El Estado somos todos

Está en boca de muchos decir, cuando uno se queja de malos manejes del Estado, la frase “pero el Estado somos todos”.

 

Yo no estafé a varias generaciones con falsas promesas de jubilación.

Yo no imprimo billetes sin respaldo, robándole el poder adquisitivo a los que están en manos de mis conciudadanos.

Yo no le robo cerca del 50% de su sueldo a mis compañeros trabajadores.

Yo no adoctrino a tus hijos con un sistema que fue pensado hace más de 150 años para formar soldados y empleados industriales.

Yo no mandé a pibes de 18 años a morirse en una cruzada quijotesca contra uno de los mejores ejércitos del mundo.

Yo no le transpasé al pueblo las deudas de los empresarios amigos que se habían endeudado en la timba financiera.

Yo no arrasé con varios pueblos originarios para expandir el territorio nacional.

Yo no le di esas tierras conquistadas a 344 familias aristócratas amigas del poder.

Yo no convertí el campo en un monocultivo de soja, con la aplicación de retenciones y prohibiciones.

Yo no hice desaparecer el pan blanco en 1952.

Yo no meto en la cárcel a los que eligen meter en sus cuerpos ciertas plantas o sustancias sin afectar a nadie más.

Yo no obligué a todas las generaciones hasta los 90’s a hacer el servicio militar obligatorio.

Yo no construí obras que benefician solamente a algunos empresarios o sectores afines, con la plata de los contribuyentes.

Yo no confisqué las jubilaciones de gente que había optado por irse del sistema piramidal estatal a uno un poco menos peor.

Yo no le impuse a mis conciudadanos un corralito para que no pudieran retirar sus ahorros.

Yo no le pesifiqué las deudas a mis empresas amigas 3 a 1, mientras los ahorros de la gente se pesificaban 1 a 1.

Yo no le impido a mis conciudadanos establecer relaciones comerciales mutuamente beneficiosas con el exterior.

Yo no persigo a los espacios de arte independientes con leyes obsoletas, habilitaciones absurdas e inspectores corruptos.

Yo no censuré a la prensa, ni a la música, ni a la literatura.

Yo no reprimí las protestas sociales.

Yo no metí presos a mis rivales políticos.

Yo no desaparecí a 30.000 personas durante la última dictadura.

 

Por todo eso y más, “el Estado somos todos” las pelotas.

 

Son éstos.

Son éstos.

Sin respeto.

Una de las (incoherentes) críticas que recibió la marcha del 13S es la de qué eramos un grupo de bien acomodados de clase media – bien vestidos – llenos de odio, agresión, insultos y hasta deseos de cárcel y muerte hacia ciertos funcionarios públicos.

No me sorprende, ni me molesta que desde el kirchnerismo salgan con estas vacías acusaciones a pretender acallar las voces de la libertad que se están erigiendo por fin en este país. Pero me duele y me deja perpleja que desde los propios «caceroleros» pretendan desmentir esto, validando esas críticas a la vez que se muestra una continuidad de la sumisión, al menos en el aspecto discursivo.

Quiero ser muy clara. Por supuesto que estamos enojados, calientes, saturados, HARTOS de que nos pisoteen y nos tomen de pelotudos. Por supuesto que vamos a insultarlos, exigirles que atiendan nuestras demandas, y que nos respeten. No se pude pelotudear a un pueblo durante tantos años y pretender no generar odios, rechazo y un sinfín de sentimientos negativos.

