La sociedad de consumo

En la cabeza de la mayoría de la gente está la idea de que el capitalismo es el responsable de haber creado una sociedad consumista. Esto no es cierto, por varios motivos. El primero, como ya dijimos en este artículo, es que no vivimos en un sistema capitalista. Estamos en un sistema corporativista. El capitalismo todo lo que dice es que los medios de producción deben estar en manos de individuos o sociedades privadas, que son libres para relacionarse entre sí sin coerción.

¿Qué es lo que hace, entonces, que las personas se vuelquen a la compra compulsiva de bienes materiales (muchas veces intrascendentes y/o innecesarios) como respuesta a la búsqueda de la felicidad?

 

1. La inflación: el sistema monetario actual, con bancos centrales, reserva fraccionaria, y billetes respaldados por aire, tiene a la inflación como componente inherente. El dinero se crea respaldado por deuda, con lo cual para pagar esa deuda + interés se debe imprimir más dinero ad infinitum. A mayor dinero en circulación, cae su poder adquisitivo (más información acá), con lo cual, estamos incentivados a gastar en vez de ahorrar, ya que mes a mes nuestro dinero vale menos. 

2. El monopolio estatal de la recolección de basura: como ya expuso un miembro del PL en este artículo, el sistema actual de recolección y disposición de residuos tiene totalmente desligadas las acciones de los usuarios de sus consecuencias: al estar financiado compulsivamente mediante impuestos parejos para todos,

no hay un incentivo económico para generar menos desechos. El ciudadano que recicla, reutiliza o es más ecológico a la hora de elegir el packaging de los productos que consume, paga el mismo importe que el que produce basura indiscriminadamente.”

Así, no estamos incentivados a comprar bienes que duren o que realmente nos sean de utilidad, ya que no pagamos el real costo de su disposición final si es que se rompe o simplemente ya no nos interesa.

3. El sistema educativo: la educación estatal (tanto de gestión pública como privada) que rige en la mayoría de los países tiene su origen en el sistema prusiano de mediados del siglo XIX, que tenía como objetivo producir trabajadores industriales y soldados. No es de sorprender, entonces, que seamos tan susceptibles a la publicidad: se nos enseña a no cuestionar a la autoridad, a aprender de memoria y por repetición, y a que el conocimiento se transmite desde arriba en vez de construirse desde el alumno. Bombardeo constante + falta de pensamiento crítico = vámonos de shopping. También se nos enseña que hay una sola respuesta correcta y nos acostumbran a usar uniforme, con lo cual queremos hacer lo que hace todo el mundo: los demás tienen cosas, nosotros tenemos que tenerlas.

4. Los impuestos: los impuestos a la vivienda, a las tierras o al patrimonio nos obligan a mantenernos en el loop trabajo-gasto, para que evitar que en el correr de unos pocos años el Estado nos secuestre y remate la propiedad para saldar nuestras deudas con el fisco. Una vida autosuficiente es imposible, ya que tenemos que producir un extra para alimentar al Leviatán.

(Para los interesados en la autosuficiencia, recomiendo esta película, que explora viviendas muy cómodas, tecnológicas y autosuficientes a nivel calefacción, agua, electricidad, y prácticamente comida).

 

Es de esperarse que, sin la coerción estatal, una sociedad libre tenga entre sus filas a consumidores más críticos, responsables, prudentes, y —sobre todo— felices.

 

(en boca de góndola)

Cabezas en oferta

¡Que la crisis la paguen los corporativistas!

Todos vimos los carteles de los partidos de izquierda con la consigna “que la crisis la paguen los capitalistas” posteriores al estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos en 2008. Y constantemente está en las conversaciones, blogs y documentales la idea de que “el sistema capitalista está en crisis”.

Algo de cierto hay en esa afirmación: el sistema está en crisis. Pero… ¿ese sistema es el Capitalismo? La situación actual apesta más a corporativismo, fascismo y socialismo que a capitalismo laissez-faire.

Alberto Benegas Lynch indaga en el asunto:

Izquierda Desunida

Te pongo la foto de la Izquierda, a la derecha del post.

