos no les gusta: un vegetariano quiere prohibir la ingesta de carnes, un «pacifista» quiere prohibir la portación de armas y la práctica de artes marciales, la familia de un hipertenso quire prohibir que esté el salero en la mesa de los restaurantes y un político quiere prohibir aquella cosa que le dará más votos en la próxima elección.

Una sociedad abierta y libre, solo puede funcionar por incentivos. ¿Cuáles son los incentivos para tener un local «libre de humo»? ¿Existe realmente una conciencia en las personas? ¿O el mismo que «está de acuerdo» con la ley que prohíbe fumar en el bar de Salvia después va a lo de un amigo fumador y se come el humo sin chistar? ¿Sabían que el Congreso y la UBA son dos de los lugares en los que el humo del cigarrillo está presente constantemente? ¿Cuánta sal le ponen los legisladores a la comida en su casa? ¿Y en el restaurant de la legislatura está la sal en la mesa o no?

Como dice mi mejor amigo «Cuando la gente entienda las implicancias de que el estado tenga la capacidad de decidir que no puede estar la sal en la mesa de un restaurant, va a aterrorizarse realmente».