 

La presidente es una enferma, cínica, hija de puta que habla de democracia cuando sus acciones son absolutamente autoritarias. Que se llena la boca con mentiras, estadísticas inventadas, índices de pobreza inexistentes. Ignora la constitución nacional, ley sagrada si las hay, y hasta pretende reformarla para quitarle su espíritu de libertad. Nos amenaza por cadena nacional al mismo tiempo que nos ignora. Se cree ama y señora del país, dueña de nuestras vidas y de nuestros destinos. Nos impide progresar, trabajar, crecer, vivir, aprender…

Nos tienen arrinconados, Moreno, Boudou, Echegaray, y todos sus secuaces. Nos impiden transitar libremente por el mundo, comerciar, comprar y vender como nos plazca, nos condenan a la miseria, a vivir angustiados, a no saber si volvemos vivos a casa, a tener que agradecer que «solo nos robaron y no nos hicieron algo más», a pagar más del 50% de nuestros bien merecidos sueldos para mantenerlos a ellos y a todo su aparato de propaganda nazi (sí! nazi!! si usan las técnicas de Goebbles a una perfección inimaginada por él mismo), y a mantener el asistencialismo que está destruyendo las bases que construyeron este país con trabajo, esfuerzo y mérito.

Nos obligan a corrompernos o a ser sometidos, nos toman el pelo, nos asfixian con medidas cada día más restrictivas, nos tienen vigilados como si fuésemos criminales, criminalizan las acciones más normales cómo comprar monedas extranjeras o disentir con el gobierno.

Destruyeron por completo la República, con una ausencia de poderes independientes que no tiene precedentes. No hay justicia, no hay jueces capaces de hacerle frente al avasallamimento de los derechos individuales. No hay legisladores que se precien de representar al pueblo. Hacen las leyes a su antojo, la mayoría bien inconstitucionales por cierto. Gobiernan para ellos mismos, ni siquiera para la mitad del país que los votó. Y lo hacen todo bajo la bandera de una democracia que ni siquiera es nuestro sistema de gobierno vigente. Argentina es una REPÚBLICA, en la que el estado de derecho, es decir, el gobierno de la LEY, debería primar por sobre cualquier persona que ocupe un cargo público.

Nos han quebrado en dos bandos, en los que la ausencia de diálogo es ensordecedora, genera impotencia absoluta no poder disentir sin discutir, no poder presentar alternativas, no ser escuchado, no ser representado, no ser respetado.
Las minorías esta doblegadas a obedecer los caprichos de las supuestas mayorías, que no son más que clientes de este gobierno corporativista. Nos llenan la cabeza de boludeo nacionalista, apelando a un orgullo xenófobo de qué algo producido en territorio argentino tiene más mérito vaya uno a saber porqué… Pero la realidad es que la industria nacional no crece, porque como todo en el relato, es un verso más.

Gobiernan de palabra en todo lo relativo a la libertad, la prosperidad y la igualdad ante la ley, deshaciendo con sus controles y regulaciones todo lo que dicen defender.

Y esta lista podría seguir eternamente. No tiene nombre lo que nos están haciendo. Nos están quitando la dignidad, nos están esclavizando, nos están exprimiendo y oprimiendo.

¿Y pretenden que salgamos a la calle a protestar educadamente? Después de años de sufrir su cinismo y su sadismo, sus faltas de respeto, sus abusos, sus caprichos. No. Por supuesto que no. No les debemos ningún respeto, y no nos debemos ninguna represión en las formas en que reclamamos lo que nos corresponde y estos vándalos nos robaron.

Son unos hijos de puta, y queremos que nos dejen de pelotudear. No hay otra manera de decirlo. Somos pacíficos en las protestas. Somos republicanos en los métodos. Pero no nos exijan (no nos exijamos!) ser «educados» en las palabras. Nuestros carceleros, represores, opresores, no merecen respeto, no merecen nuestra educación. Merecen todos y cada uno de los insultos que se pronuncian hacia ellos. Y nosotros merecemos poder putearlos en paz. Este es el resultado de años de sometimiento. Ahora: orgullosos, dignos, con la cabeza levantada, putiémoslos sin dudarlo! Hasta que entiendan que hasta acá llegaron, que ahora les decimos BASTA.