“[…] Veamos las diez recomendaciones que constituyen los pilares políticos del marxismo. Sin ánimo de analizarlos y criticarlos aquí, solamente señalemos los correspondientes capítulos:

Primero: reforma agraria, la cual apunta a la expropiación directa pero admite pasos sucesivos, principalmente a través de la política fiscal e incluso la cambiaria. La política cambiaria puede aparecer como de relación remota con la reforma agraria pero, igual que que las llamadas retenciones e impuestos a la exportación, al reducir el valor del producto exportado se perjudica principalmente a los productores marginales, con lo que se achica la frontera agropecuaria.
Segundo: el establecimiento de impuestos progresivos.
Tercero: impuesto a la herencia, apuntando finalmente a la abolición de la misma.
Cuarto: ejercer opresión sobre los disidentes del régimen a traves de los más diversos canales y procedimientos.
Quinto: centralización de la moneda y el credito en manos de un banco nacional.
Sexto: estatización de empresas, con prioridad en las áreas de comunicación y transporte. El séptimo y el noveno puntos se refieren a la planificación de las áreas agricola y manufacturera (industrial).
Octavo: establecimiento de ejércitos industriales (sindicatos), sobre la base de la adhesión obligatoria.
Décimo: educación pública, obligatoria y gratuita.

Si analizamos estos diez puntos del Manifiesto Comunista observamos que, en mayor o menor grado, todos los países del mundo libre los han llevado a la práctica. He ensayado ante diferentes auditorios la lectura de ese decálogo —sin decir que se trata del Manifiesto Comunista— e indagado acerca del origen del documento. En muchos casos, tanta es la infiltración marxista y tal es la dosis de socialismo adoptado, que aquellos puntos aparecen como la plataforma de un partido político “moderado”. Sin embargo, se trata —nada más y nada menos— de los consejos del marxismo para producir el colapso de la sociedad libre. Éste es el corazón del marxismo. Es la receta en cápsula, y no podemos decir que Marx y Engels no eran marxistas.”

– Alberto Benegas Lynch, Liberalismo para liberales, Editorial Emecé, 1986.

Que la crisis la paguen los que la generaron; es decir: políticos, banqueros, lobbystas y empresarios amigos del poder.

El mito de la obsolescencia programada

Mitos y confusiones respecto de una economía libre, es decir ausente de intervención gubernamental, hay para todos los gustos. Algunos son resultado de la ignorancia que existe en materia económica, por más que muchos crean tenerla muy clara, y otros son simplemente mentiras difundidas por aquellos que se verían perjudicados en una economía liberada.

El "Movimiento Zeitgeist" uno de los que proponen la idea conspirativa de la "obsolescencia programada"

El caso de la obsolescencia programada se queda a mitad de camino, en muchos casos es una realidad que los productos están previstos que duren una X cantidad de tiempo, los materiales utilizados, los costos en general, la expectativa de la aparición de una nueva tecnología, son todos factores que influyen en el tiempo en que un producto, que tiene incorporada tecnología se convierta en obsoleto. Sin embargo, ciertos grupos (el Movimiento Zeitgeist es uno de ellos) generan cierto tufillo conspirativo alrededor de la obsolescencia programada, y la consideran una razón más como para oponerse al libre mercado.

El argumento utilizado, por ejemplo, por miembros del Movimiento Zeitgeist es algo así:

«Se denomina obsolescencia programada a la determinación, planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio. La obsolescencia programada tiene un potencial considerable y cuantificable para beneficiar al fabricante dado que el producto va a fallar en algún momento, obligando al consumidor a que adquiera otro producto nuevamente. El objetivo de la obsolescencia programada es el lucro económico inmediato, por lo que el cuidado y respeto del aire, agua, medio ambiente y por ende el ser humano, pasa a un segundo plano de prioridades. Cada producto que se vuelve obsoleto, supone contaminación. Es un evidente problema del actual sistema de producción y económico: no se ajusta en absoluto a la armonía y equilibrio de la naturaleza en la que vivimos.

Evolución de los celulares: la obsolescencia como signo de prosperidad

En sintesís, las empresas ganan millones de dolares al fabricar productos que luego de determinado tiempo indefectiblemente fallan, y nos obligan a comprar nuevos productos, que muchas veces son iguales que los anteriores pero con un nuevo aspecto. Por supuesto que no son los únicos, desde una visión algo más académica el economista John Kenneth Galbraith sostenía las mismas ideas.

Es necesario terminar con este mito, y explicar porque están equivocados los que sostienen estás teorías, muchas veces en tono conspiranoíco. Aprovechamos que sobre este tema se ocupó Lew Rockwell hace algunos años en este artículo, para aclarar un poco el asunto.

