La guerra contra la felicidad

Cuando era un niño y me alcanzaban las dos manos para señalar mi edad tenía ciertos momentos de alegría y felicidad que eran inigualables, uno de ellos (quizás hoy el mas insignificante de todos) era la sonrisa que me producía que mamá me llevara a comprar la Cajita Feliz, nunca sabía primero si abrir el juguete, comer las papas, o la hamburguesa (igual ahora creo que estoy confundiendo recuerdos de mi infancia con una publicidad de hace poco).  Hoy, recién llegado

Víctima de los burócratas

del patio de comidas shopping, pude confirmar que a pesar de los años la Cajita Feliz sigue siendo una fuente de felicidad momentánea en los chicos.  En especial  para aquellos que los padres se rompen laburando  toda la semana para llevarlos a comer afuera el viernes a la noche para comprarles la Cajita Feliz que trae la hamburguesa (o los nuggets), las papas y, por supuesto, el juguete. Un juguete que representa mucho para esos chicos que, tal vez, sea el único muñeco nuevo que van a tener en todo el mes.

Toda esta introducción sentimental es necesaria para poner en contexto el próximo Proyecto de Ley que podría ser tratado en la Legislatura porteña, porque ahora los legisladores están copiando la ley que se aprobó en  San Francisco a principios de año que es la prohibición de la Cajita Feliz, o más precisamente, incluir juguetes en las comidas que el legislador considera insalubres.  Lo que se dice una verdadera guerra contra la felicidad. Veamos los argumentos de Juan Cabandié, el impulsor de esta ley:

[e]l presidente del bloque K en la Legislatura porteña, Juan Cabandié, presentó un proyecto de ley para que se prohíba “la venta de menúes que estén acompañados de objetos de incentivo para consumo en todos los establecimientos expendedores de alimentos y bebidas de la Ciudad”. La iniciativa propone una opción para que los locales de comidas rápidas puedan seguir incluyendo en sus menúes infantiles juguetes: que los mismos contengan frutas y/o verduras, o que los alimentos que lo conformen no supere el nivel calórico recomendado por los expertos en nutrición.

Volvamos a la realidad, es verdad que a pesar de la felicidad que le trae la cajita feliz a los chicos, y por ende a sus padres, ésta no constituye el componente de una dieta saludable. Sin embargo, existen varios motivos para oponerse a esta medida.

En primer lugar, Juan Cabandié pretende que el estado tome el lugar de los padres, o que funcione como una niñera, decidiendo en lugar de los que padres cómo deben alimentar a sus hijos, una función que sin dudas no le pertenece al gobierno si no a sus padres. Es decir, debemos respetar la libertad de elección de los padres, que ellos sean los que decidan sobre como alimentar a sus hijos, no Cabandié, ni cualquier otro legislador ansioso de anunciar su apoyo a la propuesta.

En segundo lugar, es una intromisión más en la actividad privada. Se le esta imponiendo a McDonald’s que productos puede vender  y cuales no, siendo que la empresa no fuerza ni engaña a nadie para que compren la Cajita Feliz. Nadie le está diciendo que se trata de una ensalada de lechuga y tomate.

Por último, este es otro paso mas en la pendiente resbaladiza del paternalismo estatal. La prohibición de la Cajita Feliz, la cual determinó Cabandié que es insalubre para todos, no es la primer medida donde el estado se quiere convertir en la niñera, o nutricionista, de todos. Antes de eso, McDonald’s tuvo que poner la información nutricional de sus productos en una de las carillas de los papeles que van sobre todas las bandejas, y anteriormente, el gobierno a nivel general, se introdujo en el tema alimenticio con el Código Nacional Alimentario, que nos dice que podemos y que no podemos comer. Hace apenas unos meses habían prohibido la publicidad de estos productos.¿Cuál es el límite? ¿Tiene algún freno la pendiente resbaladiza (slippery slope) desde un estado liberal y democrático (tal como lo señala la Constitución Nacional) a un estado fascista y paternalista? Espermos que si.

Nada sorprende de los políticos, la mayoría sufre de algún sindrome de grandeza creyendo que pueden manejar las vidas de los demás,  lo hacen todo el tiempo, y está vez hacen 2 x 1, les dicen a las empresas como tienen que vender sus productos.

De acá me voy corriendo a avisarle a mi primita de 6 años, que cuando tenga alguna duda, el gobierno se va a preocupar más por ella que sus padres.