Percepciones

Volví a Buenos Aires después de un tiempo relativamente largo de estar afuera de las fronteras argentinas por temas laborales. Sábado a la noche, luego de la jura de la Señora Reina, salgo para encontrarme con unos amigos. Me dirijo hacia una estación de subte del barrio de Almagro, contento y lo más campante, caminando cual Heidi del viejo animé y de a poco me voy percatando de algo: todo el mundo en la calle está con cara de orto.

v-for-vendetta

Lunes por la madrugada, tantas caras dibujadas.

Pienso que es solamente mi impresión, pero todo el vagón está igual. Trato de ser más objetivo, pero me pasa lo mismo en el bar y en los días subsiguientes. Todo el mundo con cara de traste, algo que jamás había notado que fuera tan alevoso. Algo a lo que me había desacostumbrado.

Es entonces cuando recuerdo algo que contaba un ruso que se escapó de la Unión Soviética: «Lo peor no es saber que en cualquier momento pueden entrar a tu casa y llevarte a Siberia, a un Gulag o a una institución mental. Lo peor es que, a cada momento te es recordado lo futil e irrelevante de tus esfuerzos. No importa lo que quieras, no importa cuánto trabajes por ello.»

Y la verdad que lo entiendo. ¿Cómo puede alguien ir despreocupado, feliz y campante por la vida sabiendo qué…..

– todo aumento de sueldo que reciba será gracias a un sindicalista al que tiene que rendirle tributo y no a la superación personal o mejora de rendimiento?

– el valor de su sueldo y su dinero disminuye minuto a minuto porque hay alguien imprimiendo a mansalva?

– hay un tipo que le dice qué puede comprar y qué no, coartando de gran manera su libertad de elección?

– deberá viajar día tras día en un transporte público cada vez en peores condiciones, más saturado y sin poder elegir otra cosa?

– una manga de chorros te dice qué cosas podés pasar y qué tenés que pagar para entrar a través de una línea imaginaria algo que compraste con tu dinero bien habido?

– jamás podrá capitalizar sus ahorros a largo plazo en bienes durables como, por ejemplo, una casa?

– un grupo de inescrupulosos acomodaticios como La Cámpora se da la gran vida a costa de sus impuestos?

– la Señora Reina junto con su gabinete de millonarios se dedican a hablar de que están para cuidar a «los más pobres», mientras recaudan como locos y se mandan ostentosos viajes alrededor del mundo?

– se intenta imponer un relato de una historia que no fue y que es tan bizarra y delirante que nadie, pero nadie se la puede creer?

El ser humano encuentra satisfacción cuando se desafía a sí mismo, cuando logra un objetivo con mérito propio (desde ganar el torneo de fútbol del barrio hasta recibirse en la universidad), cuando recibe una retribución digna de los servicios que ha prestado, cuando es productivo, cuando sirve a los demás, cuando colabora, cuando gana, cuando pierde pero dió todo.

Dejar que un grupo de megalómanos con aires de grandeza decidan cada vez más cosas por nosotros, nos digan qué hacer y nos pongan barreras idiotas para lo que nosotros queremos hacer, solamente lleva a frustración, porque ningún ser humano puede sentirse realizado siendo un simple engranaje de una maquinaria social (¿o debería decir socialista?).

Ahora que leíste esto, no vas a poder evitar prestar atención a eso que te dije. Y ahí acordate las palabras de la carta de Valerie en V For Vendetta: «Every inch of me shall perish. Every inch, but one. An inch. It is small and it is fragile and it is the only thing in the world worth having. We must never lose it or give it away. We must NEVER let them take it from us.»

Nunca entregues la última pulgada. Expandila. Contagiala. Hablá de la libertad. Y así, una pulgada a la vez, capaz que algún día recuperemos esa libertad que (¿no?) supimos tener.