Comienza Rockwell señalando que el razonamiento descripto anteriormente parte de supuestos falsos:

En primer lugar, el modelo supone que los fabricantes son mucho más inteligentes que los consumidores, que son tratados como una especie de víctimas pasivas de los poderosos intereses capitalistas. De hecho, en el mundo real, son los fabricantes los que se quejan de que tienen que mantenerse al día con los molestos consumidores, que cambian constantemente, que buscan lo barato, y que descartan los productos y los cambian por otros por razones tanto racionales como misteriosas.

Es decir, como bien explica Mises en «La Acción Humana», el consumidor es el «rey del mercado» y son los fabricantes los que deben adaptarse a ellos para sobrevivir, no ellos a los consumidores.

En segundo lugar, dice Rockwell:

El modelo parte de la curiosa presunción que los productos deberían durar el mayor tiempo posible. La realidad es que en el mercado no existe una preferencia predefinida sobre cuanto deberían durar los productos. Esa es una característica del proceso de producción que lo maneja por completo la demanda de los consumidores.

Las viejas batidoras, planchas, y otros elementos que solían durar décadas, eso añoran aquellos que ven detrás de la obsolescencia programada  una conspiración de los grandes intereses corporativos, algún enemigo grandilocuente similar.

Rockwell responde:

Pero ¿es este [el de la obsolescencia programada] un argumento contra el mercado o es sólo un reflejo de las preferencias del consumidor que prefieren otras características (precio más bajo, tecnología más nueva, o diferentes prestaciones) más que la longevidad del producto? Yo digo que es lo último. Al haber bajado el precio de los materiales, tiene más sentido reemplazar un producto que crear uno que dure para siempre. ¿Querés una batidora de $500 que dure 30 años o una de $80 que dura 5 años? Lo que sea que prefieran los consumidores es lo que a la larga domina el mercado.

Un procesador de textos que, a diferencia del Word, pasa de generación a generación, no requiere actualizaciones, no tiene virus, y tiene compatibilidad con todos los formatos. ¿Lo quieren?

Claro que porque Lew Rockwell escriba esto no quiere decir que sea verdad. Sin embargo tenemos un argumento más convincente que nos asegura que son los consumidores los que deciden la duración de los productos: la competencia. Si realmente los consumidores valoraran más la longevidad de un producto a otra característica, y estuviesen dispuestos a pagar el precio, un fabricante podría ofrecer un producto que resista décadas y décadas. La realidad contradice esa tendencia, en un mercado libre podemos conocer cuál es la preferencia predominante simplemente mirando que tipo de producto se ofrece habitualmente.

Además, este tipo de argumentación contra la obsolecencia programada tiene cierto tinte elitista, según lo analiza Rockwell:

Es común que la gente hoy en día se fije en una pared hueca o en algún artículo hecho de plástico y diga: ¡Que productos baratos y de mala calidad! En los viejos tiempos, los fabricantes se preocupaban de la calidad de lo que hacían, ahora a nadie le importa y estamos rodeados de basura!  Bueno, la verdad es que lo que llamábamos de alta calidad en el pasado no estaba disponible para las masas en la misma medida que lo está hoy. Las autos durarían más en el pasado pero menos gente podía ser dueña de uno de la que lo puede ser en el mundo actual, y eran mucho mas caros (en términos reales).

Por último, concluye Rockwell:

Podes llamar a esto obsolescencia programada si querés. Está programada por los productores porque los consumidores prefieren mejoras a permanencia, disponibilidad a longevidad, que pueda ser reemplazado a que pueda ser reparado, movimiento y cambio a durabilidad. No es un desecho porque no existe una norma eterna por el cual podemos medir y evaluar la racionalidad económica detrás de lautilización de los recursos en la sociedad. Esto es algo que sólo puede ser determinado y juzgado por las personas que utilizan los recursos en un entorno de mercado.

Muchas veces las características del mercado libre que  algunos pueden percibir como negativas, en realidad, son características  a las que se adecuan los productores por la necesidad de satisfacer a la demanda de consumidores. El sentimiento de que «todo tiempo pasado fue mejor» es solamente una idealización de esos tiempos pasados, hoy vivimos en una sociedad más prospera, y con un acceso más amplio a una gama de productos que ni siquiera los reyes de siglos anteriores se imaginaron poseer, aún cuando la durabilidad de los mismos es menor que hace 50 años.