Defender lo defendible

[Publicado originalmente el 8 de julio de 2011 en La Crisis es Filosófica]

Escribir estas líneas para defender a uno de los personajes más abominables de la escena política actual sería intentar

Luis D'elía

defender lo indefendible. En ese sentido, mi interés es que la figura de Luis D’elía siga gozando del mismo rechazo público que goza hasta ahora y que si debiera modificarse un ápice, sea en menos y no en más.

Sin embargo, sí creo que hay algo que vale la pena repensar respecto de sus dichos y la posterior citación judicial que el líder piquetero devenido en fuerza de choque oficialista protagonizó esta semana.

D’elía es antisemita. Sus dichos, si bien fueron bastante light para lo que nos tiene acostumbrados, son absolutamente reprochables. No por los dichos en sí sino por lo que encarnan:

“El racismo es la forma más baja, más burda y más primitiva de colectivismo.  Es la noción de atribuirle significado moral, social o político al linaje genético de un hombre – la noción de que los rasgos intelectuales y de carácter de un hombre son producidos y transmitidos por la química interna de su cuerpo. Lo que significa, en la práctica, que un hombre debe ser juzgado, no por su propio carácter y acciones, sino por los caracteres y acciones de un colectivo de antepasados.»

Teniendo en cuenta que Luis D’elía juzgó a Kravetz y a Tellerman por su pertenencia a un colectivo (religioso en este caso) más allá de su individualidad y los hechos de su vida que son lo que verdaderamente cuentan, podemos decir que lo de D’elía fue racismo puro (como lo describe Ayn Rand en “La Virtud del Egoísmo”) y, como tal, es execrable.

Ahora bien ¿es necesario que la policía cuente con una división Antidiscriminación para perseguir a los infelices que anden por la vida vomitando estas expresiones? ¿No es evidente que la única perjudicada con estas aseveraciones es la ya patética imagen de D’elía en la sociedad? ¿Y qué pasa con los que piensan lo mismo pero no tienen una radio o una cámara en frente para hacer su pensamiento público? ¿Cómo vamos a combatir la discriminación que nos rodea a diario? ¿No está D’elía en su derecho a expresarse de la manera que quiera siempre y cuando no perjudique la vida de otros?

Se puede argumentar que los dichos del piquetero pueden afectar la sensibilidad de algunos. ¿Ahora bien, quién puede sentirse tocado por lo que diga este personaje? ¿Y si de hecho lo hicieran, afecta una frase el curso natural de su vida?

Parte de vivir en un país con libertad como reza nuestro preámbulo es tener la posibilidad de decir lo que nos parezca. Si perseguimos judicialmente a D’elía por decir lo que a él le parece, evitamos el funcionamiento de un mecanismo mucho más poderoso para refutar las ideas que es el del intercambio, el del debate y, en última instancia, el de la ignorancia total.

Para personajes tan marginales, el último parece ser el camino indicado. Pero la persecución judicial no sólo no se corresponde con la idea de un país libre, sino que le da entidad a dichos que deberían ser tomados como de quien vienen y, en consecuencia, ser ignorados en el mismo momento en que son terminados de decir.

 

No culpes a la noche, tampoco a la bengala

[Publicado originalmente en La Crisis es Filosófica – 10 de mayo de 2011 – Ver versión original]

Seguramente luego de ver a la barra de carbón sobre el asiento de la limousine pensaste que era una exageración. Sin embargo, a juzgar por la prohibición del uso de armas, los impuestos internos a los cigarrillos, la prohibición de fumar en espacios públicos, las trabas a la venta de alcohol y la guerra contra las drogas, la exageración parece la realidad en que vivimos más que el dibujo animado.

Y es esto lo que me hace pensar que en cuestión de días, lloverán en el Congreso proyectos de ley que busquen regular, controlar, gravar con impuestos ad-hoc o directamente prohibir el uso de bengalas.

Volvamos al inicio. Lo que sucede en el capítulo de la serie emblemática de los últimos cincuenta años en los Estados Unidos, es que se confunde el sujeto con el objeto. ¿Qué quiero decir con esto? Que si bien fue Homero el que salvó la misión espacial, el crédito se lo llevó la “inanimada barra de carbón”.

De manera análoga, si bien es una persona la que dispara el arma asesina en ocasión de un robo, u otra persona la que fuma paco antes de participar del secuestro extorsivo de otro ciudadano, parte de la culpa suele atribuírsele a la sustancia o al elemento utilizado, en lugar de que ésta recaiga totalmente en el individuo actor. Por supuesto que buscamos al asesino o al secuestrador, para eso está la policía, pero creemos que es mejor si prohibimos también el uso de armas y la comercialización del crack. Estamos más seguros.

Hace siete años, Buenos Aires vivió uno de sus más tristes fines de año. Alguien prendió una bengala en el lugar que no debía y esto desencadenó una tragedia que será difícilmente olvidada. A raíz de esto, y más allá de todo el proceso judicial siguiente, aprendimos que prender una bengala en un espacio reducido y con un techo inflamable no es para nada una buena idea. Mucho menos si las salidas de emergencia no funcionan.

Hace pocos días, otra bengala y otro recital de rock fueron los protagonistas de un nuevo drama. Un espectador murió luego de que otro le arrojara una bengala encima. Y para completar la semana, el martes en un acto escolar en San Juan, una bengala casi origina una tragedia entre los alumnos.

Entonces ahora ya lo sabemos: las bengalas son peligrosas y, de hecho, pueden llegar a matar. ¿Pero implica esto que debemos prohibir su uso o regular su comercialización? ¿O implica que debemos perseguir a los que, mediante un uso indebido de las mismas, pongan en peligro la vida de gente inocente?

Una vez un amigo mío se emborrachó y comenzó a molestar a todos los que estaban a su alrededor en un boliche. Se imaginarán cuál fue el desenlace. Luego de esa noche, cuando tuvimos la oportunidad de charlar, él sostenía que su problema había sido que había tomado de más. Sin embargo, yo le apunté que dentro del mismo boliche, un montón de gente había “tomado de más” y no estaban peleándose con nadie, simplemente la estaba pasando bien.

Confundir objeto con sujeto y perseguir al primero en lugar de al segundo es perjudicial por dos cuestiones fundamentales: la primera es que el problema no se resuelve porque el problema nunca fue el objeto sino el sujeto. Si un asesino no puede comprar una pistola, probablemente use un cuchillo, o un palo, o un martillo.

La segunda, que creo aún más trascendente, es que le quita parte de la responsabilidad al actor. La culpa no será ya de quien le tiró la bengala en la cara al otro porque le pareció divertido, sino que compartirá la responsabilidad con el que le vendió el artefacto.

No tengo la certeza de que alguien vaya a querer regular este tema, pero sí advierto que sería muy triste si seguimos avanzando en esa dirección.

La libertad en dos parrafos

La cubana Yoani Sanchez sintetiza en dos párrafos, mucho mas simple y mejor que varios libros, parte de lo que significa vivir en libertad:

Para quienes crecieron en un país donde el estado tuvo -durante décadas- el monopolio empleador, verse empujados a ganarse la vida de manera independiente es como saltar al vacío. De ahí que, por estos días, los temores se instalan entre los trabajadores mientras esperan la publicación de la temida lista con los nombres de quienes perderán su empleo. No sólo los miedos afloran, sino también el oportunismo y el favoritismo. La decisión de quiénes conservaran sus plazas y quiénes no corre por parte de los directivos de cada centro laboral  y ya se sabe de casos donde permanecen no los más capaces, sino los más cercanos al director. Contradictoriamente, las plazas que intentan conservar están subvaloradas salarialmente y la disminución de una cuarta parte de la fuerza laboral activa no significará –por el momento– una elevación en los sueldos de los que se quedan.