Tevez, Cabak, la FIFA y una sociedad libre

Carlos Tevez, (ex?)jugador del Manchester City, protagonizó la última semana un episodio lamentable que demuestra su falta de profesionalismo:

El entrenador decidió hacerlo ingresar cuando su equipo perdía por 2-0 ante Bayern Múnich, pero «El Apache» lo desafió negándole su presencia en el segundo tiempo

«Estoy muy desilusionado. Se negó a jugar. Para mí, está afuera», dijo enojado el italiano Roberto Mancini en la conferencia de prensa ofrecida al término del partido en Múnich. El técnico aseguró que quiso que Carlos Tevez ingresara en la mitad del segundo tiempo, pero él no quiso hacer el calentamiento.

Tiempos felices para Tevez, en el City

A todo esto, la FIFA tomó conocimiento de la actitud del delantero de los citizens y a través de su vicepresidente quiso intervenir en el tema:

La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) tomó partida en el escándalo que desataron el delantero Carlos Tevez y el entrenador Roberto Mancini, al reclamar hoy que se le aplique al jugador argentino una suspensión internacional cuyo propósito final es evitar que este tipo de actitudes se repitan.

En declaraciones a la agencia alemana de noticias DPA, el vicepresidente de la FIFA el norirlandés Jim Boyce comentó que lo ocurrido durante el segundo tiempo del partido que el Bayern Munich le ganó a Manchester City 2 a 0 «fue despreciable».

«La FIFA debería tener el poder de prohibir al jugador tomar parte de forma activa en el fútbol», según consigna la agencia alemana en uno de sus cables.

Y acá entra el conductor de TV y radio, Horacio Cabak, que  en su programa de radio en la tarde de Delta FM (90.3), comentaba la noticia dando su opinión. Él sostenía que la única autoridad que podía sancionar a Tevez era su club, quién lo había contratado. Si Tevez había firmado un acuerdo con el Manchester City, la situación la debía resolverse entre ellos, sin intromisión de tercero ajeno al contrato. «¿Quién era la FIFA para meterse en un contrato que no tenía nada que ver?»

Khaldoon Al Mubarak, Presidente del Manchester City, al que quiere puentear la FIFA

Suponiendo que contractualmente la FIFA no tenga nada que ver, la opinión de Cabak me pareció muy coherente. Su razonamiento no fue complejo, ni basado en teorías llenas de números, citas académicas ni nada por el estilo. Una idea simple y fácil de ser implementada, su queja contra la FIFA era la siguiente: permitan que Tevez y el Manchester City resuelvan sus diferencias sin que nadie se impongan por sobre sus voluntades.

Esta idea tan sencilla, extrapolada a todas las relaciones sociales, es la esencia de la sociedad libre que desde acá constantemente proponemos. Sea la FIFA como es en este caso, o sea el estado como es en la , la respuesta es la misma: dejen a las personas decidir sobre su propia vida.

El estado se mete en las relaciones sociales, y como dijimos hace poco, las desvirtúa. Cuanto más poder estatal, menos poder social.

Es el estado el que convierte la relación empleado-empleador que por definición se trata de una relación de cooperación, en una relación de enemigos o adversarios al incorporar en esa relación todas las leyes laborales.

Es el estado el que convierte a un empresario que para sobrevivir en el mercado debe prestar atención a lo que los consumidores demandan, cumpliendo así una función social, en un grupo de parásitos que buscan de complacer al funcionario de turno, en vez de los consumidores, para obtener una ganancia a costa de estos.

Es el estado, interfiriendo, el que convierte  a una persona que vende determinadas sustancias, y al que las compra, en delincuentes que pueden terminar en prisión, con sus vidas arruinadas, a pesar de tratarse de acciones voluntarias que no agreden el derecho de ninguna otra.

Y los ejemplos son interminables, este blog es un compendio de esos ejemplos  de como una noción tan básica de permitir el desarrollo de una sociedad libre y pacifica tenga tantos enemigos, con tantos intereses creados y tantas confusiones acerca de lo que realmente constituyen los mercados libres y una sociedad voluntaria.

La FIFA no debiera meterse en la sanción que le pueda corresponder a Tevez, según lo decidan sus empleadores el Manchester City. El estado tampoco se debería meter en aquellas relaciones libres y voluntarias, donde dos personas realizan intercambios que, por definición, se benefician mutuamente.

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