Las reuniones para reducir las plantillas se suceden en cada centro laboral, incluso en  sectores tan sensibles como la Salud Pública. En ella se decide algo más importante que un sueldo mensual o la pertenencia a una determinada empresa o institución. Es el momento también de  abrir los ojos a una Cuba diferente, donde ya la premisa del pleno empleo no se proclama a los cuatro vientos y donde el trabajo por cuenta propia se abre como una opción inhóspita e insegura. Algunos cambiarán la bata blanca por las tijeras de barbero o la jeringuilla por un horno donde se cuezan pizzas y panes. Aprenderán sobre la marcha que la independencia económica trae irremediablemente independencia política, quebrarán o prosperarán, mentirán en las declaraciones de impuestos o dirán honestamente cuánto han ganado. En conclusión, emprenderán un sendero nuevo, difícil, donde Papá estado no podrá sostenerlos pero en el que no tendrá fuerzas para castigarlos.

Aquellos que no tienen la posibilidad de vivir con cierto margen de libertad son los que más anhelan vivir sin que nadie interfiera en sus asuntos. Yoani Sanchez, además tiene la posibilidad de expresar ese anhelo por la libertad, de ella y el resto de los cubanos, de manera sencilla y a la vez con mucha fuerza. Por el otro lado, en los países donde no fue abolida la libertad completamente, todavía, los individuos reclaman, en una masa cuasi-uniforme que desean convertirse en esclavos de alguien, desean que otro le diga como tienen que vivir su vida, no quieren asumir la responsabilidad de decidir sobre sus propios actos ni tampoco quieren que otros las asuman (ellos tienen el problema, pero se lo pretenden imponer a los demás también). Pero por qué se da esta paradoja si después cuando uno pierde, o le restringen al máximo, la libertad, la reclama cómo si fuese indispensable para vivir dignamente? Creo yo que es porque dan por hecho la existencia de muchísimas cosas, que, más tarde, cuando es demasiado tarde, se dan cuenta que sólo son posibles de obtener si se vive en libertad.

 

¿Demasiada libertad es libertinaje?

En ocasiones veo mensajes del estilo «estoy en favor de la libertad pero no del libertinaje». Sospecho de estas leyendas, suelen ser tarjeta de presentación de un conservador temeroso de admitir no esta en favor de una real libertad.

Algunos entienden por libertinaje a el abuso de libertad con menoscabo de la de los demás, afectando entonces la libertad de terceros. Pero libertad es la posibilidad de obrar en ausencia de coacción de otros, dicho «libertinaje» no sería otra cosa más que un confuso sinónimo de agresión.

En cambio si entendemos al libertinaje como «desenfreno en las obras o en las palabras» (RAE), entonces:

  • La libertad es requisito para el libertinaje.
  • Si no existe la posibilidad de libertinaje, entonces no existe la libertad.

Los términos no son lo mismo pero están ligados. Una botella de Jack Daniel’s y algunas líneas de cocaína al día sin dudas será considerado una muestra de libertinaje o desenfreno para el individuo medio, pero sin la posibilidad de tal acción que no agrede a terceros, no existe la libertad. La posibilidad de ser libertinos de acuerdo a algún criterio particular viene de la mano de la libertad.

¿Qué es libertinaje entonces? Hacer uso de nuestra libertad de una manera que otros consideran desenfrenada.

¿Que tanto es desenfrenada? Es algo subjetivo, todos somos distintos y nuestras valoraciones también lo son.

En síntesis, como aquí indica Albert Esplugas, libertad no es libertinaje, pero la defensa de la libertad sí implica tolerar el libertinaje.

¡Feliz Año Nuevo!

Desde acá, les deseamos a nuestros fieles lectores (y también a los ocasionales) un feliz 2011.

Un mensaje esperanzador para el año que comienza mañana:

Esas personas que dicen «eso nunca va a suceder» siempre van a existir. Ellos se equivocaron tantas veces en el pasado que sus aburridas, risibles, y poco creativas excusas no impresionan ni preocupan a nadie:
Bajo el feudalismo, el capitalismo, respecto de la libre formación de empresas y el comercio afirmaban que «eso no iba a suceder».
Bajo la esclavitud, sobre la abolición decían que «nunca pasaría».
Bajo la segregación, la integración «nunca iba a pasar».
Cuando Gandhi apareció en el escenario de la política mundial, afirmaban que una India independiente de los británicos «era una utopía imposible».
El colapso de la Unión Soviética en el siglo XX, «nunca iba a pasar».
Cuando Galileo desafió a la Iglesia Católica, la mayoría decía que la aceptación de la idea de que la tierra es redonda y no plana «nunca sucedería». De hecho, la separación total del Estado y la Iglesia «era imposible».

Todo eso que algunos (la mayoría muchas veces) indicaban como «imposible», sucedió. No fue fácil ni se dio por arte de magia, muchas veces fueron muchos hombres los que lograron que suceda, otras veces fueron solo un puñado los responsables, pero lo fundamental es que en todos los casos se trató de gente comprometida con las ideas que defendían y con la certeza de que estaban luchando por lograr una situación más justa, y si nadie intenta promover, difundir, y realizar esas ideas, éstas no avanzarán por si solas.
Estos son nuestros deseos para el 2011.

El texto fue extraído de este artículo (punto 3).

Las dos caras de la Libertad

«Libertad» es una de las palabras que mas livianamente usamos, pero que rara vez nos ponemos muy de acuerdo sobre que se trata realmente. Sus dos significados principales son: La libertad de la opresión (ausencia de coacción), y la libertad para desarrollar el potencial propio (seguridad para desenvolverse).

Veamos donde nos lleva la primer definición: Libertad es ausencia de coerción.

La coerción es la amenaza de utilizar la violencia (no solo física sino de cualquier otro tipo) con el objetivo de condicionar el comportamiento de los individuos. La amenaza o intimidación es el acto de hacer que los otros hagan lo que uno quiere a través del miedo. La violencia es un comportamiento deliberado, que provoca, o puede provocar, daños físicos o psicológicos a otros seres. La coacción se refiere a la violencia o imposición de condiciones empleadas para obligar a un sujeto a realizar u omitir una determinada conducta.

Ahora bien, veamos a donde nos lleva la segunda definición: Libertad es tener seguridades.

El término seguridad se puede referir a la ausencia de riesgo. Riesgo es la vulnerabilidad de «bienes jurídicos protegidos» ante un posible o potencial perjuicio o daño. El Bien Jurídico hace referencia a los bienes, tanto materiales como inmateriales, que son efectivamente protegidos por el Derecho, es decir, son valores legalizados: la salud, la igualdad, la educación,  la pensión, la vivienda, etc.

Estas dos acepciones, pueden tener en común los derechos individuales a la vida, a la libertad y a la propiedad. Pero la gran diferencia es que en el primer caso estos derechos no deben ser vulnerados, y en el segundo caso estos derechos deben ser provistos por alguien mas.

La primer libertad implica que nadie debe proveer nada, sino que es un simple reconocimiento de las libertades naturales de los cuales los individuos son titulares previamente a la existencia de los estados, porque son simples manifestaciones de la propiedad que uno mismo tiene sobre su propia persona. No existe violencia implícita en la definición, sino el derecho de cada uno a defenderla como mejor le parezca. Para poder hacerlo para todos, el estado debería codificar leyes sin desarraigarse nunca de marco teórico, hacerlo con previsibilidad, y en base a la igualdad de todos frente a esas reglas.

Argentinos disfrutando de su Libertad

Argentinos disfrutando de su Libertad. Los agentes del estado controlando para que ninguno se escape, por su propio bien.

La segunda libertad, por el contrario, implica que alguien debe proveerla. Si alguien debe proveerla significa que no es un derecho natural propio del individuo, sino que es el estado el que lo crea. El estado no solo despoja a las personas de la titularidad de los derechos, sino que los subordina a su propia existencia. Y no solo eso. Para proveer, por ejemplo, los derechos a la educación,  la pensión, y a la vivienda,  necesariamente debe vulnerar la propiedad de los demás coercitivamente para poder hacerlo; ya  que el estado no tiene otros bienes que las propiedades con las que disponía originalmente cuando se conformo, o los que son extraídos de la población por medio de la violencia.

De este modo, basándonos en esa segunda libertad sin un principio pacifico, llegamos naturalmente a nuestra realidad actual, en la cual 1 de cada 2 pesos que la gente gana en sus actividades productivas es robado por el estado con su trama indescifrable de impuestos y tasas por todo concepto, para que los que no producen y ostentan privilegios políticos de toda índole que dan por tierra con toda igualdad ante la ley posible, vivan a costa de los demás.

Es hora de sincerarse y de preguntarse si llegar a fines pacíficos por medios violentos es una alternativa valida. Si lo es, somos partidarios de la violencia, y creemos en el estado. Si no lo es, somos partidarios de la paz, y creemos en la gente.

Una heroína llamada Orina

Vi un informe en el programa televisivo de Chiche Gelblung, 70.20.11, que denunciaba lo que ellos denominaban «una barbaridad», y creo que es una clara foto de los niveles de intervencionismo que desea el argentino promedio. Se trataba de una serie de preguntas que unos reporteros masomenos torpes le hacían a unas simpáticas señoras, camioneros y recolectores del conurbano bonaerense.

¿En resumen? el negocio es el siguiente: El orín de las señoras menopáusicas es la materia prima fundamental para fabricar un producto utilizado en  tratamientos de fertilización para mujeres que tienen ciertas dificultades para tener hijos. Una gran porción de las personas lo hace simplemente para «ayudar a los demás, no cuesta nada», y como agradecimiento se le hace un regalo por mes, que pueden ser cubiertos, cubiteras, relojes de pared, sacacorchos… o demás pavaditas.
Este programa tuvo la genial idea de «denunciar esta barbaridad» porque en realidad hay una ley (¡que raro!) que prohíbe la comercialización de fluidos humanos (tus desechos son del estado). Y porque lo que le pagan a la gente es «una miseria» con respecto a la contraprestación (hacer pichín) que estas buenas señoras hacen (literalmente), después de convencerlas, no sin poca insistencia, de que estaban siendo explotadas. Las señoras, luego de haber comprado el «cuentito de la redistribución» comenzaron a repetir como loros las consignas y a mirar con desconfianza a quienes le dejan los bidones.

pichona

pichona

Estos genios del periodismo de investigación, contrario al enorme humanitarismo que dicen defender, lo que acaban de hacer es restringir la oferta. ¿Que significa esto? Significa que ya no habrá tanto material para la fertilización, por miedo a eventuales controles o denuncias dirigidas a los transportistas, los recolectores, y las señoras.

Veamos las consecuencias:

  • A la señora que le servían alguna de las baratijas que le daban se quedo sin ellas. Lo cual quiere decir que tendrá que desembolsar mas dinero para ciertos bienes, o no contara con el dinero de su reventa.
  • El transportista que recorría los barrios para juntar bidones, a pesar de que tenia una actividad totalmente voluntaria y pacifica, ahora debe buscar una nueva actividad que le permita sobrevivir.
  • El changarín que levantaba los bidones casa por casa y los llevaba hasta el camión debe buscarse otra changa urgentemente, porque generalmente son jornaleros.
  • La mujer que deseaba hacer su tratamiento, seguramente lo podrá hacer, pero pagándolo mucho mas caro. Solo las clases mas pudientes podrán acceder a realizarlo.

Nuestras felicitaciones al equipo de investigación de 70.20.11.

¡Ustedes si que están con el pueblo!

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